Las colas del hambre en tiempos de Covid: “No teníamos nada porque no había trabajo”
La crisis económica del coronavirus ha diversificado el perfil de los usuarios de los bancos de alimentos: ahora también acuden parejas jóvenes, universitarios y trabajadores de hostelería
Génesis Domínguez tiene 31 años, es madre de dos hijas y ha peleado durante seis años para conseguir un trabajo estable en España desde que llegó de Venezuela. La falta de oportunidades laborales le ha obligado a acudir a los servicios de reparto de alimentos, que se han convertido en un balón de oxígeno para las familias más golpeadas por la crisis del coronavirus.
Antes de que comenzara la pandemia, Génesis había logrado encontrar un empleo temporal como camarera en un bar, mientras que su marido se encargaba de servir las copas en una discoteca. Sin embargo, la entrada en escena de la Covid-19 acabó con sus opciones de trabajar en la hostelería y dejó de nuevo a la familia sin recursos, con ambos en el paro.
Solo con los ingresos de su prestación por desempleo no eran capaces de llenar el carro de la compra, por lo que se aferraron a los servicios que Cruz Roja ofrece para atender a más de 700.000 personas en toda España que no cuentan con recursos para alimentarse. «No tenía ningún ingreso que me permitiera pagar», ha admitido.
Génesis es una de las personas que engrosa la lista, cada vez más larga, de las personas que forman parte de las denominadas colas del hambre. De forma habitual acude a las instalaciones de la organización para buscar un paquete básico de productos que incluye desde alimentos básicos como el arroz, las legumbres, las latas de conserva, la leche, la pasta o los tarros infantiles de fruta hasta material escolar para sus hijas.
La familia ya había ingresado en 2016 en el programa de ayudas de Cruz Roja pero ha sido a raíz de la pandemia cuando la situación se ha vuelto casi insostenible.
Las restricciones a la hostelería provocaron que el matrimonio se quedara sin empleo. «Es una montaña rusa total. Había momentos en el que el siguiente mes no teníamos nada porque ya no había trabajo», relata Génesis.
«Es complicado cargar con todas las cuentas sin trabajo»
Lo más complicado para ambos ha sido tratar de sacar adelante a sus dos hijas durante estos seis años, superando la frustración de no poder ofrecerles siempre todo lo que piden. «Trabajamos duro para que ellas lo tengan todo», ha explicado.
Tras un año marcado por la caída del mercado de trabajo, ahora Génesis ha encontrado su primera oportunidad laboral de carácter estable. El programa de formación de Cruz Roja le ha abierto las puertas para que empiece a trabajar como cajera de supermercado en Alcampo. Un escenario que tal vez le abra la posibilidad de abandonar en el futuro los servicios de reparto de alimentos.
Las colas del hambre se diversifican con la llegada de la pandemia
Génesis Domínguez es uno de los ejemplos del impacto social que ha tenido la crisis del coronavirus. En el último año, la demanda de servicios de reparto de alimentos se ha disparado en España. La Federación Española de Bancos de Alimentos ha pasado de tener 1.050.000 beneficiarios a cerrar 2020 con 1.560.000. Cerca de 300.000 son niños.
La crisis económica de la Covid-19 ha golpeado de una forma más rápida incluso que la financiera del año 2008. En apenas nueve meses, el crecimiento de los servicios de alimentos se han elevado un 50%, frente al incremento del 15% que provocó la Gran Recesión en España.
«Nos hemos superado muchísimo como familia»
Este fenómeno ha provocado que por primera vez el perfil de los usuarios se haya ampliado, llegando a alcanzar también a parejas jóvenes con hijos, personas en media jornada en el sector de la hostelería e incluso estudiantes universitarios.
«Ya no solo necesitan esta ayuda personas en situación de pobreza severa, sino también familias que antes de la crisis tenían rentas medias o bajas», ha explicado a Economía Digital el director de la Federación Española de Bancos de Alimentos, Miguel Fernández.
A la lista se suman los trabajadores que se han visto obligados a recurrir a lo largo de la pandemia a un Expediente de Regulación Temporal de Empleo (ERTE), que todavía protege a casi medio millón de personas.
«El porcentaje que se percibe no es el equivalente a un salario normal, lo que conlleva a que muchas de las personas no puedan pagar el alquiler de un piso, ni comprar alimentos«, ha agregado Fernández.
Los servicios de alimentos sobreviven a las restricciones del coronavirus
Los servicios de reparto de alimentos han visto incrementada su carga de trabajo con la crisis económica, aunque el contexto para poder realizar su trabajo se ha puesto en su contra. Las restricciones sanitarias han acabado con las grandes campañas de alimentación a las puertas de los supermercados y el miedo ha limitado las posibilidades de contar con voluntarios.
El Banco de Alimentos de Zaragoza, por ejemplo, dispone habitualmente de una red de 150 personas para dar servicio a las inmediaciones. Pero la mayor parte de ellos son jubilados, ubicados en una franja de edad que acumula mayores riesgos ante la exposición a la Covid-19. «El mayor problema ha sido la falta de voluntarios», ha explicado José María Fernández, el encargado del almacén en las instalaciones de MercaZaragoza.
El Banco de Alimentos organiza desde ahí el reparto de cerca de 10.000 kilogramos diarios de productos a diferentes organizaciones sociales para que los distribuyan entre sus usuarios. En total, llegan a poner en circulación hasta 500 toneladas de alimentos al año para ayudar a las familias más vulnerables. Este año, la demanda se ha disparado un 20%.
Si algo bueno ha traído la pandemia es que los ciudadanos se han volcado. Aunque las grandes campañas han desaparecido, la Federación Española de Bancos de Alimentos ha recaudado casi un millón de euros para seguir comprando alimentos.
Así, han pasado de contar únicamente con suministro de productos no perecederos a empezar adquirir también carne fresca, que habitualmente la gente no dona. «Estamos dando mejor de comer que hace dos años«, ha celebrado Miguel Fernández, que espera que el flujo de dinero no se frene.