Puigdemont se suicida sin que nadie se atreva a detenerle
Puigdemont arrastra a la sociedad catalana hacia las rocas mientras Rajoy trata de impedir el referéndum con una respuesta prudente
Suicidio según la Real Academia: Acción o conducta
que perjudica o puede perjudicar
muy gravemente a quien la realiza.
Hay una frase letal en la entrevista de Jordi Évole al presidente Carles Puigdemont. Retrata la naturaleza del personaje y del desafío que tenemos enfrente.
Cuando el periodista indaga en el contrasentido de que una ley que decide nada menos que la independencia de Cataluña, solo necesite mayoría simple, en lugar de una mayoría cualificada necesaria para temas mucho menores, como para la elección de la dirección de la televisión pública catalana, el president, después de dudar, responde: “era la única forma de aprobar las leyes del referéndum y de transitoriedad en el Parlament”.
No importan los principios; solo cuenta la oportunidad.
Era la declaración solemne de que no iban a respetar ninguna regla que impidiera sus objetivos. No solo han dinamitado la legalidad constitucional, sino que además han instalado en Cataluña la arbitrariedad como norma. Van vulnerando todos los preceptos, incluso los que dicta el sentido común, conforme se van presentado nuevas dificultades para lograr sus fines.
Toda disputa, por muy encarnizada que sea, necesita reglas. De lo contrario, cuando uno de los dos bandos tiene un reglamento claro y el otro no, es imposible establecer una lógica en la discrepancia. En eso momento, nada tiene método en los sediciosos; incluso la lógica de vulnerar las normas.
Son golpistas inconsecuentes. No están dispuestos a pagar peaje por su insubordinación. Cuando intuyen la inhabilitación o la multa, dan un paso lateral y prescinden de lo que antes era esencial, sea la sindicatura electoral o altos cargas que dimiten para evitar la sanción económica. Una razón más para que se les aplique la ley y se establezca un precedente en la democracia española de que en un estado de derecho, quien la hace, la paga.
Un golpe de estado debiera establecer un consenso básico en una sociedad democrática. No ha ocurrido en España. Tengo la impresión de que para algunos, bastantes, periodistas e intelectuales, y por supuesto, políticos, es más importante cargarse, desgastar a Mariano Rajoy, que impedir como sea que triunfen los golpistas. Muchos están demostrando un enorme déficit democrático porque no son capaces de ser consecuentes en la defensa de la legalidad.
Se debe aplicar la ley para establecer un precedente en la democracia española
Quedarán marcados como personas en las que no se puede confiar porque cuando la democracia ha estado en peligro han elegido no enfrentarse a los golpistas.
A cada medida del gobierno hay un, “pero”. En cambio, los sediciosos encuentran muchas veces conducencia y comprensión.
¿Se han mandado demasiados policías y guardias civiles a Cataluña?
Por favor, serían tan amables de concretar con cuantos guardias civiles estamos ante una respuesta proporcionada.
Este miércoles se impuso un debate surrealista. El jefe de los Mossos que forma parte de un gobierno golpista, avisa que impedir la celebración de un referéndum ilegal podría provocar desórdenes.
Lo obvio se instala como un descubrimiento. Ante un gobierno golpista que moviliza a los ciudadanos para incumplir la ley, la resultante tiene que pasar necesariamente por el riesgo de turbamulta. Bastaría que el referéndum se desconvocara para garantizar el orden y evitar el riesgo de desorden. Pero quien invoca ese riesgo, el responsable de los Mossos d’Esquadra que debiera ser garante de la legalidad, no pide al Guvern que pare la locura que puede promover disturbios. Elije hacer dejación del mandato de hacer cumplir la ley.
El Gobierno de España ha optado por cargarse de razón y vigilar al milímetro sus respuestas. Una técnica de prudencia. No está mal para esquivar cualquier equivocación. El riesgo es que se confunda con debilidad. Y también que las argucias de los golpistas finalmente encuentren resquicios para conseguir sus fines.
El reloj avanza imparable hacia las ocho de la mañana del día 1 de octubre. El estado no puede permitir que se celebre algo que pudiera parecerse remotamente a un plebiscito. Impedirlo ante la obstinación del Govern implica un desafío de orden público. Pero no hay elección.
Ya no se pueden dilatar medidas que son complicadas pero ineludibles.
Quien juega con dinamita debe estar dispuesto a que le explote
Empieza a haber noticia de quebranto en la unidad de los independentistas. Contradicciones en la forma de proceder y deseos soterrados de parar esta locura. Se focaliza a Puigdemont como un excéntrico personaje que camina desbocado hacia el vacío. Un iluminado dispuesto a inmolarse.
Me acuerdo de la película El Hundimiento. Adolf Hitler, rodeado por el Ejército Rojo en la cancillería de Berlín, maneja divisiones inexistentes.
Sus mariscales y generales atónitos le rodean sin atreverse a descolgarse de la locura que llevará al exterminio total. Nadie se atrevió a decirle al führer que está loco.
En Cataluña tampoco nadie de su entorno se atreve a decirle a Carles Puigdemont que está a punto de estrellarse contra un muro arrastrando en esa locura a una sociedad fragmentada.
Un puñado de políticos de segundo orden están llevando a Cataluña al abismo. Cuando reciban el impacto, la fuerza de la ley, se quejarán como unos niños. Pero quien juega con dinamita tiene que estar dispuesto a soportar que le explote.