El ministro catalán de Mariano Rajoy
El registrador Fernando Méndez es uno de los candidatos al futuro gabinete
Catalán lo será aunque sólo de los que viven y trabajan; comulgará con empanadas de lamprea, el saber galleguista que tanto tira en las periferias. Todo en condicional, como el nombre de Fernando Pedro Méndez, registrador de la propiedad, ex decano del colegio catalán y amigo personal del presidente Mariano Rajoy.
Fueron compañeros de estudios y desde que este dato trascendió, Méndez suele estar en las quinielas -para su desgracia-. Esta vez no es como en 2011, cuando el PP pagaba los favores de José María Aznar, los tratos demediados de nacionalistas ex amigos y del mundo jurídico del Estado tan bien definido con el sobrenombre de Brigada Aranzadi.
Ahora Rajoy está solo y hará lo que le dé la gana. Y claro, el cuerpo le tira hacia el terruño, aunque se trata de nombrar a un ministro catalán sinónimo de pactismo, flacidez intelectual, buenismo beatificado y afición a la merienda de chocolate con nata montada en la Calle Petritxol (por antonimia del café con leche y porras matutinas).
Una vieja amistad con Rajoy
Catalunya es un símbolo; Galicia su traslación terrenal a base de canónigos de Santiago y capones con chocolate. Méndez opositó con Rajoy, todo un altar en la España ultramontana (con perdón). Triunfó en Barcelona como el gran antecedente de la regulación actual de las subrogaciones hipotecarias, motor auténtico de la burbuja y del modelo menguante que nos ha legado, y se explayó impartiendo doctrina sobre el esqueleto de una Ley Hipotecaria que regula la propiedad en España desde hace un siglo y medio.
Él se vino pronto a Barcelona, pero Rajoy aceptó una plaza en Padrón a muy poca distancia de la mítica pedanía de Iría Flavia, la de Cela. Llegan ambos de las mismas que dicen que lleva consigo el viajero de la Santa Compañía.
Costas, Ayllón y Millo
El ministro catalán no lo será de Economía, coto vedado de Luis de Guindos, el inmediato vicepresidente con un cuadro macroeconómico impoluto, limpio como una patena, aunque contenga a cinco millones de españoles en riesgo de pobreza. La profundidad social de la economía le corresponde al profesor Antón Costas, al que algunas quinielas han colocado en la palestra sin apercibir sus ojos soñadores pegados a las Islas Cíes, frente a la fachada litoral de Vigo.
En todo caso, esta quiniela sabe al menos que el ministro catalán lo será de Administraciones Públicas, el que fuera en 1996 primer oficio de Rajoy en el poder. Por lo tanto, huelgan las doctrinas que daba Estapé y que hoy imparte Costas; nada de economía política. Se abre paso a José Luis Ayllón, secretario de Estado, el Papi que los entretiene bajo la bóveda de Soraya Sáenz de Santamaría, junto los dos hermanos Nadal y el resto de íntimos del jefe con Ana Mato. Ayllón será un catalán vocacional, como lo sería el diplomático Jorge Moragas; de buena casa y tocado por la sobriedad del que siente pisar tierra firme.
El siguiente giro bascula hacia el capitalismo renano. Y allí aparece en la eterna quiniela el democristiano Enric Millo, la voz atenta y persuasiva de la droite tranquille. Es verdad que la derecha ha sido siempre más educada, por lo menos desde el punto de vista del manual de urbanidad que enseñaban los jesuitas en el colegio de la calle Caspe.
Millo es más agustiniano que tomista, pero da igual, tampoco eso le vale ante el dictat de Rajoy, un jefe anti-tumultuoso y más ralo de carácter que un siete. Millo desde luego se carga a Xavier García Albiol, que nunca será ministro –basta que se diga así para que mañana sea nombrado- ya que a casi todos nos parecería una barbaridad elevar a los altares a un xenófobo, por muy arrepentido que esté.
Otros candidatos en danza
Soraya nunca lo permitiría. ¿Y Cospedal? Depende de la suerte que le toque a ella. Se habla de María Dolores al frente del CESID, como ministra de Interior o Defensa, y esto le va más a una castellana recia que gobernaría el monopolio de la violencia con la misma mano con la que Isabel la Católica limpió España de moriscos, bereberes y sefardíes.
En descargo de la línea dura se presenta en la quiniela Joaquín Gay de Montellá, presidente de la gran patronal catalana, Fomento del Trabajo, la sonrisa interface de la economía catalana, hombre de talante dulce y heredero de una doble tradición industrial y latifundista que le sitúan en el filo catalán entre el universo burgués y pairalismo ensimismado de la tierra.
El toque gallego se mantiene
Rajoy ya no es el Rajoy condicionado. El presidente absolvió a su amigo Fernández Díaz condenado por Aznar; y ahora podría elevar a Borja García Nieto, el valedor de los antiguos monclovitas (Aragonés, Michavila y compañía), cuando al vallisoletano se le conoció como el Presidente de la Paz, como lo oyen.
García Nieto, el ex presidente del Ecuestre que ha convertido el club privado barcelonés en una tribuna de debates, es un hombre de pulso firme, que lo haría muy bien y aportaría la distancia crítica de quien, siendo apasionado, no está contaminado.
Con todo, el toque gallego se mantiene, siempre que se trate de Rajoy. Los claroscuros de Costa de Morte y los percebeiros de Cambados casan perfectamente con las anchoas de l’Escala. Manuel Vicent escribe que cuando Galicia era la provincia mágica de Finesterre, Farga Iribarne dejó en su coche de ministro al gran Álvaro Cunqueiro para que su chofer le llevara a Barajas, después de un atracón en O’Pazo (villa y corte, donde las ostras del Atlántico Norte llegan antes que a Santiago). El chofer le preguntó «¿a dónde le llevo señor?» Y Cunqueiro ordenó: «a Mondoñedo».