¿Por qué no dimitió Artur Mas?

La falta de una reacción tras el 25N impide ahora a CiU encontrar una salida política

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El president Artur Mas no es un político al uso. Le cansa la reyerta política, y las peticiones de personas que se mueven gracias a las concesiones administrativas o a los favores personales.  No le gustan esas presiones de gente que, a cambio, mueven otras influencias para favorecer a terceros.
 
Es un dirigente que quiere cumplir con lo que promete. Hasta el punto de que consideró que era más importante, para mantener la credibilidad, reformar el impuesto de sucesiones, como había fijado en el programa electoral, en 2010, que mantenerlo cuando fue consciente de la gravedad de la crisis y de la falta de ingresos.

Por todo ello, por la magnitud de lo que ocurrió el día de las elecciones, el 25N, Mas quiso presentar la dimisión y ponerse a disposición de su partido. Y remontarse al 25N es necesario ahora para vislumbrar cómo CiU puede encontrar una salida ante la parálisis política en la que se encuentra. Es necesario si Artur Mas quiere reconstruir el proyecto político de siempre de CiU.

El cambio de rumbo

Mas, efectivamente, quiso dimitir. Y algunos dirigentes del entorno nacionalista dibujaron una posible estrategia que, de hecho, hubiera fortalecido al propio Mas. Pero esa dimisión no se produjo.

Según distintas fuentes nacionalistas, su amigo personal, Jordi Vilajoana, ahora secretario de Presidència, le aconsejó que no era la mejor opción. Había que seguir, buscar acuerdos, mantenerse firme y demostrar que, en realidad, los partidarios del derecho a decidir, habían sumado más apoyos, principalmente Esquerra Republicana, que se convertía en segunda fuerza política del Parlament.

Mas le hizo caso. Se mantuvo al frente, pero desorientado, con poca capacidad para reaccionar y ver que, con 12 diputados menos, CiU no podía seguir el plan previsto.

Al contrario. Pactó con Esquerra, mantuvo los compromisos electorales, y nombró a Vilajoana secretario de Presidència para que se hiciera cargo de esas entrevistas enojosas y cansinas, para que le dejara concretarse en su proyecto político con Esquerra.

Déficit del 1,8% y cuentas del 2013

Y el precio es el que se vive ahora: imposibilidad de aprobar los presupuestos, aunque la negociación con el Gobierno central –en esto ha habido un cierto cambio– podría permitir al conseller de Economia, Andreu Mas-Colell, elaborar unas cuentas con un 1,7% o 1,8% de déficit, pero no con el 2% o 2,1% como pedía el Govern. Así lo dejó claro este sábado el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro.

Esa flexibilización del déficit –el porcentaje inicial era del 0,7%, y luego del 1,2%– no garantiza todavía que ERC vote los presupuestos, aunque dirigentes de Convergència sigan pensando que Oriol Junqueras no podrá decir que no. En juego está, recuerdan, la consulta soberanista de 2014.

El problema de la consulta

Pero es que ese es el problema. Una consulta que el Gobierno central no permitirá, aplicando esa máxima de no dejar pasar ni una. Se ha comprobado esta semana. El Tribunal Constitucional, tras un recurso que presentó el Ejecutivo de Mariano Rajoy, ha suspendido de forma cautelar, hasta que no se pronuncie sobre el fondo de la cuestión, la declaración soberanista aprobada en el Parlament, en la que Catalunya se declara “sujeto jurídico y político soberano”.

El Gobierno seguirá aplicando esa máxima. Y  reaccionará ante cualquier movimiento del Parlament o del Govern.

La dependencia del FLA

Las finanzas de la Generalitat no aguantan más. Mas-Colell sólo puede acudir a un banco: el Fondo de Liquidez Autonómica (FLA), que controla Montoro. Los presupuestos de 2013 podrían seguir prorrogados durante todo el año, con todo lo que conlleva. Y los posibles socios alternativos de CiU, el PSC o el PP catalán, no quieren saber nada si no hay una reacción fulminante de Mas.

¿Qué salida le queda a Mas? ¿Qué pudo haber hecho tras el 25N?

Nueva frustración

Mas se comprometió a celebrar una consulta que no se puede convocar. Sólo el Gobierno puede celebrar un referéndum que fijara una nueva relación de Catalunya con el resto de España. Es necesaria una reforma de la Constitución, si se quiere cambiar esa cuestión, como apunta el PSC. Así que Mas podría generar, de nuevo, una gran frustración entre la sociedad catalana, la que se ha ilusionado, y de qué manera, con el proyecto.

Algunos dirigentes de Convergència mantienen la misma idea desde hace semanas. La dirección sigue sin reaccionar después de lo ocurrido el 25N. Porque el hecho distintivo del nacionalismo catalán hubiera sido que CiU, con una muda de piel, apostando por la independencia de Catalunya, hubiera conseguido una gran mayoría absoluta. Pero fue al revés, perdió peso. Y, según los sondeos, sigue perdiendo apoyos.

Dimisión, a la manera de Felipe González

¿Y si hubiera dimitido? En otras circunstancias, y en otro periodo histórico, es lo que hizo Felipe González al frente del PSOE en 1979. Su partido rechazó su propuesta de abandonar el marxismo. Dimitió, pero fueron a buscarle y ganó.

¿Podía haber hecho lo mismo Mas en la noche del 25N? Se lo aconsejaron, incluso, algunos dirigentes nacionalistas no apegados al partido.

Sin un relevo claro en el seno de Convergència, con muchas incógnitas, con Oriol Pujol Ferrusola ya erosionado en aquel momento por el caso ITV, Mas podría haber recuperado el mando para cambiar de dirección: situar la posible consulta al final de la legislatura, concentrarse en la negociación económica con el Gobierno central, y buscar al PSC y al PP catalán como aliados.

Y dejar de lado el Consejo Asesor por la Transición Nacional o el Diplocat, por mucho que presionara Esquerra.

Ahora, de hecho, Mas busca la dos cosas al mismo tiempo. Y eso siempre es complicado. Se podría quedar sin ninguna de ellas.

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