Cinco planteamientos de la conferencia de Torra inasumibles para Sánchez
Torra simultaneó en su discurso las huecas apelaciones al diálogo con una demonización de las instituciones que complica cualquier diálogo con Sánchez
La conferencia de Quim Torra, como él y su gobierno ya han convertido en norma en cada declaración, basculó entre el constante ofrecimiento de diálogo con el gobierno de Pedro Sánchez y una mucho más beligerante inflamación retórica en formato agit-prop que a menudo amaga con volver a la unilateralidad. La modulación consiste en poner el énfasis en una u otra vertiente en cada momento y lugar, según convenga.
Esta vez, Torra, enfatizó la primera a base de hacer hasta siete apelaciones al diálogo y nueve a la negociación, mientras que no hubo ninguna mención explícita a un eventual regreso a la vía unilateral. Pero el planteamiento queda diluido en un relato solipsista que no ceja en contrastar las autoasumidas bondades del “pueblo catalán” y de una eventual república catalana independiente con una descripción en términos poco menos que apocalípticos de la supuesta podredumbre del “Estado español”, ni deja de insistir en el llamamiento a la movilización permanente en las calles y las amenazas apenas veladas de desobedecer a los tribunales.
Así las cosas, y a la espera de que se convoque la segunda cita entre Torra y Sánchez, cuyo gobierno ya le ha reprochado al president el contenido de su discurso, aquí van cinco aspectos de la conferencia de Torra que, más allá de las voluntades dialongantes que se exhiban a banda y banda de la mesa, hacen casi imposible el entendimiento entre ambos.
Demonización de las instituciones del Estado
“La república catalana representa valores de ciudadanía, valores europeos y derechos humanos”, dijo Torra, que también describió al catalán como “un pueblo unido contra el fascismo” y al independentismo como un movimiento “inclusivo” y “radicalmente democráticamente y pacífico” que está “en el lado correcto de la historia” porque persigue “una causa justa” y lucha “por la libertad”.
La estrategia de demonización de aquel con el que se quiere dialogar consiste en contrastar esa visión idealizada, y alejada de cualquier autocrítica, de la postura propia con la “violencia” de “todos los poderes del Estado”, del “viejo Estado español de siempre”, que “ha enterrado los derechos civiles y las libertades fundamentales” y ha mostrado “su cara más intolerante y antidemocrática”, “justificando” con la Constitución “lo que es injustificable: prisiones, exilios, persecución y violencia”. “Ya sabemos adónde está dispuesto a llegar el estado español cuando emprendemos el camino radicalmente pacífico y democrático de la autodeterminación”, dijo.
Negacion de la independencia judicial y amenaza de desacato
La demonización, además de al gobierno y al rey Felipe VI, también incluye al poder judicial. No es tampoco nada nuevo, salvo por la advertencia que lanzó en caso de sentencia condenatoria contra los acusados en la causa del procés. “No puedo aceptar ni aceptaré ninguna sentencia que no sea la libre absolución”, dijo, aunque, también ciñéndose a la ambigüedad habitual, no precisó qué significaría eso.
Llegado el caso, solo apuntó que estudiará qué decisiones tomar, que se pondrá “a disposición del pueblo de Cataluña, a través de sus representantes legítimos en el Parlament” y que lo que se decida se le comunicará “a los representantes catalanes” en el Congreso, el Senado y el Parlamento Europeo “para que actúen con fidelidad al mandato del pueblo de Cataluña”. Si eso significa que estará dispuesto a abrir las cárceles y dejar salir a los independentistas presos, como algunas informaciones han apuntado que ha dicho en privado, está por ver, pero está claro que eso es lo que quería dar a entender.
Y, por cierto, si esa comunicación “a los representantes catalanes” se le remitirá también a integrantes de partidos no independentistas tampoco lo especificó.
Negación de la pluralidad de Cataluña
La apelación a que Cataluña es “un solo pueblo” es otra idea recurrente en Torra. Y no solo “contra el fascismo”, que para él es el único que genera tensión en Cataluña. También está unido por los derechos “sociales, civiles y nacionales”.
En esa línea, el president percute en la tesis de que el independentismo tiene “la mayoría social del país detrás”, pese a que los partidos independentistas apenas alcanzaran el 48% de los votos en las últimas tres contiendas. Antes que a esos resultados, prefiere remitirse a la mayoría absoluta obtenida en escaños, al “mandato” del 1 de octubre y a las encuestas en las que el 80% se muestra partidario de un referéndum.
El referéndum como exigencia sine qua non
Esas mismas encuestas son las que esgrime Torra para supeditar siempre su “oferta permanente de diálogo y negociación” con Sánchez a un único objetivo, irrenunciable, además: el de un referéndum de autodeterminación “acordado, vinculante y reconocido internacionalmente”, que el presidente del Gobierno ya ha insistido por activa y por pasiva en que no ha lugar porque no tiene cabida en la Constitución. ¿Alguna alternativa? Torra la dejó clara: “O libertad o libertad”, zanjó.
La amenaza (en la sombra) de la unilateralidad
Ni una vez apareció la unilateralidad en el discurso de Torra. Pero solo estuvo ausente de forma explícita, porque ese “libertad o libertad”, por ejemplo, es interpretable a gusto del consumidor, como la insinuación de que podría desacatar las sentencias. Al cabo, propuso la creación de un “foro cívico, social y constituyente” en el que el adjetivo clave es el tercero, destinado a “promover el debate constituyente en Cataluña” y que “tiene que ser capaz de empezar a pensar, debatir y elaborar las primeras bases y los principios generales del modelo de país de la república que proponemos”.
La entidad se sumaría así al llamado Consejo de la República para seguir ampliando la trama de organizaciones paralelas a las institucionales diseñada por Torra, que en su investidura ya planteó la creación de una “asamblea de electos” de la que no ha vuelto a haber noticia y que tendría como encargo elaborar un borrador de constitución catalana. Una estrategia, la de la red parainstitucional, en consonancia con su apelación continua a la movilización ciudadana como motor del proceso independentista y al “mandato del pueblo”. “Solo nos debemos a él”, insistió.