28-A: Ciudadanos se encarniza con el PP en el sprint final
Rivera recrudece el pulso con Casado por el centro derecho con el fichaje de Garrido. "Ajustes de cuentas madrileños", dicen en el PP para quitar hierro
Si las elecciones del domingo son también “las primarias de la derecha”, como se refirió irónico Pedro Sánchez al cuerpo a cuerpo entre Albert Rivera y Pablo Casado que catalizó el bronco debate del martes, son unas primarias a cara de perro. Más después del último golpe de efecto -y directo a la mandíbula del PP- que Ciudadanos se sacó este miércoles de la manga anunciando el fichaje del expresidente de la comunidad de Madrid Ángel Garrido a apenas cuatro días de los comicios.
Lo que tocaba en el antepenúltimo día de campaña era resaca posdebate. Y, por lo que respecta a Cs y PP, eso equivalía a hurgar en la falsedad de la carta con la que Sánchez acusó en el plató de Atresmedia al gobierno que comparten ambas formaciones en la Junta de Andalucía de elaborar, al dictado de Vox, listas negras de trabajadores vinculados a la lucha contra la violencia de género.
La carta, que pedía datos personales de esos empleados, era en realidad una petición hecha por unos particulares, que la Consejería de Turismo remitió a los empleados por si querían darlos al estar obligada por la ley de transparencia a trasladar la petición de información. El propio secretario de organización del PSOE, José Luis Ábalos, admitió el patinazo en La Sexta, aunque fuera con la boca pequeña y desviando la atención hacia la connivencia de PP y Cs con Vox en Andalucía.
Por lo demás, el PP insistía en reclamar el voto útil a los votantes de centro derecha y constitucionalistas, como hizo Casado en su minuto de oro, y, con las listas ya publicadas en el Boletín Oficial del Estado, Cs anunciaba que el filósofo Fernando Savater cerraba su candidatura al Parlamento Europeo.
La bomba pilla a Casado por sorpresa
Pero todo eso quedaría en nada cuando el partido naranja soltó la bomba, que en Génova y allí donde estuvieran los candidatos populares –a Casado la noticia lo pilló en un acto en Sevilla- cayó además por sorpresa: Garrido, tras tres décadas en el PP, renunciaba al cuarto lugar en la candidatura del PP a las europeas, el premio de consolación que le dieron tras negarle la cabeza de la lista a la Asamblea de Madrid, y se integraba en la candidatura madrileña del partido naranja. De número 13, un puesto secundario pero que, como aquella cuarta plaza en la lista al Europarlamento, y salvo improbabilísima debacle, le garantiza salir escogido.
Garrido, que asumió la presidencia de Madrid tras la renuncia de Cristina Cifuentes y la dejó hace apenas dos semanas para integrarse en la candidatura europea, se suma así al goteo de deserciones que lleva meses desangrando al PP y nutriendo de fichajes a Cs y a Vox, en lo que es la traducción en clave organizativa del masivo trasvase de votantes que, según vaticinan los sondeos, amenaza con dejar el domingo a los populares con más de medio centenar de escaños menos en el Congreso de los que 137 que consiguió en 2016.
El expresidente madrileño pasa factura con su fichaje a Casado por haberlo apartado de la reelección en beneficio de Isabel Díaz Ayuso, y se suma a otros ilustres descontentos emigrados a Cs, como el expresidente balear José Ramón Bauzà, incorporado a la candidatura europea, o la expresidenta de las Cortes de Castilla y León, Silvia Clemente, que llegó a ganar unas primarias para ser candidata de los de Rivera a su comunidad, pero que fue apartada tras destaparse que se había impuesto gracias a la emisión de votos fraudulentos.
El PP trata de aparentar calma
En el PP reaccionaron tratando de quitar relevancia a su deserción, y recurrieron a ese argumentario que ya tienen más que ensayado porque la sangría hace meses que dura, el de la “renovación tranquila” que el partido está abordando desde que Casado tomó las riendas. El secretario general de los populares, Teodoro García Egea, llegó a decir que los casos de Garrido, Bauzà y Clemente demuestran que la esa renovación va “por el buen camino”, y que el último zarpazo de Cs no es más que otro de los golpes de efectos a los que nos tiene acostumbrados Rivera, pensado para contrarrestar la buena campaña del PP.
En esa línea, el entorno de Casado, pese a admitir que el golpe nadie lo había visto venir, se esforzaba por transmitir tranquilidad y quitar relevancia a la sacudida, tanto en términos electorales como de cara a futuros pactos. Un dirigente cercano al líder de los populares rebaja la maniobra a “ajustes de cuentas” en clave madrileña, y advierte que, a la larga, el fichaje del sucesor de Cifuentes será “malo para Rivera y Cs”. “Al tiempo”, zanja.
En Cs, en cambio, enmarcan los fichajes en una estrategia más amplia, no solo centrada en el PP, y que también incluye incorporaciones de antiguos socialistas, como la exportavoz del PSOE en el Congreso Soraya Rodríguez, o el exconseller balear Joan Mesquida. Rivera busca el centro político a base de rebañar votantes y cargos descontentos a los dos antiguos protagonistas casi exclusivos de la política española.
Lo que nadie pone en cuestión es que, llegado el caso y si la aritmética acompaña tras el 28-A, Cs y PP serán capaces de llegar a acuerdos, por más a cara de perro que se despache la recta final de la campaña, por más puñales que se lancen en los debates y por más que los de Rivera pesquen en el río revuelto de los populares. Otra cosa será si el fichaje podría hipotecar eventuales pactos en clave madrileña. Pero, de momento, nadie ha amagado con esa posibilidad. Al fin y al cabo, sea en el Congreso, en los gobiernos autonómicos o en miles de ayuntamientos, Cs y PP saben que están condenados a entenderse. Ni que sea a cuchilladas.