Los frentes que impiden la unidad independentista
El soberanismo cierra el año de la resaca postprocés y encara el del juicio al 1-O apelando a recuperar una unidad de acción cada vez más improbable
“Nos tenemos que exigir ser más fuertes en la unidad”, se propuso Quim Torra de cara al 2019 en su discurso de fin de año. “Dejemos atrás las desconfianzas, las diferencias que nos puedan separar. Que la generosidad vuelva a ser el cemento que nos hace imbatibles”, dijo en otro momento de su mensaje, en el, que, siguiendo con uno de sus mantras habituales, alegó que esa unidad hay que tejerla en torno a la defensa de los derechos sociales, civiles y políticos. O, lo que es lo mismo, de la exoneración de los procesados independentistas y la autodeterminación.
Torra no podía prescindir de esa referencia en el cierre de un año de durísima resaca del procés, caracterizado por una implosión del espacio independentista fruto de las discrepancias estratégicas afloradas desde que la hoja de ruta colapsó en octubre de 2017. Pero, como suele pasar con tantos otros propósitos de año nuevo, el del presidente de la Generalitat resulta mucho más fácil de enunciar que de cumplir.
De hecho, se ha convertido desde hace muchos meses en una reclamación recurrente cada vez que un líder independentista tiene un micro delante, mientras las disensiones internas no solo no remiten, sino que se van agravando. Estas son las principales de esas heridas abiertas a base de dentelladas de fuego amigo por las que se desangra el independentismo y que habría que suturar para hacer realidad los deseos de Torra.
La CUP da la espalda al Govern
No es que nadie aspire a recuperar el apoyo de la CUP al Govern que sí existió la legislatura pasada -al altísimo precio, hay que recordar, de apartar ni más ni menos que a Artur Mas de la presidencia-, pero el suyo fue el primer desmarcaje y así debe constar.
Los cuperos dejaron claro desde el primer momento que no creen en la retórica republicana y sin correlato fáctico en forma de avances hacia la independencia a la que se ha abonado el ejecutivo de Junts per Catalunya y ERC, y, como los llamados Comités de Defensa de la República (CDR) o la Assemblea Nacional Catalana (ANC) operan como una especie de Pepito Grillo independentista de Torra, y así seguirán, según han repetido por activa y por pasiva.
Junqueras y Puigdemont, distanciados
El giro de guión in extremis de Carles Puigdemont, que, tras haber decidido en primera instancia convocar elecciones, acabó precipitando la declaración de independencia, se produjo después de que el entonces president recibirá múltiples presiones, algunas de las cuales provenieron de ERC, que ahora, en cambio, juega el papel de moderado frente a las posiciones del puigdemontismo.
Aquel episodio y la decisión de Puigdemont de irse a Bruselas mientras Oriol Junqueras optaba por comparecer ante el juez y exponerse a la cárcel, en la que ya lleva 14 meses, no solo reavivaron la desconfianza que siempre había caracterizado las relaciones entre ERC y Convergència, sino que provocaron la ruptura entre los dos líderes.
Hace unas semanas, desde Esquerra se vendió un acercamiento entre ambos, que según esa versión habrían empezado una relación epistolar, pero Junts per Catalunya (JpC) no tardó en relativizar esa aproximación, y la huelga de hambre de cuatro de los presos de Lledoners, todos ellos de JpC, fue leída en el seno de Esquerra también como una maniobra para desgastar a los de Junqueras, que no suscribían la estrategia.
JpC y ERC, a la greña en el Parlament
Con la CUP instalada en la oposición y en un purismo imposible de suscribir para la Generalitat, las desconfianzas entre Esquerra y el conjunto del espectro postconvergente han ido a más, pese a gobernar en coalición.
La guerra fría ha tenido dos puntos álgidos este 2019. A principios de año, los intentos de teleinvestidura de Puigdemont, dinamitados por el presidente del Parlament, Roger Torrent, convertido desde entonces en una bestia negra para el puigdemontismo.
Y, en verano, la crisis de los diputados suspendidos por el Tribunal Supremo- entre los cuales el propio Puigdemont-, resuelta en falso y que precipitó la pérdida de la mayoría independentista en la cámara, porque JpC renunció a designar sustitutos de sus cuatro suspendidos, como sí hizo ERC. Mientras no haya cambios, el govern seguirá contando con solo 61 diputados (el republicano Toni Comín tampoco hace uso de su voto para evitar problemas legales, de modo que ni con los cuatro votos de la CUP le alcanza para llegar a los 68 que marcan la mayoría absoluta.
La Crida no arranca
Las maniobras de Puigdemont para tratar de agrupar al grueso del independentismo bajo su manto, o, lo que es lo mismo, fagocitar a ERC y el Pdecat a través de la Crida Nacional per la Independència, no han ayudado precisamente a limar asperezas con Esquerra, que se desmarcó desde el principio. Pero además han tensado la cuerda entre el entorno de Puigdemont y amplios sectores del Pdecat.
El president consiguió desbancar al frente de la formación heredera de Convergència a Marta Pascal, pero con David Bonvehí al frente tampoco ha conseguido hasta ahora pactar el encaje del Pdecat en la Crida, que todavía no está claro si operará como partido político o no, y cuyo proceso fundacional se ha ido dilatando ante la falta de quorum. Ahora, el plan es culminarlo con un congreso a final de enero. Se supone que entonces nos sacarán de dudas.
