Carmena recuerda en la Mercè a los presos políticos… de los años 60
La exalcaldesa de Madrid aboga por el diálogo en Cataluña en un pregón medido para no pisar ningún charco que salpique a Colau
A Manuela Carmena la anunció Ada Colau como pregonera de la Mercè y a los pocos días la exalcaldesa de Madrid se despachó dejando claro, que, a diferencia de su anfitriona, no cree que los líderes independentistas procesados y en prisión preventiva sean presos políticos «en absoluto», lo que propició críticas tanto a ella como a Colau, que sí busca congraciarse con el soberanismo, por haberla escogido. Este viernes, llegada la hora de dar el pistoletazo de salida a la fiesta mayor de Barcelona, Carmena fue más prudente y se limitó a recetar diálogo. Eso sí, más allá de eso, no hizo concesión alguna al argumentario independentista. Se acordó de los presos políticos, sí, pero de los de los años 60.
A Carmena la introdujo Colau, que, ella sí, se acordó del exconseller y ahora concejal barcelonés Quim Forn y del resto de líderes independentistas en prisión preventiva, pese a arrancar su alocución anticipando. «No hablaremos de la actualidad de la política institucional porque estos días de eso ya se habla bastante». Y pese a ello, hizo «una llamada a sacar el debate de los juzgados y devolverlo a la política». La pregonera no secundó la llamada.
Carmena recordó en su pregón que hace medio siglo vivió dos años en Barcelona. Llegó en 1966 con su marido, ambos en condición de estudiantes represaliados expulsados de la universidad de Madrid. La exalcaldesa madrileña, entonces recién licenciada, evocó a las personas que conoció en el barrio de chabolas de la Bomba -en realidad ubicado más allá de las fronteras de la ciudad, en l’Hospitalet de Llobregat. Entre ellas, Pura, una «madre coraje» a la que defendió tras ser detenida en una celebración del 1 de mayo y que aprendería a leer en la cárcel.
Aunque no usó esa expresión para referirse a ellos, hubo en su discurso más presos políticos, pero siempre enmarcados en aquel tardofranquismo barcelonés de su juventud. «De la Barcelona de entonces también recuerdo aquel antiguo juzgado de guardia en donde algunos abogados intentábamos rescatar a tantos de aquellos encausados por haber escrito o dicho aquello que no ‘debían’, digámoslo hoy entre comillas. Eran cautivos del odiado Tribunal de Orden Público», evocó. Y que entre la lista de los que conoció en esa tesitura y que después «han sobresalido felizmente en democracia», estuvo aquella Montserrat Roig que dejó dicho que si ella no era hija del 68 es porque era hija de la Capuchinada, que se adelantó dos primaveras al mayo francés.
Carmena también se refirió en su pregón a los derechos humanos, esa «grandísima conquista de la humanidad», pero de nuevo eludiendo cualquier referencia al papel que el independentismo les reserva en su paquete reivindicativo. Se limitó a calificar a Barcelona de «campeona de la compasión» y a acordarse de los refugidados, «esa oleada de hombres, mujeres y niños que mueren al borde de las asesinas fronteras del mar y los muros» que también mereció espacio en la alocución de Colau, que fue casi más larga que la de la propia pregonera, más breve que en otras ediciones.
Carmena receta «hablar y escuchar»
Eso sí, lo cortés no quita lo valiente, así que, para que la situación política salga del atolladero en el que está instalada en Cataluña, Carmena abogó por buscar una solución en Cataluña a partir del diálogo.
La jueza emérita puso el ejemplo de una empresa de publicidad que en 2016, «a modo de armisticio en la guerra de banderas desatada» entre Barcelona y Madrid, colgó de las ventanas de sus oficinas en la Gran Vía madrileña una pancarta blanca en la que solo se leía la palabra «parlem, y poco después, otro cartel en su sede en Barcelona con la misma consigna pero en castellano: «hablemos». Preguntar de qué y en qué términos sería pedir demasiado a un brindis al sol lanzado para abrir una fiesta mayor sin mayores complicaciones.
Se trata simplemente de «hablar y escuchar», así, intransitivamente, pues esa y no otra», entiende Carmena, «es la identidad» de Barcelona, y porque también «son verbos que describen la esencia de la democracia, esa democracia que nos trajo la libertad y que no podemos dejar de mimar y cuidar». Algo que hay que hacer «con interés, inteligencia y respeto a nuestras normas, a nuestras reglas».
Democracia y libertad es lo que a menudo reclama el independentismo como si se tratara de objetivos aún por alcanzar, así que a Carmena se le entiende todo, por más que aterrizara en Barcelona sin ganas de pisar ningún charco ni meter en ningún jardín a su anfitriona, una Colau que sí compra ese discurso «antirrepresivo» que lleva por bandera el independentismo y al que su pregonera, con sus galones de icono de la izquierda y antigua activista antifranquista, sigue mostrándose refractaria.