28-A: cuanto peor… peor

El independentismo no llegó a Ítaca y la alianza de la derecha no va a repetir la reconquista de Granada

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Pedro Sánchez ha fracasado porque tiende a equivocarse más que a acertar. La audacia le permitió ganar una moción de censura que, de entrada, no tenía asegurada. La ambición, sin embargo, le ha llevado a errar en casi todo lo demás. ¿Podrá redimirse el 28 de abril?

Desde el primer momento, Partido Popular y Ciudadanos afearon la presidencia de Sánchez cuestionando su legitimidad. Desde que Pablo Casado se hizo con el control del PP, los ataques han aumentado en intensidad con todo tipo de epítetos. Albert Rivera, temeroso de no dar el tono que impone Santiago Abascal, no se ha quedado atrás.

‘Populismo punitivo’

Entre la campaña del 28-A y el juicio del procés, nos espera el periodo más crispado e irracional de los últimos 40 años.

La ambición de la derecha es desalojar a los socialistas del gobierno con la misma carambola que precipitó a Susana Díaz por los agujeros de la mesa de billar. En Andalucía, la irritación en torno a Cataluña decidió el resultado. Al repetir estrategia cara a las generales, PP y Cs se emplazan a acabar con el problema por la vía de hacerlo mayor. El populismo punitivo es el nuevo color de moda.

En los próximos meses tendrá convencer sobre los beneficios de ese plan. De lo contrario, se arriesgan a que, con tanta bandera, la irritación se transforme en temor a que se invierta el reloj. En España todavía hay mucha gente convencida de que cuanto peor… peor.

Casado y Rivera se equivocan prometiendo ‘salvar a España’ exclusivamente con la mano dura

El error originario de Pedro Sánchez, con solo 84 diputados, fue ignorar su condición de presidente cuasi-accidental. El mandato que obtuvo en junio con una mayoría prestada se limitaba a desalojar al Partido Popular.

Echar a Mariano Rajoy era una cosa. Emprender la transformación de España es una muy distinta. El error de Rivera y Casado –la trampa, más bien— es pensar que van a ‘salvar España’ nada más que con un 155 reforzado.  

El gran acierto de Sánchez hubiera sido convocar elecciones durante el otoño del año pasado. Habría explotado la popularidad de los primeros momentos y solo tendría que prometer muchas cosas. En su lugar, rompió la primera promesa que hizo para lograr el poder: llamar a las urnas ‘cuanto antes’.

Primer acto de campaña

El presidente convirtió su comparecencia del viernes en el primer mitin de su campaña. Pero, tras ocho meses de gobierno, ha quedado constancia del escaso balance del Ejecutivo.

Para unos, Sánchez es un ‘traidor’ por intentar pacificar Cataluña. Para otros, un ‘cobarde’ por fracasar en ese empeño. El PSOE más dividido del que se tiene recuerdo tendrá que enfrentarse a una derecha recrecida que, tras la victoria andaluza, ha comprobado que recuperar el poder pasa por ofrecerse en tres versiones.  

La audacia y la ambición son cualidades deseables en cualquier político. Pero aplicarlas a resolver el conflicto catalán sin contar con suficientes posibilidades de éxito es una temeridad si los que están al otro lado de la mesa no quieren que se resuelva.

Lo que ha hundido al Gobierno es la insistencia del independentismo en la autodeterminación, el fiasco del relator y el torpedo de 21 puntos lanzado por Quim Torra a la quilla de la legislatura.

La repetición del tridente andaluz deja de ser una posibilidad para convertirse en probabilidad

El promedio de encuestas sigue dando al PSOE la primera posición en intención de voto (en torno al 24%), pero confirma el derrumbe de Podemos (15%) y la pujanza de Vox, que podría superar el 10%. Aunque el PP (21%) siga perdiendo, se mantiene por encima de Ciudadanos (18%). La repetición del tridente andaluz ha dejado de ser una posibilidad para acercarse a la categoría de probabilidad.

Sánchez confió en que el independentismo volvería al redil con solo pedirlo amablemente. La equivocación de la derecha es prometer que su ‘desarticulación’ –en palabras de Santiago Abascal—con sólo aplicar la mano dura. Es lo que más puede desear Carles Puigdemont para seguir insistiendo por ahí que España se ha convertido en Turquía.

Y conviene recordar que Esquerra Republicana nunca pierde la ocasión de optar por la opción más radical. La declaración el jueves de Oriol Junqueras en el juicio del procés fue un intento de poner al Estado en el banquillo. Pero también su primer acto de campaña.

Si algo ha enseñado el procés es que inflamar las pasiones y prometer lo imposible es la peor de las estrategias. Artur Mas, Puigdemont y Torra no han llegado a Ítaca. Casado y Rivera, al ceder al discurso de Abascal, cometen el mismo error: tampoco repetirán la reconquista de Granada.

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