Cinco alcaldables independentistas en Barcelona
Las tensiones entre la Crida y el Pdecat se plasman también en la imposibilidad, hasta la fecha, de consensuar una lista conjunta para aspirar a la alcaldía de Barcelona. Tras meses de negociaciones, el candidato puigdemontista, el exconseller Ferran Mascarell, rompió la baraja y a principios de diciembre anunció que se presentará por su cuenta, en una maniobra pensada para seguir presionando a la formación neoconvergente y que acabe cediendo a las exigencias del expresident y su entorno, que pasan por prescindir de Neus Munté como alcaldable.
Si no lo hace, con Mascarell serían cinco los candidatos independentistas, porque a los de Pdecat, ERC y la CUP hay que sumarle a Jordi Graupera. El filósofo y tertuliano impulsó unas primarias con el argumento de que el independentismo necesitaba presentar un único candidato si quería arrebatar la alcaldía a Ada Colau, pero, ignorado por los partidos, ha acabado celebrándolas igual para montar su propia lista, consiguiendo el efecto contrario al deseado: fragmentar aún más el espacio electoral soberanista.
Las europeas , tampoco
JpC también extendió sus redes sobre ERC de cara a las elecciones europeas, que se celebrarán el mismo 26 de mayo fijado para las municipales. Y también ahí Esquerra le dio calabazas, pese a que el mismo Puigdemont -perfectamente consciente, eso sí, de la respuesta que le esperaba- le ofreció a ir de número dos de Junqueras, que será el candidato de los republicanos, integrados finalmente en una lista conjunta, sí, pero con Bildu y el Bloque Nacionalista Galego (BNG). De lo que se trata, en clave claramente preelectoral, cada vez que se apela a una unidad que todos dan por imposible, es de que sea el otro, y no uno mismo, el que queda como el que la imposibilita.
Tensiones en el Pdecat
Las tensiones no son solo entre partidos, por más socios que sean. En el seno del Pdecat conviven en algo que nada tiene de perfecta harmonía sectores abiertamente alineados con la apuesta de Junts per Catalunya y Puigdemont, con la vicepresidenta, Míriam Nogueras, a la cabeza, y otros en la línea de Munté, Pascal o el portavoz del grupo en el Congreso, Carles Campuzano. La disparidad de enfoques se evidencia no solo a la hora de consensuar una postura sobre la relación con la Crida, sino también en la estrategia a seguir en la relación con el Gobierno de Pedro Sánchez.
Campuzano ya amagó con dimitir en septiembre después de que el sector puigdemontista forzara la retirada de una moción sobre el diálogo ya pactada entre los grupos parlamentarios del Pdecat y el PSOE, y el pasado fin de semana, poco antes de que Torra apelara a la unidad, se desencadenó una nueva crisis.
El motivo esta vez fueron los Presupuestos Generales del Estado. El secretario de organización del Pdecat y diputado en el Congreso Ferran Bel abogó por no bloquear el inicio de la tramitación de los mismos para dar «más tiempo» a la negociación en pos de una «solución política», y Nogueras le desautorizó esgrimiendo el 95% de votos con el que el Consejo Nacional del partido acordó rechazar las cuentas de Sánchez, aunque nada dijo el consejo sobre vetar o no a tramitación de los mismos.
La ANC, por libre
Frente a la desorientación estratégica de los partidos, la ANC ha optado por estirarles de las orejas y tomar distancia respecto de la acción del gobierno, para no hacerse partícipe de las críticas que recibe este desde amplios segmentos del independentismo que le reprochan lo mismo que la CUP: haberse instalado en la retórica para camuflar su falta de pasos adelante.
El problema es que ya tampoco la Assemblea predica con el ejemplo, como se vió con las protestas convocadas el 21-D por la celebración del Consejo de Ministros en Barcelona. Pese a que finalmente hubo entente para una gran manifestación conjunta organizada por diversas entidades, de entrada cada una convocó su propia protesta, y la mantuvo una vez consensuado el acto unitario. Y, mientras Òmnium Cultural optaba por un espectáculo reivindicativo con música y parlamentos frente a la estación de Francia, la ANC llamaba, con escaso éxito, a paralizar la capital catalana con una marcha lenta de vehículos a motor.
La naturaleza de sus convocatorias del 21-D ejemplifica la distancia que separa ahora mismo la apuesta de la ANC y Òmnium
La naturaleza de las dos convocatorias ejemplifica la distancia que separa ahora mismo la apuesta de una y otra entidad, que tantas veces han ido de la mano. Si la Assemblea y su presidenta, Elisenda Paluzie, optan por un maximalismo discursivo en una línea más cercana a la de JpC y Puigdemont; Òmnium, aún presidida por el encarcelado Jordi Cuixart, pone el énfasis en la reivindicación «antirepresiva», la única que ahora mismo suscita consenso entre el independentismo, pero se muestra mucho más cauta a la hora de plantear exigencias de cara a esa implantación de la república cada vez más lejana como horizonte estratégico.
Al fin y al cabo, este año de resaca, la independencia ha sido sustituida como objetivo a corto plazo de partidos y entidades soberanistas. Aquel «tenim pressa» erigido en lema se aplica ahora, sobre todo, a la recuperación de esa unidad vista ya como un paraíso perdido, y por la que unos y otros claman mientras siguen discrepando y haciendo cuentas de cara a la próxima cita electoral.