Periodismo y democracia: ¿vanguardia o última defensa?
El brexit y Trump se produjeron contra la corriente prevalente en los medios de referencia. Se equivocaron frente a una constelación de cabeceras digitales
El periodismo atraviesa la mayor revolución desde la invención de la imprenta. Los cambios en la difusión masiva de información y opinión abarcan desde la tecnología a la propiedad de los medios; desde los canales de difusión de noticias hasta los criterios con que se seleccionan; desde la competencia de los periodistas a su deontología.
Pero la relación entre prensa y poder y las líneas que separan la información de la propaganda no han cambiado en lo esencial desde que Churchill y Orwell cultivaron el periodismo como profesión y como instrumento político hace casi un siglo.
El brexit y la victoria presidencial de Trump se produjeron contra la corriente prevalente en los medios de referencia escritos y electrónicos, principalmente la televisión, del Reino Unido y de los Estados Unidos. La prensa “seria” (y las empresas de opinión) no creyeron ni en uno ni en otro y se equivocaron.
La relación entre prensa y poder no ha cambiado en lo esencial desde que Churchill y Orwell cultivaron el periodismo como profesión
Pasó algo nuevo: una constelación de cabeceras digitales encabezadas por Breitbart News entró en resonancia con un sector de los medios tradicionales; entre ellos, la cadena Fox News del magnate crossmedia Rupert Murdoch, en EE.UU., y sus periódicos en Inglaterra, desde el tabloide The Sun hasta el venerable The Times.
Junto con las redes sociales, un ecosistema de opinión compartida provocó la mayor crisis de la Unión Europea desde su creación y el mayor cisne negro político de la historia americana, ambos de trascendencia planetaria y consecuencias incalculables para sus países y el mundo.
La tensión entre información, desinformación (fake news) y propaganda han difuminado los conceptos de verdad, objetividad e independencia. Ya no existe una verdad comúnmente aceptada de unas fuentes investidas de credibilidad, sino tantas verdades como audiencias.
La tensión entre información, desinformación (‘fake news’) y propaganda han difuminado los conceptos de verdad
La información ha dejado de ser materia primaria del periodismo concebido como servicio público para convertirse en ingrediente de un producto segmentado, dirigido alimentar la emociones de distintos públicos, que eligen el que más satisface sus creencias y prejuicios.
Las enseñas tradicionales y las nuevas, surgidas del big bang digital, compiten entre dos modelos opuestos. Uno, minoritario y de calidad, basado en la ponderación, datos contrastados, crítica al poder y separación tangible entre información y opinión. Y otro, cada vez más prevalente, que responde a una nueva economía de la atención. Cuando el acceso universal a un ingente número de medios es instantáneo, el recurso más escaso no es la información sino la audiencia. Al periodismo popular (el penny press anglosajón de hace un siglo) lo ha sustituido un periodismo populista acorde con los tiempos.
Grandes diarios como el New York Times, el Washington Post y The Guardian han logrado disparar la suscripción a sus ediciones digitales tras el brexit y la elección de Trump. Su público es activamente contrario a la realidad sobrevenida en sus países y pertenece a las élites más ilustradas. Pero ¿pueden cambiar el curso de la historia? De momento, sus revelaciones no han logrado reducir significativamente el apoyo a Trump o al brexit entre sus partidarios. Sencillamente, no les creen. Pero si logran descubrir la “pistola humeante” que pruebe que Trump trabaja para los rusos o que el Reino Unido se arruinará en cinco años, la historia sí puede cambiar.
‘New York Times’, el ‘Washington Post’ y ‘The Guardian’ han logrado disparar la suscripción a sus ediciones digitales tras el brexit y la elección de Trump
A finales del 2016, el Parlamento Europeo publicó un informe sobre los peligros que acechan a los medios en la Unión Europea. Los más inmediatos son evidentes en Polonia y Hungría, donde el primer ministro Viktor Orban comenzó su intento de implantar una democracia “iliberal” por amordazar a la prensa.
La Eurocámara alerta sobre “una red política y económica no-transparente” en la UE que impide a los medios “cumplir con su papel democrático de informar a los ciudadanos sobre asuntos de interés público”. A la concentración y transnacionalidad en la propiedad de los medios se suma una mayor intervención del poder político, que “amenaza con provocar un fallo sistémico de la democracia”.
España no es ajena a estos fenómenos. Entre diciembre de 2013 y noviembre de 2014 cambiaron los directores de los tres principales diarios españoles (El País, El Mundo y La Vanguardia), que también lideran la información online.
En España cambiaron los directores de los tres principales diarios españoles en menos de un año
Desde entonces moderaron sensiblemente su crítica al Gobierno del PP y, en el último caso, su complacencia con el independentismo catalán. De igual manera, la propiedad de los grandes medios está en manos de número reducido de grupos, varios con accionistas internacionales y algunos en apuros económicos que los hacen susceptibles a presiones del mundo financiero.
La instrumentalización de los medios se extiende a las radiotelevisiones autonómicas. Registran pérdidas crónicas pero, salvo Canal 9, sus gobiernos –sin distinción de siglas— los mantienen.
Destacan Cataluña y su buque insignia, TV-3. Cuando se calmen las aguas, interesará medir el papel de la TV catalana (y de las subvenciones de la Generalitat a los medios escritos en catalán) a la hora de fomentar y sostener hasta sus últimas consecuencias el reto independentista.
La transformación del periodismo en España no se limita a su propiedad o su línea editorial. La revolución digital ha originado una profusión de medios nativos digitales. Algunos aspiran a ganar audiencia y credibilidad con un periodismo de calidad. Otros practican diferentes versiones de periodismo populista, mezcla de sensacionalismo, agresividad y sesgo político, a menudo presentado como “inconformismo” o “independencia”.
Algunos nativos digitales aspiran a un periodismo de calidad, mientras que otros practican periodismo populista
Algunos directores de estos último actúan como auténticos agent-provocateur metabolizando una provechosa simbiosis entre la necesidad de las televisiones de disparar las audiencias (La Sexta Noche, Al Rojo Vivo) y la de su propio medio de generar clics. Y ello afectando por igual a propuestas de distinto color ideológico, pues practican el mismo juego en la disputa por los usuarios únicos: Eduardo Inda (OKDiario), Jesús Maraña (Publico), Ignacio Escolar (elDiario.es) o Casimiro García Abadillo (El Independiente), por citar unos pocos.
¿Sigue siendo el periodismo el garante más tenaz de la libertad? ¿O es el último dique frente al la marea populista y los nacionalismos, nuevos y antiguos, que amenazan con llevarse por delante 70 años de sistema demoliberal?
Es pronto para un veredicto, pero lo que es seguro es que, sin un periodismo libre, independiente y comprometido con la verdad, la democracia no es posible. Y hoy, ese periodismo está amenazado.
*Artículo publicado en mEDium, anuario editado por Economía Digital