Tobeña: «Las cosas cambiarían con un catañol como Illa de presidente»
Adolf Tobeña, autor de 'Catañoles', analiza en esta entrevista la evolución de Cataluña y habla de algunas de sus figuras: de Salvador Illa a Pep Guardiola
Adolf Tobeña, catedrático de psiquiatría en la UAB, acaba de publicar Catañoles (ED Libros), un análisis sobre el comportamiento social y político en la Cataluña del procés, y un retrato sugerente sobre los grandes protagonistas de los últimos años en una comunidad instalada en el conflicto. Tobeña toma la palabra en esta entrevista y volverá a hacerlo este jueves, a las 15.00 horas, en la cuenta de Instagram de Economía Digital.
—¿Quiénes son los catañoles?
—Catañoles es un término que pretende señalar una identidad dual que es mayoritaria en la población de Cataluña. Es un término descrito por los lingüistas para referirse a un fenómeno de hibridación.
—¿No es una condición política, entonces?
—No. Los catañoles son simplemente aquellos que reconocen en sí mismos ingredientes que responden a la tradición catalana y a la española.
—En su libro dedica un capítulo a Inés Arrimadas y a Gabriel Rufián como catañoles. ¿Por qué?
—Son los estandartes políticos de la catañolidad.
—También dedica varios párrafos a la cantante Rosalía, que por un momento parecía llamada a ser un símbolo para los catañoles no independendentistas pero que renunció a pronunciarse sobre el llamado «conflicto catalán». ¿Por qué hay tantos silencios en Cataluña?
—El silencio ha sido una regla dominante en Cataluña para todos los que no son secesionistas. Al notarse que el conflicto era grave, mucha gente se ha mantenido prudentemente callada. Y en un gremio como el del espectáculo, que depende del público, los silencios han sido permanentes.
—¿Es antinatural este silencio?
—Son silencios comprensibles porque la Generalitat estaba detrás del empuje secesionista y mucha gente tenía la percepción de que el Gobierno de España no se movía. Y, por tanto, mucha gente veía que el secesionismo se acercaba a su objetivo y que era mejor quedarse callado.
—En rigor hay que decir que ha habido momentos en que ese silencio se ha roto abruptamente
—Sí, en la gran manifestación del 8 de octubre de 2017. En aquella primera gran manifestación unionista hubo conciencia de pertenecer a un movimiento fuerte. Pero como los secesionistas volvieron a sumar mayoría en el Parlament de Cataluña lo que predomina ahora es la evitación, el pasar por encima. Hay una conciencia de empate perpetuo, de que nadie ganó y nadie perdió del todo.
—¿Se ha instalado entonces la percepción, quizá falsa, de un empate crónico?
—Creo que, ciertamente, la mayoría constata que hay algo parecido a un empate crónico y que, por tanto, no hay posibilidad de una victoria rápida. Ahora bien, si en las próximas elecciones autonómicas los independentistas obtienen una victoria más clara volverá el subidón. La diferencia entre bloques es de apenas 100.000 votos.
—Esos 100.000 votos para desempatar son de catañoles, claro.
—Sí, los que tienen que desempatar son los catañoles.
—En su libro aparecen muchos protagonistas de los últimos años. Hay uno a quien concede gran importancia: Pep Guardiola. ¿Por qué?
—Guardiola es la primera figura de Cataluña a nivel de reconocimiento mundial. Sus posiciones, sus declaraciones, sus gestos tienen una influencia tremenda. Clausuró una manifestación independentista, votó en el 9-N y se ha presentado a las elecciones cerrando una lista. Pienso es que extraordinariamente influyente.
—Visto así, casi valdría más la pena que Pedro Sánchez negociara con Guardiola que con Puigdemont o Torra.
—Bueno, no. Eso es una ocurrencia periodística. Guardiola es un tipo espabilado, sabe tomar distancias cuando quiere. Digamos que es el líder social máximo del secesionismo. Pero el líder político es Puigdemont.
Un catañol al frente del Gobierno
—Un catañol como Albert Rivera pudo haber sido vicepresidente del Gobierno. Bastaba con que hubiera habido un pacto de coalición entre PSOE y Ciudadanos. ¿Esto hubiera cambiado las cosas en Cataluña?
—Tengo mis dudas. No creo que baste con un vicepresidente, ya ha habido catalanes que han ocupado lugares prominentes en el Gobierno (Serra, Borrell, Piqué). Lo que cambiaría realmente las cosas es que hubiera un catañol al frente del Gobierno, que Salvador Illa fuera presidente. Esto sí que sería un gran cambio porque no ha ocurrido desde el siglo XIX.
—¿Por qué sería un gran cambio?
—Pienso que sería enormemente educativo para todos: para los catalanes enfrentados entre sí y para los españoles en su conjunto. Creo que daría cotidaneidad a la identidad dual de la que hablábamos. Toda España ha podido ver las posibilidades y la fuerza del secesionismo. Situar a un catañol al frente del Gobierno sería un bálsamo.
—Su reflexión sobre Salvador Illa está relacionada con que sea del PSC o valdría un catañol de otro partido.
—No tiene nada que ver con el partido, tiene que ver con el tipo de político. Me refiero a Illa y me podría referir a otra figura, pero siempre con la característica de llevar una identidad dual con naturalidad y discreción.
—¿Cree que España debería llenarse de catañoles en posiciones destacadas de otros ámbitos?
—En realidad ya hay muchos, por ejemplo en el gremio periodístico, que usted conoce mejor que yo. También en el espectáculo (teatro, cine, televisión), pero suelen estar callados y no pronunciarse con claridad. De todas maneras, no creo que esto tenga una gran infuencia. En cambio, un presidente del Gobierno catañol sí que la tendría porque esto, al fin y al cabo, es un tema político. Serviría para desatrincherar el conflicto. Al fin y al cabo, secesionistas inamovibles solo son el 25% de los catalanes, el resto lo son por decantación, porque se han visto arrastrados por una presunta victoria del procés.
—Desde que la pandemia irrumpió en nuestras vidas, el independentismo ha perdido un enorme protagonismo. ¿Cree que puede haber un punto de inflexión, que este movimiento puede perder fuerza en medio de la pandemia?
—Esto no lo sabe nadie. Miro las encuestas y parecer ser que no, que simplemente el independentismo se ha metido en el congelador y cuando lleguen las elecciones saldrá.