Colau trama el asalto a la política española
La alcaldesa de Barcelona quiere aprovechar la revalida del 26J para cimentar sus opciones como alternativa a Pablo Iglesias
En la Cataluña de hoy no hay liderazgos indiscutibles. Pero la política crea espacios que reclaman a los ganadores, como le está ocurriendo a Ada Colau en el consistorio de Barcelona: «Queremos que el frente amplio que se ha visto en el plenario del Ayuntamiento en los temas económicos cruciales se traslade a un gobierno del cambio».
Así ha expresado su voluntad de ampliar la gobernanza y ganar estabilidad. Y de forma mecánica su argumento de conquistar metas más altas al calor de la precampaña del 26J.
Tras aprobar su ampliación presupuestaria con el apoyo de ERC y PSC y la abstención de la CUP, la alcaldesa asegura que es el momento de ir más allá e invita a estas fuerzas a un pacto de izquierdas. Insta especialmente PSC y ERC a compartir este gobierno.
Barcelona en Comú rompe la hegemonía soberanista ya resquebrajada y soslaya a la CUP, una diosa menor que supo aprovechar la debilidad de Junts pel Sí después de las autonómicas de setiembre.
Cambios de discurso
Una vez más, el municipalismo levanta enormes expectativas. Configura líderes solventes, especialmente ahora que la sociedad se polariza; la izquierda y su amplio espacio señalan a la alcaldesa para llenar el vacío, la orfandad que dejó Pasqual Maragall en el olivo catalán. La caída del voto convergente y la indecisión de Oriol Junqueras restan fuerzas a la mayoría independentista. Se avecina un cambio de formato que sustituya el discurso monocorde del ‘procés’ y anteponga derechos sociales y conquistas económicas.
Colau es el vaso comunicante de todos los pronósticos. «No conviene encerrarse en marcos estrictamente nacionales que a menudo esconden lógicas retrógradas y contrahistóricas», escribe Joan Subirats, el catedrático que sembró el germen politológico de la alcaldesa y que parece susurrarle esta frase en el oído.
Colau se formó doctrinalmente en el IGOP (Instituto de Políticas Públicas de la Autónoma) y profesionalmente en el DESC (Drets Econòmics Socials y Culturals). Por sus venas corre el pretexto gramsciano. Llegará o no; pero desde luego, Colau no parece lampedusiana. Ama el cambio, no su apariencia.
Promesas sin cumplir
Mientras ruedan los dados de la política, el futuro estremece a la calle. Pese a las promesas que hizo Ada Colau en su campaña por la Alcaldía, el Ayuntamiento no ha pasado de las multas simbólicas a los bancos que desahucian a familias de rentas bajas. La alcaldesa antepone los derechos, lo que convierte al ciudadano en sujeto activo. Sin embargo, lo primero que hizo fue aumentar el parque público de alquiler social, y casi arruina las arcas municipales sin modificar la correlación social.
Ante la imposibilidad de evitar los desahucios contra los que tanto había luchado, Colau encontró el amparo legislativo de la Ley 24/2015 de la Generalitat, pero esta última ha sido liquidada por el Tribunal Constitucional. A partir de ahora, atención a los fondos buitres y a la Endesa de Fulvio Conti, muy avezada en el manejo del corte de luz.
La doctrina de la realpolitik
En esta sucesión de hechos, la alcaldesa ha comprobado la diferencia entre un instrumento reivindicativo como la PAH (Plataforma Anti Desahucios) y la gestión pública. La hybris de la ciudadanía no funciona en el poder. Podría decirse que Colau ha abierto los ojos a la realpolitik, la que antepone la relatividad a la doctrina.
Cuando conquistó la alcaldía, impuso la hermenéutica de su doble militancia (feminismo e izquierdismo). En su primer cartapacio se sentó en la silla de la presidencia del plenario, la misma que Xavier Trias había delegado durante cuatro años en el veterano Joan Puigdollers. Colau obligó a Artur Mas a desenterrar la Ley de Barrios, un aldabonazo histórico, el único indicador de Bienestar en tres décadas de Generalitat restaurada, un logro del Tripartito que los soberanistas se pasan por el arco de triunfo.
Colau juega la carta institucional, antes que la partidista. Es la alcaldesa que cerró muy bien la incógnita del Mobile World Congress y que apuesta por el tranvía como estandarte de un nuevo urbanismo. Para la conexión de los tranvías en Diagonal, uno de sus proyectos estrella, ha fichado al ex consejero de CiU, Pere Macias, ingeniero de Caminos y urdimbre de la gobernabilidad. Lealtad y atrevimiento.
Nuevos gestos políticos
La política y el gesto forman una unidad indisoluble. Hace más o menos un año, en junio de 2015, Colau, la activista del PAH, recibió a Isidre Fainé, presidente de CaixaBank y responsable de los convenios de alto contenido social entre el Ayuntamiento y la fundación de la entidad. Fue el día en que en el despacho más austral del consistorio, delante de los frescos de Tàpies y Miró, el financiero convenció al teniente de alcalde Gerardo Pisarello, un peronista de segunda hora y anexionista de las Islas Malvinas.
Barcelona, que un día fue el distrito 11 de Sarajevo, es ahora la ciudad refugio para los sirios que huyen del horror. Colau mantiene viva la subsidiaridad maragalliana. Lidera redes urbanas solidarias y empequeñece al eterno joven Alberto Fernández Díaz, crítico estólido de lo que él considera la «batasunización» del espacio público.
Con miras al Estado
Para cuando haya completado su periplo municipal, Colau no piensa en Cataluña (por lo menos, no en la Cataluña de hoy) sino en el Estado. Quienes la conocen a fondo lo expresan así: «Después del Ayuntamiento, la carrera política de Colau pasará por España, donde están las Cortes, el Gobierno o la alta magistratura, las instituciones con capacidad transformadora».
El lado pragmático de la alcaldesa le corresponde a su compañero sentimental y fiel colaborador, Adrià Alemany, «el representant», como le llaman a sus espaldas, en los pasadizos de la Casa Grande. «El nombramiento de Alemany fue muy criticado igual que el de Vanesa Valiño, la esposa de Pisarello», recuerda Xavier Fina en Sense treva, un libro dulce para el lector y delicadamente corrosivo para los del otro lado de la Plaza de Sant Jaume.
Contraluces de una era
Los contrastes de la era Colau han puesto en el mismo renglón de visibilidad la presencia de Àgueda Bañón, webmaster de estética radical, y el parón de la oferta turística. El Eixample de las azoteas vip del Claris y de la Casa Fuster entiende la moratoria hotelera pinzada entre las quejas del sector y las movilizaciones vecinales.
Muy cerca ya del colapso turístico, la ciudad está marcada por los amagos de Jordi Martí («nunca hubo tanto socialista como ahora en el Ayuntamiento», recuerda Miquel Iceta) y por la ausencia remarcable de un súper-gerente capaz de vincular cultura y urbanismo, como lo fue Ferran Mascarell en la etapas Maragall y Clos, o como lo intentó, durante la Transición, el binomio Socias Humbert–Joan de Sagarra.
Lo que no le falta hoy a Barcelona es el instinto menestral de la Rosa de Foc, aquel tótem que vindicaron los partidarios de la idea. Tenemos comisionado para la Memoria Histórica, un cargo en manos de Xavier Domènech, ganador del 20D, segundo mejor valorado por el CIS, historiador y ufano retirador del busto real de Juan Carlos I en el frontispicio del salón de plenos.