Federico Trillo: cae el gran muñidor de la política judicial del PP
El exministro de Defensa ha montado el tinglado para que el PP esquive las causas por corrupción y regresa sin preocupación al Consejo de Estado que le responsabiliza por la tragedia del Yak 42
Federico Trillo-Figueroa utilizó presuntamente dinero de la caja B del PP para sufragar la defensa de los responsables del Yak 42. Tres de sus subordinados falsificaron la identidad de un buen número de fallecidos en el accidente de 2003 y, cuando estos fueron a prisión, el gobierno del PP los indultó. No es que no haya pedido perdón a los familiares de los muertos, es que este señor se pone el mundo por montera. Trillo es un caso patológico de cara-cartón-piedra.
Él fue el diseñador de todas las actividades extraprocesales que rodearon a una gran parte de la trama Gürtel. Ha jugado al gato y al ratón entre su partido y los tribunales de justicia, y su trayectoria confirma la teoría de que la intriga judicial ha marcado la agenda política española de los últimos quince años.
Vivir en Londres como embajador no le ha salvado de salir en los papeles bajo amenaza de inculpación: Trillo todavía está siendo investigado por la Fiscalía anti-corrupción en relación con su presunta implicación en el caso de los parques eólicos de la empresa Collosa SA, que le han costado el ostracismo al doloso Vicente Martínez Pujalte.
A gusto con el galón de comandante
Trillo-Figueroa habita las entretelas del poder judicial. Fue el número uno de su promoción en el Cuerpo Jurídico de la Armada y estuvo destinado en la Fiscalía de la Zona Marítima del Mediterráneo, así como en la Dirección de Construcciones Navales Militares. Accedió por oposición al cuerpo de letrados del Consejo de Estado. Es un miembro numerario del Opus Dei de los que deleitan a los acólitos en las Iglesias de Woytila, con apuntes doctrinales cercanos a Rouco Varela y a Cañizares, el torquemadiano obispo de Valencia.
Cuando se retiró para dedicarse a la política era comandante; y la verdad es que el galón le cunde. Si entra en una audiencia con banquillo y barandilla, las togas se adocenan a su alrededor. El gran muñidor de la política judicial conservadora ha vuelto. Y su última entrega no desmerece las anteriores: ha despreciado a las familias de los militares fallecidos en el Yak («comprendo que quieran más dinero, pero ya se les reparó patrimonialmente», dijo ayer mismo). Luce el mismo mentón que cuando era presidente del Congreso y utiliza el imperativo categórico entreverando su discurso con algún adorno torero.
Trillo es una perfeccionista inclemente que levanta las cejas sin inclinar la cerviz. Ama la estética (aunque no la practica) y cuando mira de frente para matar, le delata el deseo de imitar el volapié que hizo famoso a Curro Romero, faraón de Camas.
Trillo regresa despreocupado al Consejo de Estado
El embajador en Londres es un zorro de flequillo levantón enfundado en el clásico blue gin con raya planchada al vapor. En plenas vacaciones navideñas, sale a la puerta de su mansión cartagenera para decir «dejo lo de Londres; pero que conste que no me han echado» ¿Y adónde va? «A ocupar mi puesto en el Consejo de Estado». Claro, aquí no ha pasado nada.
Ya lo dice Mariano Rajoy, running man sobre los descansillos que festonean la ensenada de Ribadumia: «eso del Yak, judicialmente ya fue sustanciado hace mucho». Lo de siempre en el PP. Si no hay responsabilidades penales, tranquilos, y si alguien pide explicaciones que vaya al maestro armero.
Antes de la confluencia entre los papeles de Bárcenas y la trama Gürtel, Trillo hizo que el PP disimulara su corrupción sistémica consiguiendo que el partido conservador declarara como perjudicado ante Tribunal Superior de Justicia de Madrid. Eran todavía los años felices del boom inmobiliario, con la inhabilitación de Baltasar Garzón en el cañamazo de fondo, y la lenta caída de la economía dispuesta a trasladarnos de vuelta al furgón de cola europeo.
Pero finalmente Trillo no se salió con la suya. La audiencia Nacional recuperó la instrucción de la trama del PP como demostró el juez Pablo Ruz manteniendo en alto unas diligencias periciales, que este 2017 culminarán en el juicio oral más lento de la historia.
La diplomacia como refugio
La manipulación del ritmo procesal es una partida que no siempre se gana. Para escapar del olvido, Trillo-Figueroa miró al presidente Rajoy en busca de la solución Margallo. Y el entonces canciller le destinó a la Embajada de Londres, una vida regalada en el 39 de Chesham Place. Pero allí precisamente salió a su encuentro el destino proteico en forma de Tribunal Supremo: Teresa Hernández, una funcionaria de Exteriores despedida con malos modos por el embajador le llevó a los tribunales por despido improcedente.
Hernández y Trillo se verán las caras el próximo 19 de enero, día fijado para la causa oral con la que la funcionaria volverá a su puesto de trabajo. Hernández ha triunfado donde juristas y políticos de renombre fracasaron. Así son las piedras en el zapato.
Los exabruptos que quedaron en la historia
Licenciado en Derecho en Salamanca y doctor por la Complutense, no repara en gastos a la hora del exabrupto. En diciembre de 2002, lanzó un nítido «¡manda huevos!» desde la presidencia de la Cámara para reiterar que «las playas estaban limpias y esplendorosas y que el chapapote no era el apocalipsis que nos había descrito Nunca mais«. Fue un mes después del vertido del Prestige, una de las mayores catástrofes ecológicas en España.
Apenas un año más tarde, como ministro de Defensa, pronunció aquel entrañable «¡viva Honduras!», que dio la vuelta al planeta desde el aeropuerto de El Salvador, una país amigo cuya férula militar había pasado por las armas a medio Frente de Liberación Farabundo Martí.
«Al alba y con viento de levante…», comenzaba su narración de los hechos (modelo «cautivo y desarmado…») en la reconquista del islote Perejil, con helicópteros e infantes de marina para reducir a tres o cuatro soldados marroquíes que volvieron a casa sentados en el pescante de una lancha fueraborda. Perejil fue durante unas horas sus Malvinas de quita y pon, compartidas con José María Aznar, el hombre que barruntaba su encuentro en las Azores.
Eludiendo las responsabilidades del Yak 42
Mientras permaneció al frente del Ministerio de Defensa, Federico Trillo se negó a asumir la responsabilidad política en la decisión de alquilar un avión en condiciones deplorables para repatriar a 62 militares españoles que habían servido en Afganistán. Tampoco renunció al escaño del que disfrutaría más tarde. Tal es la fiebre de permanencia en el poder que asola a mentes como la suya.
En su cabeza no caben los colores vivos de Oriente ni la esperanza de un nuevo mundo castrense marcado por la feminidad que reina en las élites desde que Jean Paul Gaultier glorificó al hombre objeto poniéndole una falda.
Como miembro de la Comisión Española de Historia Militar, Trillo es aficionado a la retórica patria, tanto que en sus libros sobre temas judiciales no han faltado las referencias poéticas más refulgentes. Publicó El poder político en los dramas de Shakespeare para hacerse acompañar de por vida por héroes como Hamlet, Macbeth, Lear o por los adversarios de Julio César, que inauguraron el homicidio como ejemplo de parricidio y sedición anti-teocrática.
No se le puede negar imaginación, pero desprende el vaho de la derecha compasiva desprovista de empatía. Se cae del pedestal diplomático al que accedió por enchufe trifásico (no por el escalafón que tanto defiende) y vindica su vuelta al origen en un Consejo de Estado que acaba de sacarle los colores.