¿Y si nos vuelven a encerrar por el aire y el agua?
Estaría bien irse haciendo conscientes de las verdaderas amenazas de nuestro tiempo antes de que sea demasiado tarde
A lo tonto, a lo tonto, hace ya bastantes meses que mi amigo Benoît Barthes, un francés inquietantemente culto e inteligente que lleva tiempo viviendo en Barcelona, concretamente en la Barceloneta, donde sale cada día a nadar e incluso a pescar, dejó caer entre copa y copa en el Patrón: “Cualquier día nos vuelven a confinar para controlar la contaminación”.
Éramos cuatro personas a la mesa, lo que quedaba de un grupo más amplio con el que habíamos disfrutado de una estupenda película (la versión de Macbeth de Joel Coen, con Frances McDormand en el papel de la lady más oscura de todo Shakespeare…) y de una gratísima cena en el Flash Flash. De todo ello disfrutamos con la infantil excitación de quien apenas empieza a sacar la cabecita de las mil y una restricciones de la Covid. El confinamiento ya quedaba lejos, pero las mascarillas todavía eran omnipresentes y los horarios de cierre de los locales todavía parecían más propios de Finlandia (con el permiso de su admirada primera ministra…) que de Barcelona un sábado por la noche.
Pero a mí nunca me ha gustado trasnochar tanto, o sea que a mi modo de ver se estaba bastante bien así. Faltaba todavía para el verano, para la feroz canícula en serie que hemos padecido, la que ha vaciado nuestros embalses, hecho arder nuestros bosques, disparado nuestra factura de la luz y convertido el aire acondicionado en fruta casi prohibida.
O sea que a Benoît Barthes, con ese apellidazo tan filosófico que tiene, no se le puede negar un buen golpe visionario cuando, adelantándose a todo eso, ya nos soltó su profecía tremenda: que el confinamiento se podía repetir en cualquier momento, ni siquiera a cuenta de otro virus. Bastaría, aseguró, con que los gobiernos perdieran el control de la lucha contra el cambio climático, las emisiones de CO2, la pérdida de calidad del aire y, sobre todo, la falta de agua, especialmente en un país tan fácil de desertizar como España.
Cuando la gente dice cosas así, sobre todo por la noche y en un bar de copas, dan muchas ganas de atribuirlo al exceso, pues eso, de copas, o al aguafiestismo del sujeto. El caso es que Benoît no bebe. En cuanto a lo de ser un aguafiestas… Bien, lo cierto es que desde que él dijo esto tan tremendo, es como si el universo entero se hubiera conjurado para darle la razón. Para depararnos la peor alineación de los astros posible.
Libertades de quita y pon
Sin duda es una muy mala noticia que los gobiernos democráticos (o algo así) de todo el mundo se hayan dado cuenta de lo pasmosamente fácil que era encerrarnos en casa a todos. Si hace cinco, tres años, alguien se hubiera atrevido a proponerlo, ¿no le habríamos dicho que estaba loco? ¿No habríamos amagado con álgidas sublevaciones? Personalmente, debo decir que a mí me entristeció mucho, al principio de la pandemia, comprobar que tantas libertades básicas podían ser de quita y pon. Que bastaba con amedrentar, incluso aterrorizar, a fondo a la gente, para obtener masivas y hasta asombrosas obediencias bovinas.
A ver. No es que yo cuestione la autoridad de las autoridades (valga la redundancia, que redunda menos de lo que parece…) para tomar decisiones drásticas por el bien común. Si hay que confinar, se confina. Lo que sí discutía, discuto y discutiré es que eso se pueda hacer sin dar mucho más cumplidas y mejores explicaciones. Tengo el profundo convencimiento, y lo he tenido desde el primer día, que se confinaba y se confinó en todo el mundo, no tanto, o no sólo, para prevenir los contagios, como para prevenir a la gente de hacer uso de unos sistemas públicos de salud que hace mucho tiempo que no están a la altura de lo que nos creemos.
