Ya estamos intervenidos. ¿Y ahora qué?

 

Ya estamos intervenidos. ¿Y ahora qué? Pues lo explicaré con un ejemplo:

España es como un adolescente que en las comidas familiares se había ganado el derecho a sentarse en la mesa de los mayores. Primero, por la seriedad de un Aznar en coalición con CiU al cumplir con el déficit y con el resto de criterios de Maastricht, que nos permitió entrar en el Euro. Después la inercia de la burbuja inmobiliaria con Zapatero, con la que daba la impresión de que España se había emancipado. Ofrecimos una imagen de una España seria con la inflación, con el gasto público y con los compromisos internacionales. Incluso llegamos a presumir de que podíamos tomar la silla a algunos de los países con menos acné, como Italia o Francia.

Aun así, y cómo dice mi amigo Jorge Faus, el tiempo es el mejor juez y, a la corta o a la larga, te pone en tu lugar. Y España no ha podido esconder durante más tiempo los deberes sin hacer (banca), los entuertos (aeropuertos sin aviones), las diabluras (AVEs con siete pasajeros al día) y las mentiras de andar por casa.

Así que el resto de la familia ya hace días que ha descubierto que el Estado español era un adolescente que jugaba a hacer de mayor. Pero sin éxito. Y nos han regañado muchas veces. La primera, el 10 de mayo de 2010. Entonces, Zapatero recibió las llamadas de Obama y de Wen Jiabao para decirle que ya estaban hartos de  verle marear la perdiz. Y desde entonces no nos han dejado vivir ni un momento. Este mismo viernes, Obama comparecía para decir que la banca española tenía que ser intervenida. También es cierto que no hemos parado de hacer diabluras (el AVE en Galicia, por ejemplo) y que los deberes todavía estaban en el cajón (la banca). No hay excusa, nos lo merecemos.

Finalmente, el sábado 9 de junio nos tuvieron que avergonzar públicamente y poner en evidencia que todavía no tenemos ni la edad ni la madurez para resolver nuestros problemas nosotros solos. Somos incapaces de hacerlo. Nos han intervenido la banca del país. El sistema financiero. A partir de ahora, nuestra banca será menos nuestra. Su regulación quedará en manos de Europa y nuestro poder quedará disminuido. España mandará menos. Se lo ha ganado. A polvo, diría yo.

¿Y ahora qué? Muy fácil. Si continuamos por el camino de los entuertos y las diabluras caeremos de nuevo. Entonces, no sólo intervendrán la banca, nos intervendrán incluso la hucha del cerdito de cuando éramos pequeños. Y comprobarán que tampoco hay ninguna moneda porqué ya la vaciamos con un cuchillo.

Pero si, al contrario, empezamos a hacer los deberes de verdad –potenciando quienes nos pueden sacar de la crisis: emprendedores, exportadores y aquellos que pueden insuflar liquidez al sistema– empezaremos a recuperar la confianza pública. De la familia, que nos ama y que nos quiere lo mejor, y también de aquellos que nos han perdido el respeto. Y es que un país como España, que ostenta el récord mundial de quiebras estatales (13 en total, y siete de ellas en el siglo XIX), no es fácil que genere confianza.

Yo lo veo difícil, pero ¡ojalá hayamos aprendido la lección!