La pasión turca de Rutte
La victoria de Mark Rutte en Holanda aleja los fantasmas del populismo, pero la alianza entre Turquía y Rusia presenta un nuevo panorama de inestabilidad
Ha pasado casi un siglo desde que los dos grandes imperios de la linde oriental europea –el ruso y el otomano— sucumbieron a sus crisis internas. Pero su herencia pervive en los sentimientos de religión y de patria que azuzan Vladimir Putin y Recep Tayyip Erdogan al perseguir sus ambiciones.
Europa contempla alarmada cómo el presidente turco ha pasado, en apenas dos años, de aliado enojoso a adversario incipiente. Y, en los últimos días, en protagonista central de las elecciones en Holanda en las que el primer ministro Mark Rutte logró una clara victoria sobre el populista islamófobo Geert Wilders. “No Nexit”, tuiteó el italiano Paolo Gentiloni, resumiendo en dos palabras el alivio de Bruselas y de los líderes de la Unión.
La desmedida respuesta de Erdogan al veto a que sus ministros hicieran campaña en Holanda por el “sí” en el referéndum turco de abril polarizó los comicios. Llamó “nazi y fascista” a Rutte y culpó, además, a todo el país por el genocidio serbio de 8.000 musulmanes bosnios en Srebrenica en 1995. Ya puesto, incluyó a Alemania en su ‘fetua’ sobre el nazismo.
Rutte, más prudente, declaró “inaceptable” la acusación de Erdogan, y recalcó sus palabras disolviendo sin contemplaciones una protesta de inmigrantes turcos en Rotterdam. En Estambul, mientras tanto, la multitud colocó la bandera de la media luna y la estrella en el consulado de Holanda. En 48 horas, los dos países, aliados en la OTAN desde hace 65 años, llevaban el conflicto de honor hasta el borde de la ruptura.
El inesperado regalo de Erdogan
La testosterona nacionalista de Erdogan fue, al final, un inesperado regalo para Rutte. Al salir en defensa del país, capturó el bonus del poder, un plus de atención mediática que supo aprovechar para exhibir las cualidades de temple y firmeza que se espera de un líder nacional.
Rutte dice que su victoria es una derrota del “populismo equivocado”, como si de colesterol –bueno y malo— se tratara. Pero, entonces, ¿cuál es el populismo correcto? Según él, europeísmo, liberalismo económico, conservadurismo social y asimilación de los inmigrantes en lugar de integración. Sin embargo, es posible que quien haya dado con el “buen” populismo sea Jesse Klaver.
Los Verdes de Izquierda subieron el miércoles de cuatro a 14 diputados, un vuelco sólo comparable al descalabro del Partido Laborista, pariente del PSOE, que cayó de 38 a 9. ¿Nace en Europa una suerte de nacional progresismo –europeísta, pragmático e intergeneracional— cuya más reciente estrella, junto a Emmanuel Macron en Francia, es Jesse Klaver, a quien comienzan a llamar “el Jessías” (‘Jessíah’)?
Klaver, un representante del mosaico cultural holandes
Klaver, de 30 años, es hijo de marroquí e indonesia y, por tanto, de la realidad moderna de su país. Trajeado y sonriente; elocuente e idealista, su discurso es inequívocamente progresista y pro europeo, pero no asusta a la gente de orden. Una participación del 81% en los comicios –la mayor en 31 años— apunta a un interés renovado en la política de los jóvenes atribuible a quien también se comprara con Justin Trudeau.
La pasión turca vivida en Holanda ilustra lo volátil, cambiante e impredecible de los procesos que se desarrollan actualmente en Europa
Las elecciones holandesas han roto la secuencia de reveses sufridos por el proyecto europeo en 2016. Pero, es poco probable que su resultado señale el declive del ciclo populista. Los factores que lo han creado –desencanto con la política, la crisis, la inmigración, la globalización, la desigualdad— siguen presentes. La primera prueba crucial serán elecciones las presidenciales francesas del próximo mes.
Francia y Alemania, las próximas citas claves
Luego viene la decisión en Alemania sobre el futuro de Angela Merkel y su visión rigorista frente al más expansivo socialdemócrata Martin Schulz. La neofascista Frauke Petir y su AfD no gobernarán, pero su resultado condicionará la política interna y, por tanto la de toda la UE.