Hace mucho tiempo que entre lo que pagamos en impuestos y lo que se nos retorna en servicios hay un abismo siniestro y creciente. La Sanidad pública española (la catalana incluida) será todo lo maravillosa que ustedes quieran o quieran creer que sea. Pero está brutalmente infrafinanciada. Las ratios de camas de hospital, no digamos de plazas UCI, quedan muy por debajo de lo que sería lo normal, en sociedades encima muy envejecidas. Prueba de ello es que tanto en Cataluña como en la Comunidad de Madrid, faltó tiempo para decidir oficialmente que mucha gente mayor ingresada en residencias no tuviera ni la oportunidad de llegar nunca a un hospital.
Las Administraciones chupan de nuestros impuestos como voraces mosquitos tigre, pero viven al día, con lo puesto y sin invertir en prevención ni en el largo plazo. Desde el punto de vista sanitario habría sido más fácil de gestionar una epidemia de Ébola que de Covid-19, ni de lejos tan grave o tan mortal, pero con requisitos muy sofisticados y sobre todo prolongados de hospitalización. Ahí se vio que estábamos, literalmente, en bragas. Y para que no se notara, para que no llegara el día en que el triaje consistiera en no poder pasar de la puerta del hospital o del CAP, pues qué mejor que encerrar a la gente en casa. En muchos casos, sin cogerles el teléfono si llamaban al CAP para decir que tenían fiebre, por cierto.
Pasado lo peor de la Covid, reducida su incidencia de nuevo a cifras manejables por un sistema desguarnecido como el nuestro, parece que no hemos aprendido nada. Nada bueno, quiero decir. Porque la única moraleja que parece sobrevivir y persistir es la mala: ante la duda, confina. Ante la duda, encierra a todo el mundo.
Da igual el impacto en todos los ámbitos de la salud humana, física, mental y económica. Da igual que toda la gente que no sea funcionaria o rentista o tenga los ingresos asegurados pueda verse abocada a la ruina y a la desesperación. Ya que se confina pero no se compensa. Me lo decía cargada de razón una restauradora de Figueres: que ella no quería “ayudas” por haber tenido que cerrar su negocio por la Covid, que a su modo de ver, lo que se merecía era una indemnización. Ya que no había cerrado por problemas o irregularidades de su negocio, sino por un tema de salud pública.
En fin, ya sabemos cómo acabo aquello por mucho que algunos nos hayamos desgañitado denunciándolo, ¿no? El gobierno Sánchez está tan seguro de sí mismo que incluso ahora va a por el hígado de los autónomos, confiado en que no pasa nada por arruinar a la mitad de la clase media que no ha arruinado aún. Etc.
Pues eso, que si algo demuestra la experiencia reciente, es que antes nos encierran y nos matan de hambre y de asco a todos, que admitir que no tienen la capacidad ni los medios para prevenir las catástrofes que, según ellos, no les dejan otra opción que actuar así. Ciertamente, eso pasa en todas partes, no sólo en España. Pero es en España donde la próxima catástrofe oficial puede golpear más duro que en otras latitudes.
No tiene soluciones buenas ni cortoplacistas
Hace tiempo que lo del cambio climático es inmanejable e incontrolable. En cierto modo, da igual tratar con gente que lo admite o con negacionistas, porque ni unos ni otros tienen ni quieren tener la solución. Es tan simple como que la especie humana ha adquirido proporciones inmensas, constituye la primera amenaza para todos los ecosistemas del planeta, y eso no parece que se vaya a poder reconducir. Porque no tiene soluciones buenas ni cortoplacistas.
Mi amigo Benoît me manda datos, artículos y publicaciones ominosas de todo tipo. Dando cuenta por ejemplo de cómo ya hace tiempo que en España no se ejecutan ni un porcentaje mínimo de las promesas hídricas. