Podemos: las batallas consanguĂneas de la izquierda
Errejonistas, pablistas y anticapitalistas se enzarzan en la amplia panoplia de la tradiciĂłn leninista, cuya hegemonĂa exige el exterminio del otro
La gente entiende a Podemos como iconografía del cambio y no solo como reflejo de la desigualdad. Sus líderes se empeñan en exhibir discursos antropológicos, casi físicos, destinados a dar pena y a despertar la mala conciencia de los instalados con imágenes de los excluidos.
Sin embargo, por dentro, la izquierda neomarxista es más alegre que lúgubre; se alimenta de realidades míticas, del «idioma de las flores», decían los letristas franceses del 68 citando a Baudelaire.
La patología de la izquierda son sus peleas intestinas, en las que sus líderes litigan por el deseo de interpretar el mundo como el receptáculo de todos los males para los que ellos, y solo ellos, tienen la solución definitiva. En la España de Podemos, el epicentro del actual choque entre pablistas y errejonistas se sitúa en Madrid, pero las réplicas se han desparramado por el territorio.
Las primeras caídas en Podemos
Todo empezó con el relevo de Sergio Pasqual en la secretaría de Organización que ahora desempeña Pablo Echenique, encarnación del aparato. Hace pocos días, la destitución del portavoz en la Asamblea de Madrid, el errejonista José Manuel López, ratificada en una votación del grupo parlamentario ganada por el oficialismo por un solo voto, prolongaba el sabor agrio del castigo inmerecido después de la batalla.
Estas peleas manifiestan la absoluta falta de porosidad que tiene el joven partido, lo que ha exportado a muchos ámbitos los conflictos latentes y los enconos canallescos entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, encarnaciones de un laboratorio dual. Ambos consideran que la democracia está más empobrecida por la retórica que por el ocultamiento expreso de la información. Rompen el caparazón de la previsibilidad y se lanzan al ruedo; absolutizan el principio de transparencia.
El reflejo de las fricciones en el PSUC
La izquierda de raíz leninista se atropella por dentro a la hora del recuento. Mientras levanta barricadas y fabrica héroes, crece y se multiplica, pero, a la hora de construir un discurso institucional, se engarza en las mil interpretaciones de la Torá.
La religión del libro contiene una revelación cuya literalidad destruye cualquier vestigio de excelencia. Salvando las distancias, el mejor antecedente de Podemos es el PSUC catalán de la Transición, aquel partido interclasista y maravilloso que se dividió por tres (leninistas, afganos y eurocomunistas) en su V Congreso, celebrado el mismo año en que Jordi Pujol llegó a la presidencia de la Generalitat.
Los antecedentes de la diáspora del PC
Mientras el rojerío se diluía discutiendo que si galgos o podencos, el nacionalismo se encaramó y sentó las bases de su larga hegemonía. En el conjunto de España, las grandes escisiones del PC de Santiago Carrillo habían ido debilitando a un partido que quería entrar en la historia de la mano de Ramón Tamames, profesor refulgente, pero político nefasto.
Basta recordar la panoplia de corrientes salidas de la matriz (Partido Comunista Ibérico, PCOE; Corriente Roja, PORE, PT, PCPE, Esquerra Unida y Alternativa, Partido Juche o BR, entre otras muchas marcas) para mostrar la enigmática pluralidad que destroza a la izquierda de tradición marxista.
En otro caso, como en la Italia de Berlinguer, el PCI rozó el sorpasso a base de aplicar el latido transversal que predicaba su líder; pero a partir de su ausencia, se impusieron las familias ideológicas de un país hecho a base de discursos de bella factura. La destrucción fue devastadora y estuvo acompañada de radicalizaciones intelectuales como la de Rosana Rosanda (Il Manifesto) o de rupturas dramáticas, como la de Potere Operaio.
Errejón e Iglesias, dos estilos enfrentados
En la izquierda prima la estética, otra de sus características definitorias. En Podemos, una vez más, esta estética se divide por dos. Por un lado, la elegancia austera y a veces monacal que luce Íñigo Errejón para sustentar su mensaje duro de sesgo peronista, pero desprovisto de adornos.
Por el otro lado, Iglesias, general de la orden con pantalón de tiro bajo, dedica más tiempo a la exposición que al método de investigación; su tono vociferante encaja con el hilo musical de las tiendas de toque neoyorquino decoradas con tubos fluorescentes.
