Toni Comín, la tentación del niño–Dios conduce al precipicio
Para seducir al sector más radical propone comprar un hospital aunque no tenga dinero en caja. ¿Cómo ha sido su escalada política hasta llegar a la consejería de salud?
Sale de un incendio y se mete en otro. En él convergen obsesión e incontinencia. El consejero de salud de la Generalitat, Toni Comín (ERC), no puede con los incrementos pendientes de la masa salarial de su macro departamento, maltrata al sector farmacéutico con deudas prehistóricas y tiene una lista de espera hospitalaria incontable. Pero pasa al ataque con un inopinado programa de nacionalizaciones con la caja vacía.
«No hay privatización» fue el grito defensivo de Boi Ruiz al frente de la sanidad catalana, mientras derivaba pacientes del hospital Parc Taulí de Sabadell (Barcelona) hacia los centros privados. Y ahora, Comín, exhala lo contrario: «nacionalizamos hospitales para mejorar la atención». Ruiz era un convergente de la vieja escuela (seguidor de Tosas, el conseguidor), mientras que Comín es un independentista de izquierdas, que come aparte y ni siquiera lo hace en la mesa oficial de ERC.
Cambio de discurso
Del liberalismo salvaje, ornamentado de capitalismo renano, hemos pasado al discurso radical de un desentendido. Comín no respeta la propiedad privada a cambio de fabricarse una imagen cupaire. Él revertirá las privatizaciones, dice; ostenta las caprichosas maldades de un niño Dios, que al bequeriano «sanidad eres tú» antepone su «sanidad soy yo», como ha mostrado al apropiarse de la devastación (Parc Taulí). Y si no puede conquistar, compra.
O lo dice, como ha hecho al anunciar que el departamento de salud de la Generalitat se hará con el Hospital General de Cataluña por 55 millones de euros, aunque la empresa propietaria del centro, Quirón Salud, lo niegue. Con los bolsillos vacíos, Comín endulza el proyecto: «adquirimos un gran centro y nos olvidamos de seguir levantando los nuevos hospitales en Terrassa y Rubí». Es decir, tanteo y derecho de retracto para mayor cabreo de los alcaldes del Vallès.
¿De dónde saldrán las misas? ¿Tiene dinero de la Generalitat para opar artefactos sin cerrar servicios? ¡No! Por lo visto, en la Cataluña del «procés», el músculo duerme, pero la ambición no descansa; al contrario que en el tango.
El rosario de partidos de Comín
El proceloso Toni Comín Oliveres tiene anclaje: es hijo del mítico y llorado Alfons Carles Comín, que le riñe desde arriba, y primo del ex consejero de Economía, Toni Castells Oliveres, que le aplaude conmiserativo. De hecho, el consejero de salud empezó su compromiso político en Iniciativa, hasta que aquel nido socio-verde se le hizo pequeño a base de mentiras no tan piadosas, como recuerda Joan Herrera. «Toni es un trepa», enmarca un camarada arrumbado en el desván.
Después de su primer experiencia, Comín estableció su praxis en Ciutadans pel Canvi-PSC, el entorno amable de Pasqual Maragall, que albergó a gentes de diverso pelaje, como el tecnólogo Miquel Barceló, el ex rector de la Autónoma, Josep Maria Vallès, el sindi-político Chema Rañé (ex consejero de industria) o el alternativo Alex Masllorens. En la lista de Pasqual, Comín fue diputado en el Parlament y sorbió la socialdemocracia catalana antes de la caída a los infiernos.
Acabó siendo uno más entre los que se deslizaron por el tobogán de la confortabilidad nacional. Así hasta llegar al régimen, la platajunta Junts pel sí, que antepone el interés de la patria al de sus ciudadanos. Construyó su política entre la razón y los sentimientos, para escoger lo segundo, en el momento más propicio.
El ascenso a salud
En el Parlament de la legislatura que supuso la tumba política de Artur Mas, Comín presumió de economía corporativa (es profesor, «mejorable», según algunos ex alumnos, y autor de diversos trabajos sobre democracia económica y cooperativismo). Participó en el menudeo cupaire de la diáspora Baños-Gabriel, consejistas de día, spontis de noche; abanderados o situacionistas, según el sesgo de su combate.
Y finalmente, alcanzó la cima del departamento de salud de la Generalitat como aquel que divisa a lo lejos una vicaría de cartón piedra. Pero allí donde la administración autonómica lo es todo, donde mora la parte del león, corren los puñales de los facultativos mal pagados y las infraestructuras que durante casi 40 años han sido pasto del pufo convergente. Una herencia envenenada de ayer mismo.
Si se le lleva la contraria, Comín revienta. Promete soluciones globales en el momento de mayor déficit de servicios sanitarios de la historia reciente. Él acaba de llegar, pero lejos de pedir perdón a los ciudadanos, impone el ademán de un trogne armée (careto armado).