Cientos de voluntarios españoles se vuelcan con los refugiados sirios en Grecia
Los campos improvisados de Tesalónica asumen el testigo de Idomeni entre conflictos de diversa índole
Se pone el sol y miles de personas en Grecia se dirigen a dormir en una pobre y desgastada tienda de campaña. Apenas alcanza los 10 metros cuadrados. En el mejor de los casos cuenta con dos camas metálicas, dos colchones y una mesa. Con suerte, algunos voluntarios han construido un suelo de madera aglomerada –de la mala– en su interior. En otros casos, no tiene absolutamente nada más que la tela. Tocan a una tienda por familia, independientemente de que sea para un soltero, una pareja sin hijos o un matrimonio con siete críos. No son griegos, ni europeos. Son refugiados de guerra. En su mayoría, procedentes de Siria.
Se les nota el hartazgo en la mirada. Y por si quedan dudas, algunos lo cuentan: «Nos hemos jugado el pellejo para escapar de nuestro país –en ruinas por una funesta guerra que explosionó hace cinco años y ha devastado ciudades como Alepo y Damasco–, hemos pasado por Turquía y desde allí hemos invertido nuestros ahorros en mafias que nos prometieron llevarnos a Europa, donde se suponía que nos esperaba un mundo, una vida mejor. Y nos topamos con Grecia. Nos detiene la Policía y nos mete en campos dejados de la mano de Dios. Para esto me hubiese quedado en Siria».
Llevan meses en Grecia. Muchos de ellos fueron desalojados de Idomeni, el mayor campo de refugiados en Europa, creado improvisadamente por las miles de personas que iban a pie siguiendo la vía del tren por el norte de Grecia, en la frontera con Macedonia. Dicen que llegaron a haber entre 8.000 y 15.000 refugiados en Idomeni.
Poco a poco los han ido recolocando en otros campos. Muchos están en el área de Tesalónica, donde actualmente se congregan centenares de voluntarios españoles movilizados indefinidamente o durante sus vacaciones para tratar de ayudar en lo que sea.
No se encuentran facilidades, precisamente. El gobierno griego es opaco en este sentido y trata de evitar que salgan imágenes a la luz sobre las indignas condiciones de vida que tienen los refugiados. Los miembros de ACNUR y demás ONG allí movilizados tragan con las imposiciones del ministerio de inmigración porque es la única manera de que les dejen hacer sus labores con unos mínimos. «Si queréis ayudar debéis aceptar dos normas: ni fotos, ni favoritismos a ninguna familia», avisan los responsables.
Los conflictos entre militares y organizaciones están a la orden del día. Es por ello que las restricciones hacia los voluntarios nuevos o independientes son fuertes. Exigen mucha burocracia: solicitudes con más de dos meses de antelación que en muchos casos ni son respondidas.
Elpida y Kalochori, rayos de esperanza
Al final, las masas acaban confluyendo en los grupos que ponen menos trabas. Un ejemplo es la organización Together For Better Days. Después de trabajar en los campos de la isla de Lesbos, dirigieron sus esfuerzos al norte de Tesalónica. Allí lograron la autorización del ministerio griego para arrancar un campamento de refugiados independiente que fue bautizado como Elpida Factory.
Más de 250 voluntarios españoles –amplia mayoría– se sumaron a esta iniciativa, siendo mucho más elevado el número que hay por toda Grecia. Sin embargo, los retrasos en la llegada de refugiados al campamento propiciaron que muchos de estos voluntarios asumiesen un rol independiente y buscasen otros campos en los que prestar ayuda.
Elpida cuenta con un presupuesto aproximado de un millón de euros que proviene de tres actores –Better Days, la fundación Radcliffe y el gobierno griego– y está preparado para acoger a unas 800 personas. Es una fábrica antigua, como ocurre con muchos de los campamentos, cuyos 6.000 metros cuadrados han sido restaurados y acondicionados para recibir a los refugiados en unas condiciones decentes de salubridad. Las habitaciones, con paredes y camas de verdad, están preparadas para acoger solo a familias: las hay para un mínimo de cuatro personas y hasta un total de 14.
Los baños no son de plástico –como en los conciertos, y en la mayoría de campos griegos– y ponen a disposición de las familias tres cocinas comunitarias, un club social para mujeres, una sala de ordenadores, una escuela –hay campos que no tienen– y varias pistas de deporte o un pequeño parque para los más pequeños. Es, como publica el Deutsche Welle, un «rayo de esperanza para los refugiados en el norte de Grecia».
