Quim Torra hace añicos su gobierno tras el show de las pancartas
Más de la mitad de los consellers giran la espalda al presidente de la Generalitat después de su "circo" con la exhibición de pancartas
Quim Torra es esta semana un presidente de la Generalitat más débil que la anterior. Bastante más débil. Sus manejos en el balcón de la Generalitat, donde ha mandado colgar y descolgar pancartas con el propósito de burlar a la Junta Electoral Centrarl, no sólo han desesperado a más de la mitad de sus consellers, sino que apenas han suscitado adhesiones en el mundo soberanista (entidades y partidos).
La soledad del presidente de la Generalitat y su falta de liderazgo se han manifestado con toda crudeza en las últimas horas. El resultado es que no sólo su figura se ha visto deteriorada, sino que la fractura interna del gobierno se ha agravado.
«Ha sido un circo», asumen fuentes gubernamentales, atónitas ante el espectáculo ordenado por Torra. Del lazo amarillo al lazo blanco, del lazo blanco al balcón desnudo, del balcón desnudo a la proclama en favor de la libertad de expresión.
Todo ello orquestado por el presidente de la Generalitat y por su reducido equipo de colaboradores. Y todo ello ante el silencio de la gran mayoría de consellers de la Generalitat, que han optado por alejarse de Torra.
La postura de ERC ante Torra
La actitud más elocuente ha sido la de los consellers de ERC. Y ninguna lo ha sido tanto como la del vicepresidente de la Generalitat, Pere Aragonès, que el viernes por la mañana cortó de raíz la exhibición de lazos amarillos y blancos en su departamento.
Aragonès no quiso colisionar en público ni en privado con el presidente de la Generalitat, pero dejó muy claro que no pensaba seguir sus pasos ni apuntarse a sus «jugadas maestras», el irónico nombre que reciben los intentos de burlar la ley del soberanismo.
«La falta de liderazgo de Torra es muy evidente. Ha querido ponerse al frente de todo este asunto, poniendo y quitando pancartas en el balcón de la Generalitat y los consellers —la mayoría— han optado por apartarse, por no formar parte del sainete», describen fuentes soberanistas.
Atrás quedan los tiempos en que cualquier maniobra del presidente de la Generalitat —de Artur Mas o de Carles Puigdemont— era seguida de inmediata por la ANC y por Òmnium, verdaderos ejércitos de los expresidentes.
Torra no tiene esa ascendencia sobre las entidades soberanistas, que desconfían por completo de su rumbo. Su trile en el balcón del Palau de la Generalitat sólo ha tenido un apoyo significativo, el de Jordi Sànchez (ex presidente de la ANC y número 1 de Junts per Catalunya en las listas al Congreso).
Gràcies president @quimtorraipla per escoltar al Síndic. Fem del blanc un color excepcional per evitar l’enfrontament que alguns desitgen. https://t.co/iUtGsxqBqz
— Jordi Sànchez (@jordialapreso) 21 de marzo de 2019
Ni siquiera Puigdemont se ha esmerado mucho en arropar a Torra, incapaz de trazar una acción de gobierno en esta legislatura. Los socios de la Generalitat, Pdecat y ERC, asumen que el mandato no tiene recorrido. «El gobierno no sabe adónde va», dicen en el Pdecat. «Con Puigdemont y Torra es muy difícil pactar dos o tres cosas que den sentido al gobierno», protestan en ERC.
Hoy el gobierno catalán, bloqueado en el Parlament y dividido en su estrategia, se mantiene a flote por un único motivo: la proximidad de elecciones generales (28 de abril) y municipales/europeas (26 de mayo).
ERC y Junts per Catalunya quieren medir sus fuerzas en las urnas antes de finiquitar esta experiencia de gobierno, cuya fecha límite es otoño (cuando se prevé la publicación de la sentencia del Tribunal Supremo sobre el juicio del procés).
Artadi abandona a Torra
Entretanto, no puede pasar por alto que una destacada dirigente de la Generalitat se dispone a saltar del barco. Se trata de Elsa Artadi, una consellera de enorme peso político que se lanza a la carrera municipal en Barcelona. «Busca refugio porque este gobierno no tiene recorrido», dicen en el Pdecat sobre ella.
Se va Artadi y Torra se queda cada vez más solo, con su fábrica de pancartas y sus «jugadas maestras», al frente de un gobierno que sigue en pie sobre sus propios escombros.