La plaza en 23 de abril: Sant Jordi, claro. No podía ser de otra manera. Los analistas invitados recomiendan libros (Scaramouche, Historia mundial de España, Hombres y sombras, 1984, Mònica Mir, de Miquel de Palol, Madrid -qué oportuno- de Trapiello, la poesía de Pablo Neruda…) y les gustaría regalar rosas, pero la campaña para las elecciones a la Asamblea de Madrid está para pocas delicadezas.
La temperatura sube aceleradamente y no es sólo, o no principalmente, por el cambio climático. La polarización triunfa sin pestañear sobre la moderación. Un personaje tan tóxico como Pablo Iglesias, a la baja en todas las encuestas, el político peor valorado en todos los sondeos por debajo incluso de Rocío Monasterio de Vox, lo que ya es decir en este país, impone su ley y rompe los debates cómo y cuando quiere, forzando a Gabilondo y Mónica García a seguirle.
Frente al espectáculo de Iglesias y Monasterio atacándose sin reservas en el ring electoral, ¿qué puede aportar un debate? Poca cosa, seamos sinceros. La institucionalidad y el compromiso de Isabel Díaz Ayuso, la seriedad aunque cambiante de un Gabilondo, la honestidad de la médico y madre García o el voluntarismo centrista de un Bal, poco pueden frente al circo de la continua provocación en que parecen desenvolverse como peces en el agua Iglesias, sobre todo, y Monasterio.
En fin, sólo queda esperar. Y si pudiéramos, obligarles a escribir en la pizarra, hasta que se las aprendieran, estas frases: NO SE PROVOCA CUANDO SE EJERCE LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN; NO HAY VIOLENCIA BUENA Y VIOLENCIA MALA; TAMPOCO ESCRACHES BUENOS Y ESCRACHES MALOS… y unas cuantas más de semejante tono.
