¿Por qué la Diada no representa a todos los catalanes? Hablan los historiadores
Los historiadores Roger Molinas y Óscar Uceda matizan el mito nacionalista de 1714: "Rafael Casanova no fue nadie importante"
La Diada de Cataluña es una fecha de autoafirmación de la identidad catalana. Según el relato a veces vendido como oficial, el conflicto fue una lucha entre catalanes y españoles que acabó con la pérdida de los fueros que convertían a la región casi en un estado independiente. Una versión que expertos conocedores de la historia matizan o directamente desmienten.
La figura de Rafael Casanova, la personalidad más reconocida en esta fecha señalada, es uno de los puntos que más discordancia crea sobre el relato oficial. Si buen fue Conseller en Cap del Consejo de Ciento de Barcelona, tuvo un papel mucho más reducido del que le atribuye el propio relato nacionalista.
«Casanova no fue nadie importante», explica el historiador Roger Molinas, más conocido como Arqueòleg Glamurós en Twitter. Recuerda que los hechos se producen en el contexto del Antiguo Régimen en una Europa de monarquías absolutas, antes de la eclosión del liberalismo: «No fue escogido democráticamente, le tocó por turno porque era un cargo municipal».
«No fue escogido democráticamente, le tocó por turno porque era un cargo municipal»
Roger Molinas, sobre Rafael Casanova
El historiador catalán recuerda que Casanova murió casi en el anonimato y que incluso «intentó una rendición honrosa» ante las tropas borbónicas, ante la imposibilidad material de ganar la guerra. Su imagen venerable comenzó en la Renaixença, cuando de cara a la Exposición Universal de 1888 se erigieron efigies «míticas y fantásticas» de la naciente nación catalana.
Algunas de ellas «quedaron muy bien», entre las cuales la de Rafael Casanova. Había otras, como la de Jaume I o la de Roger de Flor. Fue a partir de entonces cuando el nacionalismo catalán empezó a llevar flores a la estatua, que ahora se encuentra en la céntrica Ronda de Sant Pere pero que originariamente estuvo colocada en la avenida María Cristina.
«Felipe V acaba perdonándole», y pasa sus últimos días como abogado en Sant Boi de Llobregat, donde se desplazó tras la guerra de sucesión. Ni siquiera la lápida actual en la iglesia de la mencionada localidad es exacta. Se coloca en 1921 donde se sospecha que puede estar enterrado, puesto que su sepultura se produjo en una fosa común.
Barcelona, fiel al Borbón
Otro de los puntos que también se suele eludir es que Barcelona, que el relato nacionalista vende como el último gran bastión que resiste a Felipe V, fue en un origen ciudad fiel al nuevo rey de España. «En 1702, Felipe V se reúne con las Cortes Catalanas y promete las Constituciones Catalanas», explica Óscar Uceda, presidente de Historiadors de Catalunya.
El historiador defiende que el cambio de bando de Cataluña se genera como consecuencia de que las élites tenían intereses económicos y comerciales con Holanda e Inglaterra. «Se produce una sublevación que desemboca en 1706 con la expulsión de muchos borbónicos y se firma el nuevo ‘contrato’ con el Archiduque Carlos», defiende Uceda.
Molinas explica que el «cambio de bando» de la aristocracia catalana se debe a las desconfianzas de muchos de ellos en el modelo que implantaría Felipe V, que venía de la Francia absolutista de Luis XIV. El llamado Rey Sol centralizó en Versalles a toda una aristocracia con la finalidad de tenerla más controlada.
También, porque el modelo fiscal que se estaba implementando en Francia perjudicaba a la aristocracia. «Pasaban de ser los que recibían dinero a los que pagaban. Se instauró un sistema que se podría calificar como de ‘progresivo’ guardando las distancias», explica Molinas.
El Decreto de Nueva Planta cubre un ‘vacío legal’
Ambos coinciden en que el Decreto de Nueva Planta, que se marca como el fin de las instituciones del antiguo régimen en Cataluña, en realidad crea una administración nueva. «Cubre un vacío legal a ojos del vencedor. El pacto de 1702, que era el que había firmado, no existe, y reconoce el de 1706», explica Uceda.
«Unos tíos se tiraron al monte arriesgándolo todo. Es como el que llega borracho a un casino y mete todo su dinero al 12, pero el 12 no sale porque es casi imposible que salga, y luego se queja de que no ha perdido. Los borbónicos catalanes echaban en cara a los austriacistas que se hubieran perdido las constituciones catalanas».
«Los borbónicos catalanes echaban en cara a los austriacistas que se hubieran perdido las constituciones catalanas»
Óscar Uceda, presidente de Historiadors de Catalunya
Aunque es muy difícil de saber con certeza qué habría pasado si las élites catalanas se hubieran mantenido fiel al Borbón, Uceda pone el ejemplo de los territorios que se fueron leales, como Navarra y las provincias vascas: «Allí donde las partes se mantuvieron fieles a lo firmado, no se suprimieron. No fue un tema de modelo de estado, fue un tema legal».
La invención del Fossar de les Moreres
También denuncian la manipulación histórica de algunos lugares considerados sacros para el nacionalismo catalán, como el Fossar de les Moreres. Molinas explica que se trata de un «lugar simbólico», que se toma como referencia a partir de un poema de Frederic Soler: «No era arqueólogo, no hizo ningún estudio histórico, simplemente se lo inventa».
Una invención que se tiene muy clara desde entonces en entornos nacionalistas, aunque es a partir del nacionalismo conservador imperante tras la Transición –encarnado en la figura de Jordi Pujol– donde se le da validez a ese poema y ese recinto se convierte en un lugar sacro.
«Lo que había era un cementerio anexo a la iglesia de Santa Maria del Mar. A la gente se la enterraba en función de su parroquia, y si dividimos el número de muertos en el asedio de Barcelona por el número de parroquias es posible que algún muerto haya, pero no más que en otros cementerios de la ciudad«, explica Molinas.
Las Diadas de 1976 y 1977 como punto de unión
La fuera de la Diada como elemento cohesionador, según este historiador, reside en el carácter antifranquista que tuvo la fiesta. Pone como base los 11 de septiembre de 1976 y 1977, los primeros celebrados tras la dictadura, donde se reivindica «libertad, amnistía y Estatuto de Autonomía».
Una manifestación de amplio espectro que aglutinaba toda la oposición a la dictadura, especialmente socialistas y comunistas, aunque también a nacionalistas catalanes conservadores. «En aquel momento había tres grandes partidos en Cataluña: el PSC, el PSUC y Convergència», explica Molinas.
Un consenso donde llegó a participar el incluso el PP durante muchos años, y que terminó con la eclosión del procés independentista, que ha convertido la fecha en un símbolo de una única forma de entender la catalanidad: «Cs y PP no van, el PSC y los Comuns lo hacen de mala gana, y los únicos que lo celebran con intensidad son los independentistas».