La Barcelona sin policía: crónica de un robo impune en el Raval a plena luz del día
Un joven alemán con el cuello enrojecido implora a transeúntes en la plaza Terenci Moix que llamen a la policía: le han robado violentamente todas sus pertenencias pocos días después de llegar a la ciudad
Miércoles 23 de junio por la mañana. Raval de Barcelona. Un joven alemán de unos 30 años aparece en la plaza Terenci Moix del céntrico barrio de la ciudad. Pide auxilio, que llamen a la policía. Le han agredido cerca de ahí –en Joan Coromines–, le han robado todo lo que llevaba encima: su cartera, su dinero, su documentación y el conjunto de sus pertenencias.
Está nervioso e insiste en que le han intentado matar. Tiene el cuello enrojecido, y relata a los presentes que le han socorrido que han intentado asfixiarle para quitarle todo lo que llevaba encima. Está nervioso, frustrado. «He estado por todo el mundo y nunca me había pasado esto», relataba ansioso el joven agredido en Barcelona.
«He estado por todo el mundo y nunca me había pasado esto»
No contaba con heridas graves, más allá del mal trago del robo violento y el cuello enrojecido por la asfixia. Aparece un amigo suyo que vive en la ciudad, un joven checo que hace tiempo que regenta las calles de la capital catalana. Entretanto, uno de los transeúntes que se acerca a socorrerle hace una primera llamada a la policía.
«¿Necesita asistencia médica?», preguntan desde el 112. La persona que llama pregunta al joven en alemán si lo necesita y este responde que no. Está enfadado, tira las pocas pertenencias que le quedan al suelo con violencia, que están dentro de una bolsa de tela vacía y que, siempre según su relato, también le han roto.
Es un día lluvioso. Los servicios de emergencia dan aviso a los Mossos d’Esquadra, pero nada más se sabe de ellos. El joven está aturdido, está furioso y lanza insultos contra un país que –dice– nunca volverá a visitar. El joven había llegado hacía pocos días a la ciudad que gobierna Ada Colau.
El joven está aturdido, está furioso y lanza insultos contra un país que –dice– nunca volverá a visitar
Su amigo se va un momento. Le pide a la víctima que se quede con la persona que ha llamado a la Policía, que en media hora vuelve. Pasa el tiempo y la víctima se desespera, dice que quiere vengarse de los que le han robado. Está dolido y, según explica, su familia ni siquiera sabe que está en Barcelona.
Pasa el tiempo sin que ninguna patrulla de los Mossos se acerque. Tampoco ha aparecido ningún agente de la Guàrdia Urbana haciendo ruta por la zona. La persona que socorre a la víctima vuelve a llamar al 112. «Pondremos una reclamación de asistencia», dicen desde la centralita.
«La policía no vendrá»
«La Policía no vendrá», se desengaña el joven agredido. Su amigo vuelve e intenta hacerle entrar en razón: no es buena idea el ir tras los que le han atacado. Insiste en esperar al cuerpo policial, que sigue sin aparecer pese a la gravedad de la agresión. Está desesperado, quiere ir tras los que le han robado y darles su merecido.
«¡Los voy a matar!», grita desesperado entre sollozos. Entretanto, la persona que les acompaña llama por tercera vez a la policía. Se da cuenta de que en su móvil tiene una perdida de un número oculto. «¿Será la policía?», se pregunta. Vuelve a contactar al 112, que le confirma que probablemente hayan sido los Mossos, y vuelven a poner otra reclamación.
El joven va serenándose, y se siente agradecido a la persona que ha estado esperándose con él bajo la lluvia en la zona donde se ha producido la agresión. Quiere fumar, pero también le han robado el tabaco y el mechero. Le facilitan un cigarro, mientras la persona que ha llamado a la policía en repetidas ocasiones se acerca a un bar cercano pidiendo fuego.
Quiere fumar, pero también le han robado el tabaco y el mechero
Nadie fuma, y la dueña tampoco tiene nada para que pueda encenderse el cigarro. Finalmente consiguen un mechero. Se sientan en el escalón de un comercio cerrado, al lado de donde la persona ha pedido auxilio. Su amigo le recomienda ir a una comisaría, aunque la víctima insiste en ir a recuperar sus pertenencias buscando a sus agresores.
Finalmente deciden irse, la policía no llega. El amigo de la víctima asegura que irán a una comisaría. El agredido se despide con un abrazo al que le ha socorrido: «Está todo en mis manos ahora». Se produce una cuarta llamada poco después de la tercera al 112, esta vez para evitar que vengan los Mossos. «Si hay alguna novedad, tienen tu teléfono», explican desde emergencias.
«La policía tarda en llegar, !hasta una hora y media!»
El joven que llamó a la Policía se acerca al bar cercano al que fue previamente para explicar el desenlace. La dueña también había llamado para informar de la agresión, y lamentó la tardanza policial: «No te preocupes, si aparecen por aquí y preguntan, les diré: después de una hora, ¿de qué os extrañáis?».
Un cliente entra en la conversación. Explica que hace un tiempo también intentaron robarle, aunque pudo evitarlo porque se defendió. «La policía tarda en llegar, !hasta una hora y media!», exclama. Lamenta la larga tardanza del dispositivo policial, y se abre una conversación sobre si en estos casos es mejor ir directamente a un hospital o a una comisaría.
Si al final el joven alemán recuperó sus pertenencias es un misterio. Por desgracia, no es una novedad que esto suceda en Barcelona, sobre todo con los que la visitan. Uno de cada cinco robos violentos en 2018 en España se produjo en la capital catalana. La mayoría en Ciutat Vella, un distrito castigado por la inseguridad en una ciudad que dejó de ser segura para turistas.