“Pidamos coraje a los políticos, que hagan reformas y las expliquen»
Jean Tirole, Nobel de Economía, una de las principales referencias de Macron, asegura que las reformas son necesarias para que el estado de bienestar no quiebre
Jean Tirole (Troyes, 1953) está revolucionando la sociedad francesa. Y es que su libro, La economía del bien común (Taurus) es un éxito de ventas. Es un manual didáctico en el que constata los males de las democracias occidentales, que han generado una perversión: “Se delega la toma de decisiones en unos actores mejor informados que el electorado, que los votantes, pero éstos –los actores-políticos– se transforman con frecuencia en sondeadores y ‘seguidores’ de opinión, y lo hacen porque se niegan a sacrificar su carrera política abrazando una causa impopular o poco apreciada por los grupos de interés movilizados al respecto”. Eso lleva a que no se tomen decisiones necesarias bajo el interés del ‘bien común’. Por ello, Tirole, que se considera un liberal “regulador”, y que este viernes estará en las jornadas económicas de Sitges que organiza el Círculo de Economía, clama con fuerza: “Pidamos coraje a los políticos, que hagan reformas y las expliquen”.
Tirole considera que ha llegado el momento de que en las democracias europeas, por lo menos, se supere la vieja división entre la izquierda y la derecha. Asegura, en una entrevista con Economía Digital, que eso no equivale a ser “de derechas”, como se defiende desde la izquierda, sino a asumir el funcionamiento de la economía. El objetivo de Tirole, Nobel de Economía de 2014, y presidente de la Toulouse School of Economics, es que el conjunto de los ciudadanos sepa manejarse sobre los principales problemas que presenta la economía de un país, y asegura que “las reformas son necesarias, pero lo son, precisamente, para mantener el estado de bienestar, para evitar que quiebre”.
Tirole defiende que se supere el viejo debate entre izquierda y derecha, porque resulta paralizador
Sus recetas las está incorporando el presidente Macron en su programa. Tirole se muestra esperanzado en que Macron sepa “impulsar” medidas que reformen la economía francesa, porque esa será, además, una garantía para que Alemania se tome en serio su papel en la Unión Europea y asuma “una unión más fuerte entre la Europa del norte y la del sur, con un clima mayor de confianza, que incorpore, a medio plazo medidas como los eurobonos”.
Tirole, un experto en cuestiones de regulación y control, cree en Alemania, cuando se le pregunta si se debe considerar, realmente, un modelo. “Vio que caminaba hacia el desastre, hacia un muro a principios de 2000, y tomó medidas. Lo hizo un gobierno de izquierdas, y el gobierno posterior, de derechas, lo siguió, y el conjunto de la economía se ha aprovechado de ello, es una economía sana”, asegura.
En ese caso, Tirole admite que su teoría tiene un fallo. Y es que este economista e ingeniero, considera que los gobiernos que tienen coraje y asumen reformas “tienen premio electoral y siempre que las pongan en marcha en el inicio de sus mandatos, explicando lo que quieren hacer y por qué”. Pero eso no se cumplió en el caso de Alemania, cuando Gerhard Schröder perdió frente a Angela Merkel. Sin embargo, si fue así en Canadá, con Jean Chrétien, con Göran Persson en Suecia, o con Bachelet en Chile. Curiosamente, o no tanto, «las reformas las suelen impulsar gobiernos de izquierda».
Pero, ¿cuál es el problema? ¿Ideológico, de firmeza democrática? Tirole, con calma, con prudencia, lanza su receta: “La cuestión es trazar un objetivo, qué se quiere alcanzar, y después poner los medios para ello, pensando siempre qué alternativas hay, sin un prejuicio ideológico, como pensar que para prestar más servicios se debe incrementar el número de funcionarios, cuando se pueden contratar, viendo antes si ya existe una agencia que los pueda prestar”.
Alemania caminaba hacia un muro, hizo reformas y ahora es una «economía sana»
Eso es lo que pide este economista, y que Macron ha interiorizado. “La pregunta que nos debemos hacer es para qué sirve un estado, y estar abiertos a un cambio de mentalidad, porque los países en los que el estado se sigue considerando como proveedor de empleos y productor de bienes y servicios deben evolucionar hacia el modelo de estado árbitro”. Y añade: “Los funcionarios no deben estar al servicio del Estado, sino al servicio del ciudadano”.
