Auge y caída de Podemos: de las urnas a las purgas de Iglesias
Pablo Iglesias logró el objetivo de llevar el partido al Gobierno pero su marcha, las batallas orgánicas y la pérdida de peso territorial ponen en duda el futuro del proyecto
“El cielo no se toma por consenso, se toma por asalto”. Pablo Iglesias llevó hasta las últimas consecuencias estas palabras, pronunciadas en la primera Asamblea de Podemos, para llegar al Gobierno. Logró el objetivo, pero por el camino fue perdiendo colaboradores y votos. Ahora, con el partido en La Moncloa y él fuera de la política, el panorama de cara a las elecciones de 2023 no es nada halagüeño.
Podemos afronta las municipales, autonómicas y generales de dentro dos años con la amenaza de quedarse fuera de grandes ayuntamientos y parlamentos autonómicos y no lograr, en el Congreso, una representación suficiente para revalidar el gobierno de coalición con el PSOE de Pedro Sánchez.
El escenario es totalmente diferente al ya lejano mes de enero de 2014, cuando Iglesias y el resto de fundadores de Podemos decidieron poner en marcha el partido. El objetivo era capitalizar en las urnas el descontento del 15-M, y los resultados en aquellas elecciones europeas de mayo anticiparon una importante irrupción en el panorama político.
En esos comicios, un partido recién creado, y del que algún ministro del Gobierno Rajoy admitió en privado no conocer de su existencia, obtuvo cinco escaños. Los ocuparon Pablo Iglesias, Teresa Rodríguez, Lola Sánchez, Pablo Echenique y Tania González, número 6 en la lista, que ocupó la vacante dejada por el juez Carlos Jiménez Villarejo, número 3.
El éxito electoral fue el resultado de la gran exposición mediática de Pablo Iglesias. El profesor de Ciencias Políticas en la Complutense se convirtió casi en un fenómeno televisivo, con apariciones primero en Intereconomía y, después, convirtiéndose en un habitual de las tertulias de Cuatro y La Sexta. Una participación en medios a la que no renunció tras lograr escaño en Bruselas.
El proyecto político se había puesto en marcha y había que consolidarlo, tanto de puertas para afuera como, también de puertas para dentro. Por ese motivo, Podemos celebró su primera Asamblea Ciudadana, en Vistalegre, para componer la ejecutiva de la formación seis meses después de las europeas, en noviembre de 2014.
Iglesias se rodeó del resto de fundadores de la formación, que componían su círculo de confianza: Juan Carlos Monedero, Íñigo Errejón, Carolina Bescansa y Luis Alegre. De ellos, solo Monedero se mantiene en la órbita del partido, y con un cargo más bien simbólico, como la dirección del ‘Instituto 25 de Mayo’, el ‘think tank’ de Podemos.
Las elecciones de 2015 y la guerra Iglesias-Errejón
Con una organización interna fuerte y las encuestas a su favor –algunos barómetros del CIS le situaron como la primera fuerza política en intención directa de voto-, Podemos afrontó sus primeras elecciones autonómicas en marzo de 2015 en Andalucía.
Teresa Rodríguez, que abandonó Bruselas para ser cabeza de lista, situó al partido tercero en esos comicios, aunque Susana Díaz prefirió formar gobierno de coalición con Ciudadanos.
Dos meses después, llegaron las elecciones municipales y autonómicas de mayo de 2015, que convirtieron a Podemos en socio preferente del PSOE para que los barones socialistas accedieran a los gobiernos regionales. En algunos casos, como en la Comunidad Valenciana o a mitad de legislatura en Castilla-La Mancha, los morados obtuvieron consejerías.
El mayor éxito de esos comicios fue, no obstante, a nivel local. Las marcas municipales impulsadas por la formación lograron la alcaldía de las grandes ciudades de España: Manuela Carmena en Madrid, Ada Colau en Barcelona, Pedro Santisteve en Zaragoza, Xulio Ferreiro en La Coruña y ‘Kitchi’ González en Cádiz.
Ese éxito, sin embargo, se convirtió también en una amenaza para Pablo Iglesias. Otros tipos de liderazgo, con proyectos propios, empezaban a caminar de forma independiente a Podemos. Y reclamaban una libertad de movimientos que Iglesias se resistía a aceptar.
Las elecciones generales de diciembre de ese año, sin embargo, sirvieron para aplazar unos debates organizativos que, sin embargo, estallaron tras el ‘no’ de Rajoy al Rey para someterse a la investidura.
Fue entonces cuando Iglesias, en contra del criterio de algunos de sus más estrechos colaboradores, exigió a Pedro Sánchez la vicepresidencia, los ministerios de Economía, Defensa, Educación, Justicia, Interior y el control de RTVE para alcanzar un acuerdo de investidura que propiciara el primer gobierno de coalición a nivel nacional.
La respuesta de Sánchez fue pactar con Albert Rivera y pedir el respaldo de Podemos para evitar nuevas elecciones. Íñigo Errejón y Carolina Bescansa pidieron a Pablo Iglesias que cediera, pero el secretario general no dio su brazo a torcer y forzó nuevas elecciones generales.
El objetivo era dar el ‘sorpasso’ al PSOE y, para ello, Iglesias pactó con Alberto Garzón sumar IU a la candidatura, apareciendo por primera vez la marca electoral de Unidos Podemos. Errejón dejó clara su oposición a esa alianza, que no logró los resultados esperados: la suma Podemos-IU solo sumó un escaño más con respecto a diciembre de 2015.
