¿Y si vuelve Puigdemont, qué?

El expresident puede volver cuando quiera sin temor a represalias debido a su inmunidad, pero corre el riesgo de perder su fuerza como símbolo del independentismo catalán

Más pronto o más tarde, el president nombrado a dedo por Artur Mas, el que declaró un amago de independencia para después salir pitando, volverá a pisar suelo catalán, pero esta vez no de la Catalogne.

Puede volver de varias maneras. La primera, al amparo de la inmunidad de la que vuelve a gozar como europarlamentario. En este caso sería detenido como se ha anunciado, pero deberían soltarle al cabo de pocas horas so pena de armar un escándalo europeo mayúsculo ahora que los indultos han situado a España en la senda deseada por la autoridad competente, la que reside en el norte.

En mi modesta y por descontado que muy falible opinión de analista político, que no jurídico, es probable que si cruzara esa frontera que no lo es entre Francia y España, sería conducido hasta una comisaría donde le tomarían declaración para soltarle tras unas horas. Así se cumpliría la orden de detenerle, pero sin ingresarle en prisión ni siquiera preventiva.

Por lo bajinis, y esto ya es arriesgada especulación, se habría pactado que volvería a su residencia de Waterloo, puesto que en España incomodaría a todos y además ha recuperado la inmunidad como medida cautelar, o sea de manera provisional y no según una sentencia que nadie asegura como favorable.

A esta manera de volver momentáneamente podríamos llamarla de visita. El independentismo lo celebraría como un gran triunfo y el estado como algo vergonzoso. Sin embargo, en la judicatura y cualquier mentidero no del todo desinformado ya se da por hecha la derrota del Tribunal Supremo en Europa, desde donde se determinará la nulidad del juicio a los líderes independentistas.

Cuando esto ocurra, España, y Cataluña, ya estarán en otra fase, de hecho ya lo están, por lo que el bombazo no será tal. Llegará tarde por así decirlo, como para provocar alteraciones en el panorama. Heridas emocionales y resarcimientos morales, sí, pero nada o muy poco más.

Supongamos ahora que, retirados los cargos contra Puigdemont, y tal vez incluso la petición de que se levante la inmunidad, Puigdemont vuelve a residir en suelo catalán. ¿Entonces, qué? Pues entonces, poco. O nada. Un éxito personal acompañado de una muy escasa capacidad de incidir en el curso de la política.

Tal como se han repartido los papeles en el seno de JxCat, el ex president se encarga del frente exterior mientras en el partido manda Jordi Sánchez, el que ha pactado con Esquerra un govern estable, dialogante, neoautonomista, reivindicativo a lo Pujol y con poco margen de discrepancia interna.

Un govern cuyo objetivo declarado, amnistía y autodeterminación, no es más que un pudoroso velo tras el cual se oculta el rostro de la claudicación y el abandono por un tiempo indeterminado pero nada breve, de los objetivos con los que se presentaron a las elecciones. En la práctica, toda la ciudadanía gozará por lo menos de dos años de tranquilidad y de una obra de gobierno que intentará recuperar credibilidad.

¿Cuál podría ser el papel de Puigdemont en este panorama, sobre la estabilidad del cual existen pocas dudas? ¿Reiterar la cancioncilla de Laura Borràs sobre lo irrenunciable que es la unilateralidad mientras abona el inmovilismo independentista con su inmovilidad?

Desde luego, lo que no haría en ningún caso es declarar la independencia o dar siquiera un mínimo paso para hacer efectiva la que declaró como amago. ¿Entonces? entonces sí que España, tras el sofoco por el varapalo europeo a su cúpula judicial, podría señalarse como un país que ha evitado el asalto a la independencia sin grandes costes.

Hoy por hoy Puigdemont no tiene excusa para no volver, pero se la busca

Un país que ha sabido rectificar, de ahí en buena parte los indultos, sin esperar a que desde las más altas instancias le obligaran a enmedarse. Un país que camina por la senda del diálogo y la reconciliación.

De vuelta a casa, lo único que podría hacer Puigdemont es seguir con la misma docilidad que su partido por la vía marcada por Junqueras. O bien, alternativamente, denunciar a sus propios compañeros, crear otro partido, más radical que la CUP, provocar la ruptura de la coalición y presentarse a unas nuevas elecciones… para perderlas. Esta vez no por la mínima sino con estrépito.

Un símbolo en declive

La conclusión, preestablecida en el título, puede ya estar clara para el lector, a poco avispado que sea: Puigdemont tiene o debería tener miedo a volver. Mientras le dure el exilio, es una figura, un símbolo, un depósito de expectativas y esperanzas, tal vez incluso, para los más candorosos, una amenaza.

Pero si vuelve relativamente pronto y nadie le persigue se verá despojado de todos esos atributos para errar, ya fuera de la política y como un pelele, en un espacio de impotencia poco menos que sideral.

Hoy por hoy Puigdemont no tiene excusa para no volver, al contrario. Pero se la busca y la encuentra. Cuando deje de tenerla a todas luces, se apagará la suya.

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