El peligro de un nuevo ‘exit’ es mayor en Italia, donde el caos parlamentario crónico aboca a unas elecciones a finales de año o principios del próximo. De las cuatro principales fuerzas en liza, dos –el Movimiento 5 Estrellas y la Liga Norte—son abiertamente antieuropeas mientras que la renovada Forza Italia coquetea con volver a la lira y el Partido Democrático del ex primer ministro Matteo Renzi se autoinmola en luchas internas.
¿Qué pasará con Turquía?
Pero antes de cualquiera de esas citas sabremos si Recep Tayyip Erdogan se convierte en sultán de facto tras el referéndum constitucional del 16 de abril para avalar la transformación de su cargo en presidencia ejecutiva con poderes ampliados.
La pasión turca vivida en Holanda ilustra lo volátil, cambiante e impredecible de los procesos que se desarrollan actualmente en Europa y su espacio cercano: el cruce de intereses y prioridades de diferentes actores (algunos ajenos a la Unión), la interconexión de los acontecimientos y la influencia, en ocasiones poco evidente, de unos sobre otros.
Si en algún lugar se desarrolla un ‘Juego de Tronos’ con fuego real es en Siria
La derrota de Geert Wilders, por ejemplo, tendrá poco efecto en disminuir las posibilidades de Marine Le Pen en Francia. Pero si su Partido por la Libertad se hubiera convertido, contra todo pronóstico, en primera fuerza en Holanda, sí habría desencadenado una severa crisis política, financiera y de confianza en la Eurozona y seguro efecto contagio en Francia.
De igual manera, la deriva autoritaria y nacionalista de Erdogan y su alejamiento de la UE –que compromete el acuerdo sobre refugiados e inmigración alcanzado hace un año— corre en paralelo con su acercamiento a Rusia. Su visita a Moscú el 10 de marzo puso fin, con todos los honores, a la grave crisis iniciada hace 15 meses cuando Turquía abatió un caza ruso que penetró en su espacio aéreo desde Siria.
Las razones de la alianza ruso-turca
Erdogan necesita el comercio, la inversión y el turismo ruso. Pero, sobre todo, quiere libertad para destruir las milicias kurdas en la frontera sirio-turca. Si en algún lugar se desarrolla un ‘Juego de Tronos’ con fuego real es en Siria. Erdogan y Putin escenifican una cordialidad que no les impide apoyar a bandos contrarios: Rusia y el Irán chií apoya masivamente a Bachar el Assad, mientras que la Turquía suní ayuda al Frente Al-Nusra, rama local de Al Qaeda. Con razón le adjetivo “bizantino” viene de Bizancio, origen griego de la actual Estambul.
La amistad ruso-turca antepone ‘realpolitik’ a un pasado de guerra y rivalidad entre la Rusia zarista cristiano-ortodoxa y el sultanato otomano. Todas las decisiones de Erdogan, según sus opositores, obedecen al objetivo de consolidar su poder personal. Nuray Mert, la respetada politóloga y periodista del diario Hurriyet, afirma que Putin y Erdogan “son como un matrimonio forzoso con un hijo ilegítimo –Siria— en el que cada cónyuge odia a los cuñados del otro: la OTAN, el régimen de Assad e Irán”.
El recién reelegido presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, tiene la inusual virtud de decir lo que otros callan frente a los micrófonos en Bruselas. Tras el primer veto a la entrada de musulmanes en Estados Unidos en enero calificó a Donald Trump de “amenaza para la UE” y, el pasado miércoles, mientras se votaba, hizo una ardiente defensa de Holanda, añadiendo que “Erdogan está completamente desconectado de la realidad”.
A la vista de los hechos, es una hipótesis plausible. Unir su suerte con Rusia no es la mejor de las ideas habida cuenta de la tendencia de Putin a cambiar de amigos en función de cada necesidad.
De momento el más favorecido por el alejamiento del Devet Başkani de sus aliados tradicionales es presidente ruso. En ese contexto, la agitación patriótica de los turcos de Holanda, Alemania y el resto de Europa, deja de ser un mero incidente para convertirse en una nueva cuña en la cohesión de la Unión.