Yu espik inglis?
La mejora de los idiomas para los graduados universitarios, empezando por el inglés, es un objetivo muy loable de nuestros gobiernos. Sin embargo, quizás falta perspectiva y no cometer errores de estudiante de primero de carrera. A veces una buena idea está mal ejecutada por falta de conocimiento.
Un claro ejemplo de ello fue el fracaso de las ayudas al alquiler joven que sólo beneficiaron a los propietarios (medida del gobierno español entre 2004 y 2006). Este caso se lo explico cada año a mis estudiantes para que vean lo importante que es una oferta inelástica.
En el mercado de alquiler, que tiene una oferta muy rígida, muy vertical (o inelástica: aunque el precio del alquiler suba, no aumenta fácilmente el parque de viviendas para alquilar) y una demanda bastante elástica (los jóvenes se plantean fácilmente dejar de alquilar habitaciones y volver a casa de los padres por una pequeña diferencia de alquiler) los propietarios son quienes se beneficiaron más de la medida, ya que subieron los alquileres, en la misma magnitud en que los subsidios aumentaron.
Volviendo a nuestro tema, la idea de mejorar el nivel de inglés es otra de esas buenas ideas, pero que se concreta mal. De entrada, hay que decir que estoy de acuerdo con que todo universitario debería tener un nivel mínimo de idiomas extranjeros (al menos uno y bien). Pero hacer aprender inglés a nuestros universitarios durante la carrera creo que es poner el torniquete lejos de la gangrena. Me explico. Lo que creo es que los universitarios no son los únicos que deberían aprender un idioma extranjero, sino todo el mundo que va a la escuela. Por tanto, ¡deberían haberla tomado antes!
¿Por qué esta buena idea está mal ejecutada? Pues porque es altamente regresiva. Los que hacen una carrera tienen 10 más probabilidades de encontrar trabajo que los que se quedan con la ESO. Así, desde un punto de vista social, sería más redistributivo utilizar el dinero público para que todos los escolares, pero especialmente los que se quedan a medio camino de la universidad, es decir, los más desfavorecidos, tuvieran más oportunidades laborales que ahora.
Pero además de esto, hay otro factor que la hace más regresiva. Los universitarios que hayan acreditado un nivel de inglés al entrar en la universidad, ya no será necesario que lo estudien durante la carrera. Es decir, que aquellos estudiantes que hayan realizado estancias en el extranjero o hayan pasado por academias tendrán menos carga lectiva que los que no hayan podido pagarse estos «extras».
Desde un punto de vista de una empresa multinacional, la medida tampoco es útil. Si una multinacional se está planteando una nueva planta en un país o en otro, aparte de los aspectos fiscales y logísticos, también tienen en cuenta el nivel de inglés general del país, desde la recepcionista hasta el mensajero. Si sólo mejoramos los mejor calificados no conseguiremos que las multinacionales vengan, sino que ellos se marchen.
Un tercer error de ejecución es la edad en que se quiere poner en marcha. Es lógico que cualquier Gobierno haga acciones pensando en los próximos cuatro años y en su reelección, pero cualquier psicólogo nos dirá cuál es la mejor edad para aprender un idioma y ésta no es a los 18 años.
De hecho, algunos hablan de que debe ser desde los 11 años y otros que desde los 8. Pero, si además de aprender el segundo idioma, se quiere una pronunciación cercana a los nativos, entonces los expertos recomiendan que sea antes de los cinco años. Así que llegamos tarde.
Finalmente, el aprendizaje de los idiomas es loable, pero si no se practican se olvidan. Y para practicarlo lo necesario es que cotidianamente nos tengamos que enfrentar a situaciones en esta lengua. Si al menos alguno de los libros de la escuela que son obligatorios no están en inglés, si el idioma extranjero no es una lengua vehicular en la clase, si los profesores no examinan en inglés, si el cine, los telediarios, el camarero y el taxista no saben ni una palabra, será difícil que lo practiquemos y que mantengamos un buen nivel
En fin, me da la impresión que una medida loable y bien intencionada, acabe ejecutándose de forma deficiente. Tiempo al tiempo.