‘Yo en Barcelona, tú en Cádiz’ y otros hits históricos del nacionalismo
El carácter excluyente del nacionalismo catalán está ahí desde sus orígenes: estos son los mayores ejemplos
Hace unos días, Núria de Gispert, expresidenta del Parlamento de Cataluña, brindó una prueba del indudable, inequívoco e irrefutable carácter integrador del nacionalismo catalán. La secuencia del hecho. Inés Arrimadas, jefa de la oposición, afirma que “Cataluña no se puede permitir cuatro años más de proceso”. La expresidenta contesta: “pues, ¿por qué no vuelves a Cádiz?”
Arrimadas replica que “la expresidenta del Parlament me quiere echar de Cataluña por mis ideas. Otra muestra del nacionalismo excluyente. El 21-D tenemos la oportunidad de ganarles y gobernar de otra manera para que en Cataluña no se vuelva a señalar a nadie por su origen o sus ideas”.
Finalmente, la expresidenta rectifica: “lamento lo que he dicho a la sra. Arrimadas. A veces, deberé contar hasta diez”. Pero, no es la primera vez que el personaje debería contar hasta diez. Y, a tenor de un tuit reciente en donde revela la escuela a la que asiste la hija –menor de edad- del líder de Ciudadanos, Albert Rivera, debería contar hasta 1.000. O más.
Que nadie se escandalice. Por mejor decir, que nadie se escandalice ahora. Y es que el carácter excluyente del nacionalismo catalán está ahí desde sus orígenes.
Desde Valentí Almirall a Barrera y Puigdemont se refleja el carácter excluyente del nacionalismo
Por ejemplo: Valentí Almirall (Lo Catalanisme, 1886) no cree en la unión de castellanos y catalanes, porque “es evidente que dos pueblos de condiciones y carácter tan distintos, e incluso opuestos, como el castellano y el catalán, por más que se quiera, no podrán llegar nunca a fundirse ni unificarse”.
¿Qué ocurriría si la fusión se produjese? Valentí Almirall contesta: el resultado “no podría ser más que la degeneración completa y la desnaturalización del que se dejara dominar, como para nuestra desgracia es un elocuente ejemplo Cataluña”.
Por ejemplo: Enric Prat de la Riba (Compendi de doctrina catalanista, 1894) afirma que “nuestro carácter ha empezado a degenerar como consecuencia de encontrarse Cataluña, desde hace unos siglos, en una atmósfera contraria a su manera de ser… el elemento enemigo y que desnaturaliza su carácter es el Estado español”.
Por ejemplo: Joan Maragall (La sardana y el género chico, 1905) escribe que “por la noche he ido al teatro: género chico… una ola de sangre me ha subido a la cara, pero era de vergüenza. En este dulce país tan verde y suavemente montañoso, este tristísimo género chico, hijo de la aridez y de un funesto encerrarse en sí mismo, es una horrible profanación”.
Por ejemplo: Antoni Rovira i Virgili en los artículos publicados en La Publicitat durante los años 20 sostiene “la fuerte diferencia entre el genio de la nación castellana y el de la catalana… psicológicamente, castellanos y catalanes no nos parecemos”.
Por ejemplo: la Renaixença –para entendernos, el romanticismo alemán a la catalana forma del siglo XIX–, a modo de resumen y compendio del tema que nos ocupa, imagina y construye una nación catalana tergiversando y mitificando la historia, y universalizando determinados rasgos –reales o virtuales- de orden local, comarcal o regional que adquieren el carácter de propios o nacionales.
Cosa que implica el olvido o marginación de aquellos rasgos considerados impropios o no nacionales. Es decir, españoles.
De los clásicos a los contemporáneos. Tres ejemplos más
Ahí está Heribert Barrera –por cierto, también presidente que fue del Parlamento de Cataluña– que no tiene empacho en asegurar que “si continúan las corrientes migratorias, Cataluña desaparecerá… que me expliquen qué ganamos con que se bailen tantas sevillanas” (Què pensa Heribert Barrera?, 2001).
Ahí está la Associació de Municipis per la Independència (AMI) que en sus estatuts (2011) establece que “sabemos que, en Cataluña, el trabajo, la ciencia, las artes, el pensamiento siempre han estado en la vanguardia de la realidad y del sentimiento del pueblo, en contraposición a la dedicación de las élites españolas, de habla castellana, dedicadas a la gran administración, el ejército y la judicatura”.
Ahí está Isona Passola, productora, guionista y directora de cine, autora de los documentales Catalunya-Espanya y L´endemà –sobre la Cataluña independiente del mañana que por fin supera el maltrato que le inflige España– que señala que España es “miseria mental, social, política y cultural” (2017).
En definitiva, una suerte de “ejercicio de ingeniería social deliberada” (Eric Hobsbawm) y una práctica excluyente –afirmación heráldica– que obedece a intereses de índole diversa.
La culminación del supremacismo la protagoniza Puigdemont con su rechazo a la Unión Europea
Y ese supremacismo latente –aderezado con efluvios sentimentales y la frustración generada por un “proceso” fracasado: el secesionismo, que decía que el mundo les miraba y admiraba, ha de asumir el colapso de la revolución de la sonrisa entre mentiras, engaños, sectarismos y sainetes– no cesa.
De ahí, que unos –nosotros– deban quedarse en Barcelona y otros –elos– deban irse, por ejemplo, a Cádiz. ¿Quizá la versión post del “fuera charnegos” de los 50 y 60 del pasado siglo?
Philippe Sands: “Sentimos que algo está pasando en Europa de nuevo, ya sea el brexit, lo que ocurre en Hungría, el nacionalismo en Cataluña. Europa está viviendo un fractura y la última vez que algo así ocurrió fue en los años 30”.
Y Carles Puigdemont —nacionalismo y populismo: malas compañías– que afirma que la Unión Europea es un “club de países decadentes y obsolescentes” y sugiere que los catalanes “deberían decidir si quieren pertenecer a esta Unión Europea y en qué condiciones…» vamos a ver qué dice el pueblo de Cataluña”.