Tres presidentes, dos despachos vacíos y una pancarta sin dueño
La inhabilitación de Torra extrema el simbolismo de un gobierno agonizante que ha volcado sus últimos esfuerzos en repartirse el decorado
La Cataluña soberanista no solo ha batido el récord de «días históricos» desde que se inició el procés, sino que también ha logrado articular un relato desbordante de fantasía con un sinfín de episodios de ficción. Aquí unos cuantos: la reivindicación de un expresident de la Generalitat que se reclamaba «legítimo» pero que no tenía cargo alguno, la restitución inverosímil de exconsellers que cumplían penas de prisión, la puesta en marcha de un presunto consejo para la república sin anclaje alguno en el ordenamiento jurídico y la resistencia de un «exilio» catalán que puede resumirse en la fuga de España de siete políticos.
La imaginación del independentismo está lejos de agotarse. De hecho, si algo ha aportado Quim Torra al procés es otro puñado de episodios simbólicos que han llevado a que en Cataluña lo alegórico parezca lo institucional y a que lo metafórico pase por ser lo oficial.
Huyó Carles Puigdemont a Bélgica tras su destitución mediante el artículo 155 de la Constitución y dejó ordenado que nadie podía ocupar su despacho del titular de la Generalitat (el mismo que usaron Pujol, Maragall, Montilla y Mas) porque sería tanto como ultrajar al presidente «legítimo».
Así que Torra, que un día se definió a sí mismo como «el vicario» del legítimo, se amuebló un nuevo despacho en el Palau de la Generalitat. Inhabilitado el vicario por desobediencia, Torra ha exigido lo mismo: que nadie ocupe su estancia.
La manera de denunciar «la represión»
Y así continúa el anunciado viaje de la postautonomía a la preindependencia, un trayecto casí onírico donde los despachos se vacían de personas y se llenan de mitos y leyendas. Nadie puede entrar a las oficinas de quienes han sido Molt Honorable, ni tampoco puede nadie acercarse a la silla que ha usado Torra para presidir las reuniones del gobierno catalán.
Alguien podría pensar que todo esto es una fábula mal explicada o que hay aquí licencias artúricas inspiradas en el siglo XII. Pero no. Por medieval que resulte, el acuerdo por escrito entre Junts per Catalunya y ERC tiene apenas unos días y dice así: «El Govern denunciará también la represión del Estado español manteniendo vacantes todos los espacios propios de la presidencia de la Generalitat y del president, como su despacho y la silla que ocupa en el Consell Executiu».
Todo ello para que el presidente en funciones (Pere Aragonès) no sea «el usurpador» del «simbólico» y para que el «legítimo» siga serenamente al frente de su epopeya en el corazón de Europa, donde lidera «el exilio» independentista dirigido a tumbar las decisiones de la justicia española ante instancias europeas.
Torra deja una pancarta en el balcón
No se conocen apenas avances del autogobierno catalán en todo este tiempo porque el soberanismo no quiere saber nada de mejoras en financiación y competencias. Entretanto, los escaños del Parlament se han llenado de lazos amarillos y el balcón del Palau de la Generalitat luce a estas horas la pancarta «Libertad presos políticos y exiliados» que le ha costado el cargo a Torra por negarse a cumplir las órdenes de la Junta Electoral durante la campaña de las generales.
Exigía la Junta Electoral que desapareciera la pancarta para mantener la neutralidad de las instituciones en campaña, pero la fábrica soberanista interpretó que la orden respondía, en realidad, a un ataque a la libertad de expresión.
Se marchó el inhabilitado por delito de desobediencia y ahora será el presidente en funciones el que deba decidir qué hacer con la pancarta que ha dejado Torra en el balcón de la Generalitat una vez que la Junta Electoral ordene de nuevo su retirada cuando llegue, en breve, la próxima campaña. Sobre qué hacer, llegado el caso, no hay nada por escrito. Quizá porque ya hay suficiente tradición oral para que Aragonès actúe sin consultar texto alguno o quizá porque, por una vez, no haya que esperar ningún desenlace épico.