Ambos practican el principio minimalista del Less is more, pero no responden a los estímulos del humor; se toman a sí mismos absolutamente en serio y sueñan en la superioridad moral de la izquierda, la idea maldita de Simone de Beauvoir en su libelo titulado El pensamiento político de la derecha.
La tercera vía de Podemos
Conviene no olvidar que más allá de la dualidad imperante Podemos alberga también la vía anticapitalista de dirigentes como Miguel Urban, la secretaria general de Andalucía, Teresa Rodríguez, o el alcalde de Cádiz, José María González «Kichi». Esa tercera vía ordinal, no moderada, es la voz partisana que habla de compromiso y transformación radical de la sociedad; de feminismo, de cómo construir una democracia socialista en el siglo XXI, y también de las alternativas económicas y de la crisis del régimen del 78.
Una bomba de relojería hecha de contenido puro y duro y depositada encima de la mesita de noche de los dos proto-líderes, que se disputan el poder desde la tribuna de la semiótica.
El eco de la división en los territorios
La división basada en el intercambio de reproches y acusaciones cruzadas ha rozado la exasperación en dos mujeres frente a frente: la errejonista y portavoz de Podemos en el consistorio de Madrid, Rita Maestre, y la pablista y portavoz adjunta de la formación en el Congreso, Irene Montero.
Nadie invoca al género, pero en medios de Baleares o Valencia las voces de las dirigentes han acabado espoleado la contestación frente a sus respectivas cúpulas dirigentes. En Galicia fue la líder territorial y diputada autonómica Carmen Santos quien abrió las hostilidades. Se sumó a la polémica campaña en redes que, bajo el lema de ‘Así no Íñigo’ trataba de reprobar a los afines a Errejón, al tiempo que señaló directamente a los diputados en el Congreso de En Marea, Ánxela Rodríguez y Antón Gómez-Reino presuntos fraccionales. Y es que, a veces, el eco hace más daño que el ruido.
El nuevo poder de Madrid y Barcelona
El despliegue territorial de Podemos, gracias a sus alianzas municipales, ha significado la segunda versión de 1979, aquel momento en que «el pueblo entró en los ayuntamientos» cuando los nuevos gobernantes reclamaron su papel para devolver a los ciudadanos a su quehaceres privados. En esta segunda oportunidad nacida en las últimas elecciones locales, las candidaturas municipalistas de Manuela Carmena en Madrid o de Ada Colau en Barcelona -y también las de municipios como Cádiz o Valencia- han dado un paso más al proclamar «espacios de coproducción entre las instituciones y la sociedad», tal como destaca Joan Subirats en El Poder de la próximo (Ed. Catarata).
El espacio público no se ha limitado al campo institucional y de ahí la enorme expectación en parte defraudada en el momento de la fricción entre la movilización y la estrategia municipal en el terreno del urbanismo, pero también en el ámbito del conocimiento y de la nueva economía.
En Cataluña, la fuerza de En Comú Podem actúa de muro de contención ante la disputa entre pablistas y errejonistas. En Valencia y en algunos municipios del norte de España se dan situaciones similares. En la mayoría de estas zonas, aparentemente no contaminadas, los recientes llamamientos de Pablo Iglesias a la «contención», para frenar la pelea espectáculo ante el riesgo de «destrucción», han sido caricaturizados.
Para algunos, el arrepentimiento público del secretario general del partido dirigido a la llamada abuela de Podemos ha sido un desiderátum castizo digno del cine de Berlanga.
Qué pasará en Vistalegre II
Vistalegre II se anuncia bajo un clima de guerra fratricida. Las baterías de un congreso también las carga el diablo, aunque antes de empezar, el resultado esté servido. Iglesias y Errejón empezaron su pelea en el pretexto de la organización y representatividad congresual. Ganó Iglesias por un margen bastante justo, pero el tenor de su disputa nos muestra que quizá no haya un fait accompli antes de empezar.
Cuando son consanguíneas, las pugnas por el monopolio de la idea conducen al exterminio del otro. La luz de la historia traslada el valor de la intriga al emblemático PCUS del XX Congreso, el de las purgas de Iosif Stalin, con el papel destacado de Molotov y Beria, como recogió Alexander Zinoviev en su célebre libro El imperio del mal.
En España, la libertad de culto costó cara a luchadores contrastados como Jorge Semprún y Fernando Claudín en el Partido Comunista clandestino de Pasionaria. Aunque duerman sobre un lecho de cinco millones de votantes, Iglesias y Errejón, saben que la conspiración sobrevive en los recovecos y que el electorado castiga siempre la disensión interna.