Ya no son brotes, la economía se pone en marcha

Hay dos debates que por el calendario político se solapan peligrosamente. Uno se refiere a cuál ha sido el alcance real (y sus consecuencias) y quiénes son los responsables de la crisis económica que se ha vivido en estos últimos años. Otro, más novedoso en el tiempo, es relativo a si España ha iniciado un despegue económico verdadero para dejar atrás esa situación de decrecimiento y devaluación que ha afectado a todos los mercados del país.

En el segundo de los asuntos, parece que se impone el optimismo. Sin embargo, el juego político está llevando a posiciones peligrosas: de la misma manera que hace muy poco un gobierno se negó a reconocer la crisis económica que aterrizaba sobre España, hoy algunos partidos se empeñan en resistirse a analizar lo que sucede en términos de recuperación. Incluso aunque sobre la mesa existan datos poco discutibles, como el de empleo de 2014, del todo diferente a los años últimos. Un medidor sobre el último año que permite sostener que la economía española ha generado por fin ocupación, cosa que no sucedía desde 2007.

No es el único de los indicadores que se pone en positivo: en las últimas horas hemos conocido que el valor de la vivienda tiende a estabilizarse y a frenar la depreciación sistemática que ha sufrido en estos años. Por si todo eso fuera poco, otros elementos externos al país (pero de enorme influencia) parecen dispuestos a contribuir a un cierto empuje sobre la actividad productiva: la caída en los mercados del precio del petróleo Brent (la variedad de referencia para Europa ayer bajó a 55$) y el ajuste del tipo de cambio del dólar con el euro, que también favorece las exportaciones.

En el terreno de las percepciones hay que contar con un sinfín de variables que afectan a la demanda. Por ejemplo, lo que suceda con nuestros socios europeos (en especial Francia y Alemania, pero también Italia y Grecia) en el corto plazo. La dependencia que hemos trabado con esos países vecinos da lugar a una influencia y vínculo empresarial y financiero del que cuelgan una buena parte de las expectativas de empresas españolas.

Si leemos la economía desde la parte menos objetivable, aquella que controla nuestras percepciones y esperanzas, tampoco parece que la cosa empeore, sino todo lo contrario. El índice que mide la llamada confianza del consumidor (qué piensa hacer alguien con su renta disponible) también ha dado un subidón en diciembre pasado.

Luego (o antes), si lo desean, podemos debatir sobre qué ha sucedido, las responsabilidades políticas, económicas y empresariales en que han incurrido dirigentes y cargos públicos. No hay que orillar esa cuestión, porque el pasado siempre permite comprender mejor el presente y orientar el futuro. Pero que nadie se equivoque: por más enojados que andemos con lo que nos ha sucedido, la ilusión por aquello que está por venir debe resultar superior. Ya no hablamos de brotes verdes, sino de modestos pero fehacientes indicios de que la economía echó a andar. Después de lo vivido, es mucho más que un cambio. Casi una revolución.