Sin embargo, su capacidad está limitada. Los primeros refugiados que llegaron a Elpida procedían del campo de Lagadikia (con capacidad para 876 personas) –donde un colectivo de voluntarios españoles independientes asumió labores de educación para un grupo de unos 25 adolescentes huérfanos que estaban completamente desatendidos–, cuyas condiciones no eran las mejores. Por el momento, están priorizando el traslado de los más necesitados.
Hay otras excepciones, contadas, como Kalochori, donde hay apenas 400 refugiados, todos de etnia kurda, y cuentan con la implicación sin reservas de personas como Diane y Giulia, que se desviven por proporcionarles las mejores condiciones posibles. En las instalaciones del viejo SK Market también ha convivido –haciendo noche en la ciudad– un amplio grupo de voluntarios españoles independientes en sintonía con miembros de algunas ONG internacionales como IHA (Intereuropean Human Aid) o Terre des Hommes.
La última acción ha consistido en construir una cocina comunitaria en el pueblo para que puedan ir allí a cocinar lo que quieran y así escapar a los problemas de alimentación que se generan por los repetitivos menús que comen día tras día: pasta, patatas y arroz son los platos habituales, siguiendo una dieta muy alejada de sus costumbres.
Campos conflictivos, problemas alimenticios
Mucho peores son las condiciones del resto de campos en Tesalónica. Los problemas con los alimentos se multiplican, ya que allí no hay nadie que ponga remedio. Además, al ser campos más grandes, coinciden personas de distintas etnias y muchas noches hay conflictos, peleas o navajazos. También en Idomeni se respiraban problemas de este tipo. Así lo reconoce un refugiado de Kalochori: «Al ser kurdos, en Idomeni sufríamos amenazas casi todas las noches, no podíamos dormir tranquilos. Aquí estamos mucho mejor dentro de lo que cabe, pero este no es nuestro sitio».
Los campos más conflictivos de la zona son los de Oreokastro (1.500 refugiados) y Softex (1.200, aunque tiene capacidad para 1.500 personas), donde las peleas son habituales y también el tráfico de distintas sustancias. En estos campamentos hay mercadillos interiores donde se puede comprar tabaco, fogones portátiles o fruta. También es habitual ver un espacio para barbería masculina e, incluso, a jóvenes haciendo masa de pitas. El estado de los edificios, el suelo y las tiendas de campaña militares son deplorables.
Otros campos en la zona que necesitan ayuda urgente –aunque luego pongan trabas para recibirla– son los de Diavata (capacidad para 2.500 personas), Vasilika (1.500), Karamanli (600), Sindos-Frakapor (600), Dervenil (850), Vagiochori (630) y Sinatex (500). Más al norte hay otros dos importantes focos de conflicto a los que han ido a parar, también, buena parte de los desalojados en Idomeni: Nea Kavala (4.200) y Cherso (4.000).
Al menos, hay 57 campos oficiales
Solo en el área de Tesalónica –donde se han llevado a cabo diversas manifiestaciones bajo el lema No Borders en las últimas semanas– hay 12 campos de refugiados dependientes del gobierno griego y vigilados por su ejército. Sumando alrededores y el resto del norte de Grecia, la cifra aumenta a 22 campos. Esto sin contar proyectos independientes como Elpida o las casas okupa de refugiados, tipo la que se ha organizado en Orfanotrofio.
En Atenas hay muchas más casas okupa con el mismo fin, aunque al no estar autorizadas por el ministerio cuentan con más dificultades para el abastecimiento. En los alrededores de la capital helénica se congregan otros 16 campamentos. A ellos hay que sumar 19 campamentos más distribuidos por el resto del territorio griego, tanto peninsular como las islas.
Estamos hablando de 57 campos oficiales, más los que no lo son y las casas okupa para acoger a más de 500.000 refugiados de guerra e inmigrantes solo en Grecia –hay muchos más en Turquía, El Líbano o Jordania–. La mayoría lleva meses esperando la resolución de su petición sobre el derecho de asilo. Los sirios tienen prioridad sobre otras naciones para poder entrar legalmente en Europa y también los que se acogen a la reunificación familiar. Muchos quieren ir a Alemania, aunque cada vez más empiezan a aceptar que el destino es lo de menos mientras les liberen de esa «prisión» –como llama el joven Mahmad a Orekoastro– y puedan rehacer su vida.