El choque entre Rivera y Casado da aire a un Sánchez ambivalente
El presidente del Gobierno promete recuperar el delito de referéndum en un debate en el que marca distancias con todos
Con el PSOE abocado a una victoria el domingo que no está nada claro que le dé más margen para conseguir apoyos de cara a la investidura de Pedro Sánchez que tras el 28-A, estaba cantado que el debate celebrado este lunes sería un todos contra el presidente del Gobierno, que evitó clarificar por dónde irán los tiros a la busca de apoyos tras las elecciones. Sánchez trató tanto de marcar distancias con todos, reaccionando como gato panza arriba a cada guiño lanzado por Pablo Iglesias, como de zafarse del papel de diana favorita a base de lanzar alguna promesa contundente. Las principales, la recuperación del delito de convocatoria de referéndum ilegal, la incorporación al Código Penal de la apología del fascismo y el franquismo y la creación de una vicepresidencia económica que ocuparía la actual ministra de Economía y Empresa, Nadia Calviño.
En todo caso, el previsible pim pam pum contra Sánchez, que lo hubo, acabó amortiguado por los encontronazos entre Albert Rivera y Pablo Casado, buscados por el primero, e incluso entre el líder de Cs y Santiago Abascal, que se estrenaba en un debate electoral y que fue el único que compareció sin corbata.
La posición que ocupa cada formación en el ránquing que dibujan las encuestas determinó absolutamente los movimientos de cada uno de los líderes. Casado, consolidado según los sondeos como segunda fuerza, fue quien más nítidamente buscó el cuerpo a cuerpo con Sánchez, pero. fiel a ese nuevo estilo que parece darle más réditos, evitó cargar las tintas y exhibió talante institucional.
En cambio, Rivera, al que la demoscopia pronostica un desplome vertiginoso, desplegó la habitual panoplia de gadgets convertida ya en carne de meme tras cada debate y se esforzó en equiparar a los socialistas y a los populares, cuyo líder llegó a pedirle que «no se equivoque de adversario». Y, mientras, Abascal insistía en meter en el mismo saco a PSOE, PP y Cs: por un lado está Vox, dijo, y por otro, “el consenso progre”.
Cataluña, arma arrojadiza
Cataluña, cómo no, fue la principal arma arrojadiza de la noche. La crisis catalana capitalizó el primer bloque del debate y fue salpicando todos los demás. Con Casado y Rivera compitiendo en exigirle mano dura con el gobierno de Quim Torra –ley de seguridad nacional pedía el primero, 155 ya el segundo– y Abascal subiendo la apuesta y pidiendo liquidar el estado de las autonomías como quien clama en el desierto, Sánchez prometió recuperar el mismo delito de referéndum que derogó el gobierno de Zapatero en 2005, como le afeó Casado. Mientras, Rivera sacaba de debajo de su atril un trozo de adoquín barcelonés, uno de los arrancados durante los disturbios para ser reciclados en proyectiles contra la policía.
Luego, Rivera también sacaría una lista de las competencias transferidas a Cataluña “sin vigilancia” por gobiernos socialistas y otra con las transferidas por ejecutivos del PP. Solo le faltó sacar a Lucas, el cachorro al que en las redes había calificado de su “arma secreta” de cara al debate. A los que sí sacó fue a “los cachorros de Torra”, que es como se refirió a los de los adoquines.
El candidato del partido naranja fue el más gráfico, a menudo también el más sobreactuado. Si ya acostumbra a serlo, esta vez, en busca de una remontada agónica, necesitaba jugar al ataque. Así que cargó contra Sánchez, contra Casado, con el que se enganchó con especial dureza a costa de la corrupción, y contra Abascal, al que reprochó haber estado cuatro años trabajando, a razón de 80.000 euros anuales, en uno de esos “chiringuitos autonómicos” que ahora denuncia el líder de Vox.
Rivera fue, de hecho, quien más atención prestó al debutante Abascal, que se preocupó de difundir sus propuestas de manera clara y evitando exabruptos. Aunque a veces lanzó afirmaciones o propuestas que eran exabruptos en sí mismas. El candidato de la ultraderecha llegó a afirmar que el 70% de los acusados por participar en violaciones en grupo, las llamadas “manadas”, son extranjeros, un dato que no es oficial y no explicó de dónde sale, y que la culpa de la desaceleración económica es del estado de las autonomías, la inmigración y el “expolio” fiscal al que se somete a las clases medias.
