El ‘procés’, atrapado por una agitación que no se atreven a enfriar

Desde que Puigdemont optó por no dar marcha atrás a la DUI, el 'procés' entró en una espiral de tensión de la que ya nadie puede escapar

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El pasado 26 de octubre, a las once de la mañana, el todavía presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, comunicó al lehendakari Iñigo Urkullu que había decidido disolver el Parlament y convocar elecciones en Cataluña. Lo hizo con las siguientes palabras: «He decidido disolver el Parlament y convocar elecciones. Es una decisión que solo puedo tomar yo, antes de que el Senado apruebe la activación del artículo 155. No es la decisión que más me gusta, pero es la que corresponde en estos momentos y en estas circunstancias».

Poco después, Puigdemont volvió a comunicarse con Urkullu para darle a conocer el contenido del mensaje con el que iba a oficializar su decisión. Lo hizo como deferencia y agradecimiento a la labor de mediación que había hecho el lehendakari ante el Gobierno de Rajoy para garantizar que, en caso de convocarse elecciones, no se pondría en marcha el artículo 155 de la Constitución, y, en consecuencia, no se suspendería la autonomía catalana.

Poco después de las dos de la tarde de ese día, Puigdemont volvió a comunicar con Urkullu para informarle de su cambio de decisión. Su mensaje fue escueto: «Tengo una rebelión que no puedo aguantar». Momentos después, el expresidente catalán comunicó a la prensa su cambio de planes porque «el Gobierno no me ha dado garantías suficientes».

El 26 de octubre, Puigdemont tardó dos horas en cambiar su decisión de disolver el Parlament 

Ni Puigdemont ni los demás líderes del procés han aprendido la lección: cuando calientas la calle y expandes ensoñaciones como posibles es muy difícil echar marcha atrás y que los manifestantes regresen a casa. La única salida es la mentira. Entonces, el 26 de octubre, Puigdemont dijo que Rajoy no le había dado garantías. Ahora los independentistas persisten en hacer política desde la ficción que han creado porque es donde viven las bases de ciudadanos que les apoyan.

En conversaciones privadas, los líderes de Esquerra y del Pdecat aseguran que su prioridad es formar un gobierno posible, con un candidato real que no esté condicionado por su situación procesal, antes de agotar los plazos y verse abocados a una repetición electoral.

Los líderes de ERC y el Pdecat aseguran que su prioridad es formar un gobierno posible

Pero no se atreven a ello porque el postureo radical que han instalado tiene soliviantadas a muchas personas que les acusarían de traición. Por ello, tienen que mentir y afirmar que investir a Puigdemont todavía es posible, pese a estar en una celda de siete metros cuadrados en una cárcel alemana.

La pantomima de este miércoles en la cámara catalana es el fiel reflejo de esa realidad paralela. Los partidos independentistas han votado una resolución exigiendo la libertad de sus políticos presos, en un acto claro de liquidar la separación de poderes. Un parlamento en cualquier parte del mundo puede determinar alegóricamente lo que quiera, pero solo puede aprobar medidas que estén dentro de sus facultades legales. Liberar a Puigdemont no está entre ellas.

El Parlament vive una realidad paralela. La resolución que exige la libertad de los presos políticos es una prueba de ello

La CUP y la calle, desbordada, han vuelto a secuestrar la acción política de los líderes independentistas; que ya no son dueños de sus actos por pura cobardía. No se atreven a decir lo que creen que debe hacerse y lo que quieren hacer porque tienen pánico a ser examinados en los parámetros revolucionarios que han construido con total irresponsabilidad.

Por otro lado, Xavier Domènech está a punto de contaminar la política de Podemos en toda España. No pone demasiadas condiciones para apoyar un gobierno con ERC y exige el indulto para los procesados, olvidando que el indulto es una medida de gracia que requiere que el beneficiario esté condenado. Son nociones elementales de derecho y reconocimiento de la separación de poderes que parece desconocer.

Dislexia entre agitación y política

Los líderes del procés no tienen mucho tiempo para enfriar la calle y crear una atmósfera en la que se atrevan a volver a la acción política legal y posible, a menos de dos meses para evitar la repetición de elecciones. Existe una lucha entre dos personalidades en su dislexia entre la agitación y la política.

Puigdemont no ha aprendido nada de sus retos fallidos contra el Estado

Los cachorros de la CUP se preparan para boicotear las carreteras y dificultar el regreso de las vacaciones de Semana Santa. Amargar la vida a los catalanes no parece una buena oferta electoral.

Lo único que está cada vez más claro es que la legalidad y las resoluciones judiciales son un muro que no van a poder saltar. Cuanto más tarden los soberanistas en reunir el coraje para decirles a los suyos algo tan obvio, menos tiempo tendrán para reconducir sus posiciones.

Desde el 26 de octubre, cuando Puigdemont decidió romper la baraja, el expresidente catalán no ha aprendido nada. Si entonces hubiera tenido el coraje de hacer lo que creía que tenía que hacer, probablemente en vez de estar en una celda alemana estaría durmiendo en él Palau de la Generalitat. Como dice Pilar Rahola, ¡Puigdemont, eres el puto amo!

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