Los franceses no dejan de compararse con Alemania. Tirole no rehuye el análisis de esa realidad. Y constata en el libro las diferencias. Con los números de Eurostat, en Alemania, con más población que Francia, hay 4,5 millones de empleados públicos, frente a 5,3 en Francia. Tirole rompe un principio que se cree sagrado: “crear empleo en la función pública no es crear empleo, de un modo u otro habrá que pagar el aumento de impuestos necesario para financiar ese empleo”. Y sitúa un ejemplo en Francia, con La Poste, el servicio de correos, que ha ido en la dirección, a su juicio, correcta: “Ha empleado a contratados, y la calidad del servicio no ha sufrido, al revés”.
Tirole asegura que crear empleo público no es crear empleo y que implica subir impuestos
Lo primero, por tanto, es sanear las cuentas públicas de un estado. Y eso pasa por reducir el número de funcionarios, como defiende Macron. Es lo que pide Alemania a sus socios europeos, sanear las economías, antes de entrar en la arena de una mayor integración política y fiscal. Tirole, que bebe del liberalismo, entiende que no habrá prestación de servicios eficaz sin corregir esas finanzas. Y recuerda que “Francia tiene el 57% del PIB en manos públicas, de los mayores del mundo”, cuando en la mejor época del país, los llamados Treinta Gloriosos, después de la II Guerra Mundial, ese porcentaje era del 35%.
Lo que se debe hacer está definido y analizado, por lo menos en Francia, asegura Tirole. La idea es sugestiva, pero muy complicada en un país tan intervencionista como Francia. “Las grandes reformas del Estado deberían crear auténticos jefes del servicio público y dotar a esos gestores de una gran libertad de gestión, unida a una estricta evaluación posterior y a la posibilidad de intervenir, bajo tutela, en caso de no respetarse los objetivos”. Es decir, control a posteriori.
Ahora bien, ¿quién da el primer paso? “El político debe actuar, con coraje, dejando claro qué quiere hacer, y el economista debe analizar escenarios, sin ocupar el papel del político”. ¿Y los partidos populistas? ¿Puede un partido como el PSOE en España abrazarse a Podemos, aunque haya sido el gran modernizador de España en sus años de gobierno, con reformas liberalizadoras? Tirole no se atreve a entrar. “Lo que digo es que la información es vital, que la democracia es el sistema menos malo, que tiene, claro, dificultades en la toma de decisiones, y que los políticos deben pensar en ese bien común”.
Porque lo que rechaza Tirole, y se le nota en su rostro, aunque siempre con ese francés calmado y pedagógico, es el político que, como Le Pen en Francia, carga contra Bruselas. “Hay una práctica muy extendida y es que se prefiere esquivar la responsabilidad, no decir a tus ciudadanos lo que se debe hacer, y decir que es Bruselas quien te impone las reformas, sabiendo que las debes hacer, que son necesarias, con lo que se degradan las instituciones europeas”, y da pie «a los populismos».
Se rechaza Bruselas porque impone reformas que se sabe que se deben hacer
¿Optimista Tirole? Macron ha abierto un camino. “Pero se verá si puede, si tiene una mayoría para ello”, advierte. Le gusta de Macron “su apuesta por Europa, pero no debemos olvidar el gran apoyo que ha tenido la idea contraria, con eso hay que contar”.
Respecto al Reino Unido, Tirole tiene claro que el brexit “tuvo éxito sin pensar en criterios económicos, eso no contó a la hora de votar, en lo que podía pasar desde el punto de vista económico, pero, aunque es posible que se arrepienta, no lo tengo tan claro. En el caso de Francia, una salida de la UE sería una catástrofe, mucho más grave que en el caso del Reino Unido”.
Tirole se ha lanzado a una aventura. La economía del bien común tiene –en su versión en castellano, 577 páginas. Y su intención es que el ciudadano, el no especializado en economía, se atreva a leerlo, y piense que contribuye “al bien común”.