Junqueras da un mitin en el Tribunal Supremo
El exvicepresidente catalán se califica de "preso político", se niega a responder a las acusaciones y convierte su declaración en un alegato político
“Un canto a las libertades y una defensa de la democracia” que se leerá “en los libros del futuro”. En esos términos grandilocuentes hicieron el líder del grupo de ERC en el Parlament, Sergi Sabrià, autor de la primera cita, y el presidente de la cámara catalana, el también republicano Roger Torrent, la promoción de la que sería la declaración del líder de Esquerra, Oriol Junqueras, en el Tribunal Supremo.
A la espera de los libros, también se podría decir que en gran parte, constituyó un monólogo más propio de un mitin o de una larga intervención parlamentaria que de un turno para defenderse en un proceso penal.
Junqueras, orador irónico, sentimental, incontinente, hizo de la mesita colocada frente al juez su púlpito, y puso su discurso, porque eso es lo que fue su intervención, apenas puntuada con preguntas en modo pase al hueco de su abogado Andreu Van den Eynde, al servicio de la principal tesis que pretende transmitir su defensa: la de que este es un «juicio político».
Junqueras insistió en calificarlo así desde el mismo arranque de su intervención, cuando ya dejó claro que solo respondería a su defensor, no a las acusaciones. Y, más que testificar, pontificó. La imposibilidad de un interrogatorio a la contra le permitió estructurar su discurso como un alegato ideológico de cabo a rabo, desde que lo abrió calificándose de «preso político» hasta que lo cerró remachando que cada vez que tenga posibilidad de hablar insistirá en lo mismo: en la necesidad de «una solución política» en Cataluña.
El míting lo hizo en castellano, pese a que el juez permitía que fuera en catalán
El mitin lo hizo en castellano, pese a que el juez permitía que fuera en catalán. Descartado el uso de auriculares, el sistema de traducción autorizado habría consistido en la presencia de un intérprete que tendría que ir interrumpiendo cada poco tiempo la alocución del acusado, una fórmula que este consideró “poco práctica” antes de añadir que sería “un placer hablar en castellano”. “Me da la oportunidad de dirigirme al conjunto de la ciudadanía española tras un año y medio de silencio forzado”.
Claro que, teniendo en cuenta la naturaleza esencialmente política de su intervención y la posibilidad de dirigirla a una audiencia masiva en toda España –porque esto, conviene no olvidarlo y desde luego los acusados no lo hacen, es un gran show televisivo en directo- no es descartable que el plan de Junqueras haya sido, desde el principio, declarar en castellano. Al fin y al cabo, la audiencia catalana ya está más que familiarizada con el aparato retórico y argumentativo que desplegó ante el tribunal. Al fin y al cabo, no dudo en aderezar su discurso con ese sonoro “Amo a España” directo a los titulares.
El acusado, lanzado al ataque, tardó una hora en entrar en materia estrictamente penal
Junqueras, que se presentó como un irredento pacifista que renunciaría a sus objetivos políticos antes de caer en mecanismos “indecentes” o inmorales para conseguirlos, como el recurso a la violencia, se remitió hasta los tiempos del Estatuto de 2006 para hilvanar su defensa del derecho de autodeterminación.
E insistió de forma vehemente en no haber cometido ningún delito, y, en base a esa premisa, recurrió incluso al argumento ontológico para desacreditar a esas acusaciones a las que se negó a atender. “Si nada de lo que hemos hecho es un delito, es evidente que la argumentación de las acusaciones no se sustenta”, zanjó.
El acusado, lanzado al ataque, tardó una hora en entrar en materia estrictamente penal, si por ello entendemos responder a los hechos concretos que se le imputan, porque solo entonces, y tras un receso de media hora, Van den Eynde dedicó la última parte de su interrogatorio, aceptamos pulpo, a preguntarle por ellos.
Y ahí, el presidente de ERC negó haber destinado dinero público a la preparación del referéndum y haber formado parte de ningún comité estratégico para preparar la independencia, como se le atribuye en un documento denominado #enfoCATs incautado durante un registro ordenado por el juzgado número 13 de Barcelona y que Junqueras tachó de “apócrifo”. Negó todo eso, y también –“¡nunca, nunca, nunca!”- haber fomentado un enfrentamiento entre la población y la policía el 1-O.
“Votar no es delito, impedir votar sí lo es”, repitió
Pero, más allá de esas negativas, incluso en esa parte más atenta a las concreciones, Junqueras no perdió ocasión de volver al ataque -ahora contra las cargas policiales del 1-O, una «violencia» cuyo objetivo «no era impedir que se puediera votar» sino «generar un ambiente de crispación»- ni de regresar a la consigna política. “Votar no es delito, impedir votar sí lo es”, repitió, para justificar el mantenimiento de la convocatoria del referéndum pese a la prohibición del TC.
¿Y la declaración de independencia del 27-O, esa que precipitó la aplicación del 155? Era un medio para un fin: percutir en la voluntad “dialogante” y “multilateral” que insistió en que siempre ha tenido a gala.
La voluntad de diálogo, claro está, no incluye responder preguntas de las acusaciones. “Como yo voy a renunciar a mis convicciones ni las acusaciones van a dejar de perseguirme por ello”, alegó, tampoco tendría ningún sentido hacerlo.