¿Y si Schumpeter estaba equivocado?
Schumpeter no podría vivir hoy. O no podría con las exigencias actuales. Era un hombre que dedicaba una hora entera a vestirse. A mediados del siglo XX, y en Harvard, a Joseph Schumpeter ya se le consideraba algo anticuado. Se ponía nervioso con las nuevas tecnologías de la época, y su impaciencia ante los artilugios –como cuenta Adrian Wooldridge en un capítulo maravilloso de El Mundo en 2050, editado por The Economist, con una desconfianza enorme hacia las fotocopiadoras o el papel carbón, le llevaron a enviar por correo a sus editores una única copia de su gran obra, Capitalismo, socialismo y democracia.
Lo curioso es que todo el mundo familiarizado con la historia económica se queda con la famosa «destrucción creativa» de Schumpeter, y la idea de que los avances tecnológicos y las mejoras en el modelo de producción acaban generando más puestos de trabajo y más oportunidades que las que destruye. Sí, se puede decir que ha sido así, que la mente humana se despertó y corrió como nunca, y que se generó una masa laboral impensable, con nuevas profesiones, y con necesidades que se cubrían de inmediato. Pero, ¿y ahora?
El informe del Foro Económico Mundial ha indicado que estamos sólo al comienzo de una nueva revolución industrial que podría provocar la pérdida de cinco millones de empleos. Los avances en la genética, en la inteligencia artificial, la robótica, la impresión 3D o la biotecnología hacen más grande a la humanidad, pero puede provocar, también, que una parte de esa misma humanidad quede en fuera de juego, simplemente porque sobra del sistema productivo.
Hasta ahora esta versión de la historia era cosa de agoreros, pero la amenaza está ahí, y por eso no se deja de hablar de una renta básica, de un salario mínimo o de una ayuda indispensable para millones de personas, con propuestas lanzadas desde la izquierda y también desde la derecha.
La globalización está más cerca del inicio que del fin, como insiste en explicar el profesor Pankaj Ghemawat, citado en todos los estudios especializados mundiales, y que da clases en el IESE de Barcelona. ¿Un ejemplo? La inversión extranjera directa representa tan sólo el 9% del total de la inversión fija. ¿Otro? El tráfico de Internet transnacional representa el 20% de todo el tráfico de Internet. Es decir, estamos en la fase de los pañales de la globalización.
Wooldridge sostiene que para la mayoría de las empresas el gran problema de las próximas décadas será cómo innovar con la misma celeridad que la competencia, pero que para un número cada vez mayor de gente corriente «el principal problema será afrontar el impacto social y psicológico de todas estas innovaciones», aunque él se muestra optimista.
Por tanto, al margen de preguntarnos que tal vez Schumpeter no se esperaba esto, y que, arreglado hasta las cejas, y con un buen abrigo, quizá podría admitir que se había equivocado con su idea de la destrucción creativa, la mirada se debería dirigir hacia los responsables políticos y económicos:
¿A qué juegan?