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Juan Rosell: «Nunca es tarde para encontrar un acuerdo que presida el encaje catalán en España»

El presidente de la CEOE advierte que si Cataluña se independiza quedaría fuera del euro y tendría serios problemas para financiarse

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Su afición al papel le puede. Acuña frases desde la secreta vocación de verlas reflejadas a plena luz. Frases como esta: «Nunca es tarde para cerrar un acuerdo que presida el encaje catalán en la España de hoy, vocacionalmente abierta«.

Quiso y quiere mover las antiguas planchas y los modernos fotolitos. De muy joven intentó fundar un periódico desde dentro de Fomento del Trabajo, tomando parte en sucesivas transiciones fallidas de cabeceras desaparecidas (Diario de Barcelona, Noticiero Universal). Fue accionista de El Observador, aquel intento siempre insano de competir con La Vanguardia, en los años de plenitud de Jordi Pujol.

Ha llovido mucho y ahora estamos ante un choque de trenes ¿Que puede exigirle el mundo de la empresa a la política? «Que los políticos expongan con claridad a la ciudadanía las consecuencias de sus propuestas para que los votantes acudan a las urnas con pleno conocimiento». ¿No lo hacen así? «Digamos que, a menudo, el debate racional con datos objetivos se sustituye por argumentos emocionales«.    

Rosell heredó la «cultura empresarial del medio siglo». La de sus mayores: Pepe y Domingo Valls Taberner, Pepe Viladomiu, Camilo Fabra, Manuel Bertrand-Serra, José Bultó, Martí Carretó, Agustí Pujol, Pepón Vilà, Fernando Rosal, José María Juncadella, Agustí Montal, Roca Umbert, y otros.

Pero sobre todo emergió bajo la sombra de su mentor, Jaime Castell, el que fuera presidente de Banco de Madrid. Primer destello de la banca industrial en España. Tanto es así que Juan Rosell presume de apellidarse Rosell Lastortras y ser sobrino de Castell Lastortras, aquel industrial de Manufacturas Gossipyum, que hizo fortuna en la Argentina peronista, pero que regresó a casa con las polainas desteñidas.

Ha tenido empresa familiar (Congost) y ha ocupado consejos de administración en algunas grandes (Endesa, entre otras). Rosell vale para lo que hace. Se acunó en la gran patronal catalana cuando Ferrer-Salat, Gallardo, Vilà o Güell de Sentmenat le daban la vuelta al viejo sindicato vertical.

Es un político de raza y sin partido, como Churchill, pero encofrado siempre entre los hilos del poder. España cercenada o Catalunya separada ¿Se lo imagina? «No. La per­tenencia al Estado español dota a Catalunya de ins­trumentos que no tendría si estuviera sola«. ¿La independencia es un empobrecimiento institucional? «Prefiero pensar que el futuro en mayúsculas es Europa. No podemos volver atrás». ¿Y la Ley? «Mire, no podemos obviar aspectos tan sensibles como el respeto a la Constitución, el Estatuto«.

Un ejemplo contundente de que ilustre la idea de que la separación nos perjudica: «Cataluña quedaría fuera del euro y tendría serios problemas para financiarse porque no podría recurrir al Banco Central Europeo o al Mecanismo Europeo de Estabilidad y sus emisiones de deuda se verían fuertemente penalizadas». De hecho ya estamos fuera de mercado. Somos un bono basura, con perdón.

Rosell le ha dado miles de vueltas al desafío catalán. Y de sus noches insomnes han salido logros como la carta pública, firmada junto a José Luis Bonet (presidente de la Cámara de Comercio de España) o el frenazo, menos conocido, a la intención, de César Alierta, de pisar la campaña catalana del 27S con una entrada de caballo siciliano. El presidente de Telefónica ha querido españolizar Cataluña en los últimos compases de estos comicios, utilizando de plataforma al Consejo para la Competitividad. Pero recibió calabazas de su vicepresidenta y número uno del Santander, Ana Patricia Botín -«los políticos a lo suyo y nosotros a lo nuestro»- además del toque suave de Rosell, que le ayudó a desestimar el intento. Fue así como Alierta, solo y cabreado, se refociló en declaraciones severas –»no podéis ser independientes», categóricamente «no»-, junto a García-Margallo en un acto de enjundia sobre la responsabilidad social corporativa.

El ministro ha combinado el desmoche de exabruptos con esencias exquisitas de ternura (como lo hizo frente a Junqueras, con Josep Cuní en el papel de notario invisible que modula las aristas). El canciller reconforta. Expresa el viejo liberalismo hispano-anglosajón de la Pepa, justamente ahora que hemos inaugurado en Cádiz el Puente de la Constitución de 1812.

Rosell, presidente de la CEOE: He aquí un ingeniero catalán que trabaja y vive en Madrid. Los puentes siguen en pie.

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