Yolanda y el marxismo chic
El batiburrillo de lugares comunes en forma de prólogo de la ministra de Trabajo no refleja familiaridad con el pensamiento marxiano
La Biblia, El Quijote y El Capital son tres libros que casi nadie ha leído, pero cuyo nombre se usa en vano con frecuencia. Siendo el Manifiesto Comunista de Marx y Engels de lectura más asequible, y habiendo tenido una influencia equiparable a la de Utopía de Tomás Moro, el Ciudad del Sol de Campanella o el Decálogo de la conspiración de los iguales de François Babeuf, no es de extrañar que sus contenidos se hayan banalizado hasta convertirse en iconos pop, siendo posible combinar una camiseta de Karl Marx o del Ché con unos stilettos de Manolo Blahnik, sin contradicción aparente, y creyendo que están cambiando el mundo mientras van de copas.
Pero no deja de sorprender que, a una ministra del Gobierno de España, por muy comunista que diga ser, le haya parecido pertinente escribir una apología del marxismo, prologando de la reedición del susodicho manifiesto, precisamente cuando se queman libros de Tintín en nombre de las ‘utopías, cifradas en nuestro presente’ a las que alude Yolanda Díaz en su prólogo.
Tal vez lo más significativo sea que a alguien que ostenta no poco poder político real no se le ocurra nada mejor que despejar las posibles dudas acerca de su falta de nuevas ideas aferrándose a las ideas romantizadas del marxismo chic, una caricatura que ya en su día repelió el propio Marx al afirmar ‘sólo sé que no soy marxista’.
Aunque podamos sospechar que Marx tenía cierta predisposición a repudiar tanto a sus criaturas intelectuales como biológicas (el temor a ver dañada su reputación llevó a Marx a entregar a una familia obrera londinense a su hijo Fredrick Demuth, fruto ilegítimo de una relación extramatrimonial), es poco discutible que la gran mayoría de quienes defienden el legado filosófico de Marx están en realidad defendiendo conceptos salidos del puño y letra de sus exegetas, y no del trabajo intelectual del padrino de Lenin y Stalin.
El batiburrillo de lugares comunes en forma de prólogo de la ministra de Trabajo no refleja familiaridad con el pensamiento marxiano, sino con la ideología marxista de tercera generación conocida como posestructuralismo.
Así, muchos de los clichés que sirven de base para eslóganes y frases hechas contemporáneas están entresacados de los galimatías pergeñados por discípulos de Marx, desde Alexandre Kojève a Slavoj Žižek, pasando por los intelectuales posmarxistas franceses atentamente tutelados de la CIA, como Michel Foucault, Jacques Derrida y Jacques Lacan.
Interpretaciones psicologistas que distan mucho del refundido de dialéctica hegeliana, el materialismo galo y la teoría ricardiana del valor del trabajo que son los pilares que sustentan la obra de Marx, que en esencia es una refutación frontal de la tesis de Hegel de que la sociedad progresa gracias a la conciencia de sus miembros, contra-argumentando que no es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia.
Por eso, el marxismo chic florece en la economía de mercado, en la que es un producto más, porque en contra de las interpretaciones que postulan que el enfoque de Marx estaba en lo social, como contraposición a lo individual, el meollo filosófico del pensamiento de Marx es que el grado de desarrollo del Yo y la realización del potencial individual son la regla de oro que se debe usar para poner en valor a una sociedad dada.
Lo que importa a estos marxistas chic no es la veracidad del marxismo originario, sino la necesidad de disponer de un conjunto de dogmas orientados no a la verdad filosófica, sino a conseguir el poder
Para Marx, la sociedad industrial capitalista que conoció en la Inglaterra victoriana era un muro infranqueable para la realización personal. En otras palabras, Marx criticaba la homogeneidad social que tras su muerte fue característica en el socialismo real, tanto como probablemente criticaría el clima actual de censura y estigmatización propios de la reaccionaria cultura de la cancelación tan en boga, que ponen de manifiesto que lo que importa a estos marxistas chic no es la veracidad del marxismo originario, sino la necesidad de disponer de un conjunto de dogmas orientados no a la verdad filosófica, sino a conseguir el poder.