Echen una mirada a la política nacional y verán a la mayoría de sus protagonistas como zapateros remendones, zurcidores empeñados en reparar como se pueda hoy un zurcido que se descose, mañana un roto.
Se descose, y de qué manera, la coalición de Gobierno, si es que alguna vez fue tal. Como se descose la mayoría que la sostiene, y que sólo se aguanta en pie en la medida que el que tiene la llave de la caja va soltando carnaza para que callen durante un rato, bien sea a sus socios de Podemos, bien sea a los soberanistas, al PNV, etc…
Pero eso no es una mayoría de gobierno, eso es apenas una reunión de egoísmos a ver quién saca la mejor tajada. Desde luego, nada que se parezca a lo que creemos que se necesita, una coalición fuerte para hacer frente a la mayor crisis sanitaria, económica y política a la que se está enfrentando España en los últimos tiempos.
Se descose también el PP, herido por la falta de autórictas de Pablo Casado; como se descose esa pretendida unidad soberanista en Cataluña, una ficción construida como bálsamo de Fierabrás y que nadie ve ya. Se descose, y a qué velocidad, Ciudadanos bajo la errática dirección de Inés Arrimadas.
Se descose, en definitiva, la política de este país, que no obstante queremos pensar que tiene autodefensas suficientes como para hacer frente a coyunturas tan desfavorables como ésta.
Y, de pronto, en medio de ese decepcionante panorama, se enciende una mecha, la moción de censura de PSOE y C’s contra el gobierno de Murcia. Y, acto seguido, explota Madrid, temerosa Ayuso de que ahora fueran a por ella. Y de entre el humo y las cenizas se empiezan a divisar las primeras víctimas: un Casado, que pierde futuro a mayor velocidad aún de la que pierde peso en el presente, y una Arrimadas superada por el papel inesperado que le dejó en herencia Albert Rivera.