De Vistalegre II a 2019: escisiones, pérdida de votos y ‘coalición salvavidas’
Con Rajoy reelegido presidente y el PSOE sumido en una crisis de liderazgo tras el cese forzoso de Pedro Sánchez, Pablo Iglesias convocó la segunda asamblea ciudadana, Vistalegre II, para ratificar su hegemonía orgánica en Podemos.
Para entonces, la ejecutiva nacional ya se había enfrentado y disuelto direcciones autonómicas díscolas y se habían producido ceses fulminantes, como el del secretario de Organización, Sergio Pascual. Luis Alegre, uno de los fundadores, también había abandonado el proyecto.
Ante ese panorama, Íñigo Errejón decidió dar un paso al frente y confrontar con Iglesias en la votación del proyecto político de Podemos. No se postuló a la secretaría general, pero de haber ganado esa votación hubiese puesto la continuidad del líder en cuestión.
El hoy diputado de Más Madrid no tuvo ningún tipo de opción: el pacto de Pablo Iglesias con lzquierda Anticapitalista, integrada en Podemos desde 2014, le permitió blindar una importante victoria que, además, supuso el ascenso definitivo de Pablo Echenique en el organigrama de la formación morada.
Comenzó entonces un periodo de dos años con un constante goteo de dimisiones. La más sonada fue la de Carolina Bescansa, pero hubo muchas más. Para entonces, los proyectos de Ada Colau en Cataluña, la Marea de Galicia, el de Manuela Carmena en Madrid, y el de Teresa Rodríguez en Andalucía ya habían logrado una autonomía que seguía preocupando, y mucho, a Iglesias.
En Andalucía, de hecho, el secretario general usó su alianza con Alberto Garzón para imponer una coalición electoral a Rodríguez con IU en diciembre de 2018 que, a la postre, supuso el detonante definitivo para una ruptura que se consumaría meses después.
Apenas unas semanas después de esos comicios andaluces, Iglesias recibió la noticia que llevaba tiempo temiendo: Íñigo Errejón, ‘reciclado’ tras Vistalegre II para ser candidato de Podemos en la Comunidad de Madrid, abandonaba el partido para liderar un proyecto nuevo, el de Más Madrid. Una marca que también empleó Manuela Carmena para las municipales de 2019.
Esas elecciones de mayo se produjeron después de las generales de abril, con una victoria de Pedro Sánchez que fue vista por Iglesias como la oportunidad definitiva para entrar en un gobierno de coalición.
Los resultados de Podemos en las municipales, autonómicas y europeas del 26-M, sin embargo, fueron más malos de lo esperado: la formación dejó de ser necesaria en feudos socialistas como Castilla-La Mancha y Extremadura y, aunque logró entrar en los gobiernos de Aragón y Baleares, Sánchez vio en la debilidad del partido un argumento de peso para gobernar en solitario.
En los meses posteriores, Iglesias trató de presionar a Sánchez mientras varias ejecutivas autonómicas eran purgadas o se disolvían. El presidente en funciones no dio su brazo a torcer hasta después de la repetición electoral. Con PSOE y Podemos dejándose votos de abril a noviembre, ambos pactaron un gobierno de coalición 48 horas después de la cita con las urnas.
Apenas cinco años después de su fundación, Podemos había logrado el objetivo de llegar al Gobierno. La coalición supuso todo un ‘salvavidas’ para la formación que, sin embargo, no supo rentabilizar su llegada al poder para volver a movilizar a su electorado.
El 4-M y el fin de una etapa
El retroceso electoral de Podemos quedó patente en País Vasco y Galicia en 2020, y se confirmó definitivamente este 2021. En Cataluña Jéssica Albiach, de En Comú Podem, salvó los muebles conservando los ocho escaños de los anteriores comicios, pero las elecciones del 4-M en Madrid fueron demasiado para Pablo Iglesias.
El vicepresidente del Gobierno abandonó el Ejecutivo sin haber logrado convencer a Sánchez en sus principales reivindicaciones –Ley de la Vivienda y subida del salario mínimo interprofesional- con el objetivo de salvar a un partido que corría el riesgo de quedarse por debajo de la franja del 5% de los votos y, por tanto, sin representación.
El ‘efecto Iglesias’ evitó males mayores. El partido logró un 7,24% de los votos y 10 escaños, tres más que en 2019. El resultado, sin embargo, se antojaba muy pobre para todo un ex vicepresidente del Gobierno que, además, se presentó a las elecciones de Madrid pidiendo que “hable la mayoría”.
En la misma noche electoral del 4-M, y consciente de su derrota, Pablo Iglesias anunció su dimisión, poniendo en marcha un relevo controlado que ha llevado a Ione Belarra a la secretaría general de Podemos. El objetivo, ahora, es blindar una bicefalia al estilo del PNV, con la ministra de Derechos Sociales al frente del partido y Yolanda Díaz como futura candidata a las generales.
La hoja de ruta está marcada en esta nueva etapa, pero las dudas sobre el futuro electoral de Podemos no paran de crecer dentro de un partido que, además, está sufriendo el desgaste de gobernar. Una vez conquistado el cielo, el mayor temor para los morados es ser desalojados de él: cuanto más alto se está, más dura es después la caída.