Así presiona Puigdemont a los alcaldes para arrastrarlos a Junts
Puigdemont dirige cartas a todos los alcaldes del Pdecat: "Ha llegado el momento. Nos atrevimos a pedirte desde Waterloo que nos ayudes"
El mismo Carles Puigdemont que hace apenas tres semanas emplazaba a explorar un pacto electoral de las formaciones postConvergència se dedica desde hace varios días a presionar a alcaldes del Pdecat para absorberlos en Junts per Catalunya. Y todo ello para indignación de muchos de los alcaldes pretendidos.
«Obviamente está demostrando no tienen nada en el territorio. Y después dicen que no presiona», dice uno de los ediles que ha recibido la carta firmada por Puigdemont y por el secretario general de JxCat, Jordi Sànchez.
Ni Puigdemont ni Sànchez se andan con muchos rodeos: «Nos atrevemos a pedirte desde Waterloo y desde Lledoners, como cargo electo que eres, que nos ayudes a hacer más vivo, más fuerte y más eficaz el proyecto de Junts per Catalunya». Y, a continuación, prometen que un cambio de militancia del Pdecat a JxCat permitirá «gobernar mejor».
El nuevo partido de Puigdemont busca desesperadamente cuadros y estructura territorial a costa del Pdecat, cuya principal fuerza es precisamente la alienación con la dirección de 130 alcaldes de Cataluña. Pero el líder huido ha conseguido traer a su terreno a un buen puñado y quiere más. «Ya son muchos alcaldes y alcaldesas, concejales y concejales, que se han afiliado a Junts», dice en la misma carta en la que subraya que ya cuenta con 5.000 afiliados.
«El momento ha llegado»
Puigdemont y Sànchez no ocultan su deseo de triturar al Pdecat pese a las cíclicas llamadas que realiza a la unificación del espacio postconvergente. «Sois muchas las personas que en las pasadas elecciones municipales decidisteis implicaros en los diferentes proyectos municipales y ahora es la hora, y con razón, la ordenación del espacio político. Este momento ha llegado y te invitamos a ser partícipe», dicen en su carta.
En realidad, la obsesión de Puigdemont de engullir al Pdecat procede en hueso duro de roer, y lo que parecía un partido frágil ha escapado a las lógica del expresidente fugado, que contaba con un hundimiento de la formación de David Bonvehí si abandonaba el nido.
Las discrepancias con el Pdecat empezaron desde la misma fundación de Junts per Catalunya. Puigdemont amagó con presentarse a las elecciones del 21D de 2017, las primeras tras la aplicación del artículo 155 de la Constitución, con una agrupación de electores y presionó a la formación posconvergente, entonces dirigida por Marta Pascal, para que le dejara saltarse las normas del propio partido y hacer una lista a dedo con los nombres que quisiera.
Esa candidatura, que Puigdemont llenó de independientes y perfiles del Pdecat afines a su causa, fue el principio del fin. El entorno de Waterloo comenzó con su acoso y derribo a Marta Pascal para que transitara hacia JxCat y entregara el partido.
La exdirigente, que se batía su futuro en el congreso que la formación posconvergente tenía en julio de 2018, respondió registrando Junts per Catalunya como partido y poniendo a su amiga Laia Canet al frente. Puigdemont respondió anunciando la creación de la Crida Nacional per la República, un movimiento que estaba preparado para presentarse a las elecciones si fuera necesario.
Pascal no aguantó la presión de Waterloo, que consiguió que dimitiera amenazándola con romper el partido, y el encuentro se cerró en falso con David Bonvehí de líder y Míriam Nogueras –satélite de Waterloo– de vicepresidenta. Los embistes fueron en aumento ante la presión de Puigdemont para unificarse, y pese a las insinuaciones del Pdecat para romper antes de las municipales y las generales, se presentaron juntos.
Eso provocó que los últimos feudos donde el Pdecat mantenía el control –el Congreso y el ayuntamiento de Barcelona– acabaran cayendo en manos de Waterloo. Laura Borràs lideraría a los diputados de Madrid invisibilizando a figuras del otro bando como Sergi Miquel o Ferran Bel. Elsa Artadi haría lo mismo en la capital catalana, pese a que concejales como Neus Munté o Jordi Martí han dado el salto a JxCat.
En una posición de debilidad extrema, Puigdemont azuzó a sus adeptos dentro del Pdecat para forzar un compromiso de la Dirección Ejecutiva Nacional para que transitaran hacia Junts per Catalunya. El Consejo Nacional de la formación aprobó por amplia mayoría ese tránsito, pese a ser un texto ambiguo y lleno de generalidades. Bonvehí quería crear una nueva CiU: el partido de Puigdemont y el Pdecat bajo la sigla de una federación que sería JxCat.
Puigdemont solo aceptaba la disolución del Pdecat y la inclusión de sus miembros en las filas del Junts per Catalunya. Ante la imposibilidad de un acuerdo y, pese a que ambas partes habían firmado un compromiso que impedía a ambos usar la disputada marca en caso de no-acuerdo, el partido satélite de Waterloo consiguió maniobrar para que Laia Canet cediera el testigo en una asamblea virtual a Carles Valls, alcalde de Balenyà afín a Puigdemont.
Pese a que el partido celebró su congreso fundacional de forma telemática, el Pdecat insistió en llegar a algún acuerdo. Ante unas negociaciones estancadas, el Partit Demòcrata decidió denunciar a los dirigentes de Waterloo por usurpación de la marca y por haber celebrado una asamblea fraudulenta para cambiarle el nombre al partido. Eso provocó que Puigdemont, y un consiguiente alud de seguidores, se dieran de baja de los posconvergentes.
La batalla sigue judicial abierta, pese a que la justicia ha dado la razón a Puigdemont y permitirá que se pueda presentar bajo la fórmula de JxCat en las próximas elecciones catalanas. Puigdemont esperaba que el Pdecat se hundiera, y pese a que 30 de los 34 diputados del Parlament son fieles a su causa, 200 de los 370 alcaldes se han quedado en la posconvergencia.