Sánchez se zafa de los guiños de Iglesias
El contrapunto con Cataluña lo puso Iglesias. “Compiten a ver quién tiene la medida más dura. Y esto solo se puede resolver con diálogo, sentido común y mano izquierda”, insistió el líder de Unidas Podemos, al que, como ya pasó en los debates de la campaña del 28-A, benefició jugar en una liga distinta a la de los demás.
Iglesias, solo a la izquierda de Sánchez, insistió a lo largo de toda la noche en tenderle la mano al líder socialista y pedirle que rectifique y que clarifique su postura de cara a eventuales acuerdos postelectorales. Pero cada vez reaccionó el presidente del Gobierno marcando distancias con Iglesias con gesto airado. Sánchez mantuvo la ambivalencia habitual, y ni siquiera contestó si aceptaría el apoyo de los independentistas, pese a la insistencia de Casado y Rivera en que lo hiciera. El presidente no pasó de diferenciar entre dos opciones: gobierno, que es la que representa votar al PSOE, o bloqueo, que es lo que ofrecen todos los demás.
Lo que sí hizo Sánchez fue aprovechar la presencia de Abascal para meterlo en el mismo saco que a los líderes de PP y Cs, a los que reprochó que no chistaran cuando aquel propuso ilegalizar al PNV. “Ustedes representan una derecha cobarde ante una ultraderecha agresiva”, les espetó varias veces.
Además de Rivera, el que acabó concediendo a Abascal el protagonismo que Casado y Sánchez le escamotearon fue Iglesias. Sánchez anunció su intención de perseguir la apología del franquismo y el fascismo y de ilegalizar la fundación Francisco Franco y Abascal acusó al presidente de reabrir heridas y planteó que por qué no fomentar en cambio que se abrazaran el abuelo del líder de Podemos y su abuelo Manuel, reclutado «en el bando nacional». Pero Iglesias se revolvió. «Me pregunto qué pensarían en Alemania si alguien reivindicase a su abuelo de las SS junto con otro abuelo judío gaseado», replicó. De ahí, Abascal saltó al salto al País Vasco y se vindicó como el único que se había jugado la vida amenazado por ETA, e Iglesias le recordó que lleva en las listas a la hija de Ernest Lluch.
También Rivera habló de sus abuelos. De hecho, fue quién más mentó a su familia. Se acordó de sus abuelos, a los que metió en el saco de las «bestias taradas» de las que hablaba Torra en sus escritos más infestados de xenofobia. Y de su madre malagueña. Y de su hija, a la que sacó a colación para proponer un «cheque fiscal»de 1.200 euros para familias con dos hijos. A la búsqueda de la conexión emocional con los espectadores solo le faltó volver a felicitar a Inés Arrimadas por su embarazo.
Minutos finales de sonrojo
No lo hizo, pero sí volvió a sacar a su familia en ese mal llamado minuto de oro final que no pasa nunca de ser sesenta segundos de latón en forma de spot a menudo sonrojante. Dijo que sí se puede y dejó claro que no lo aprendió de Obama, sino que se lo inculcaron sus padres, y que él se lo transmitirá a sus hijos. Por cierto, que en el yes we can fue en lo único que coincidieron Rivera e Iglesias, que cerró también así su participación en el debate. «Puede haber un gobierno que defienda a la gente. Sí se puede», concluyó.
Casado, tuteando a los espectadores, dijo querer estar en nuestras casas y darnos la mano «bien fuerte», aunque igual tampoco hacía falta ese despliegue de efusividad. Total, al final se trataba de reafirmar que el voto al PP es el único voto útil posible del centroderecha porque «solo el PP puede ganar al partido socialista».
Abascal, por su parte, celebró su debut como un triunfo contra los manejos torticeros de la prensa, abundando en esa acusación recurrente contra los medios y que comparte con ese independentismo que canta aquello de «prensa española manipuladora». «Hoy han tenido la oportunidad de escuchar sin manipulaciones las propuestas de Vox», concedió.
¿Y Sánchez? Alegó para acabar que si el domingo toca volver a votar es porque era mentira que tuviese un pacto con los independentistas, como decía la derecha, o con la derecha, como decía Podemos. Así que, tras toda la noche evitando responder a las preguntas directas sobre sus eventuales socios si, como parece, gana a los puntos, sentenció que «no hay nada más fuerte que la verdad». Y sonó como la coletilla inmortal de Mayra Gómez Kemp, la eterna presentadora del Un, dos,tres. Aquello de «yo nunca miento, pero hasta aquí puedo leer».