Ya no votará ‘l’avi Miquel’
Una de las cosas más sorprendentes del procés es el escaso análisis de los posibles nuevos escenarios en caso de independencia. Escaso o, leyendo algún informe de eso que se ha llamado el Consell de la Transició Nacional, podríamos añadir mediocres, mezquinos, falsos, indocumentados, tergiversados, perversos, malintencionados y, ante todo, faltos de seriedad. Teniendo en cuenta alguno de los personajes que lo integran, tampoco debemos extrañarnos.
Pongamos unos hechos que nadie puede dudar. Imaginemos que mañana Cataluña es independiente. De forma cuasi automática, como ha pasado en cualquier independencia, los ciudadanos nacidos en el área proclamada adquieren esa nacionalidad: seremos catalanes. Sin entrar en leyes, reglamentos o otras monsergas, técnicamente Cataluña, según los datos del último censo, tendrá 4.800.000 nacionales. Es decir, los nacidos en Cataluña. Si entrásemos en alguna de las leyes de las repúblicas bálticas, seguramente menos, ya que allí requieren además de nacer, otras consideraciones más propias de tiempos pasados. Aún colean unos cientos de miles de letones de origen principalmente ruso con status especial.
Tenemos pues un país con 4.800.000 catalanes. A estos sumamos cerca de 2.800.000 extranjeros, de los cuales, por nacimiento, 1.500.000 serían españoles –aquí desubicamos para su entendimiento ser español o ser catalán según origen– y cerca de 1.300.000 de otros países. Como es obvio, no sólo en la ley española sino en cualquier país de Europa, en las elecciones generales, las primeras que se harían en una Cataluña independiente sólo pueden votar los ciudadanos de ese país. En este caso, restando los menores, un censo de cerca de 3.500.000 millones de personas con derecho a voto.
Curiosamente, y digo curiosamente porque ya sabemos que en Cataluña todo es curioso, la única franja de población donde habría –con ese mismo patrón: catalán o español– más españoles es a partir de los 65 años. Unos 50.000 más en la franja 65–69 años o 40.000 más en la franja 70-74 años. Es decir, quienes han levantado este supuesto país no podrían votar ni serían ciudadanos, de primeras, del nuevo país. Ellos han trabajado para que otros se apropien de su trabajo. Gran trabajo de Artur Mas y Oriol Junqueras. Esa gente cobra unas pensiones. Éstas pasarían a ser pagadas por el Gobierno de España, con las obligaciones de la Ley. Recordemos que las pensiones no contributivas obligan a residir en España, por lo que algunos deberían cambiar de residencia.
Pero no sólo eso. En caso de no existir un convenio entre los nuevos países, por ejemplo, la sanidad estaría exenta, en un nuevo país, para los ciudadanos de otro país. Es decir, el español residente en el extranjero tendría que asumir la sanidad privada. Algo que por ejemplo sucede actualmente si un pensionista fuera a vivir a un país donde no hubiera acuerdos. O sea el hipotético avi Miquel, aquel nacido en Valencia, quizás podría votar en el simulacro del 9N, pero en un hipotético nuevo país no podría votar al no ser ciudadano catalán de origen.
También cobraría la pensión de España, pero debería gestionarse una mutua privada como cualquier español en el extranjero. Alguno dirá: obviamente todo se soluciona haciéndose ciudadano catalán. Si se implementara una normativa como la española, con diez años de residencia sería suficiente. Pero como indica la ley, al no existir convenio de doble nacionalidad, habría una prevalencia de una, catalana o española, en una hipotética doble nacionalidad de la que por cierto nadie ha hablado con claridad ni nadie espera se hable. Recordemos sólo la divertida y hasta ligeramente patética fantasía de Junqueras
En definitiva, no es válido tener los derechos de una nacionalidad y los deberes de otra. Ni eso ni obviamente lo inverso. Curioso porque aquí, que queremos construir un país, nos hablan de votar una independencia –vestida como derecho a decidir– y sólo hablamos del pasado, del 1714. Tenemos unos dirigentes incapaces de prever un sólo hecho de futuro. Dejan en el aire tantos aspectos importantes, claves, pero aún así quieren confiemos en ellos.
Ha llegado un momento donde no se debería hablar de una fe ciega en el procés. Sino, aún peor, de cómo lanzarnos a una aventura sin ni siquiera saber unos mínimos que sólo por decencia deberían explicarnos. Pero quizás explicar que el avi Miquel pueda votar el 9N, aunque luego sea un ciudadano de segunda, no es una buena estratagema para conseguir más votos. Cuando esconder la verdad es un obstáculo a la realidad, es que esa supuesta verdad es tortuosa, oscura o simplemente una gran mentira que hay que combatir.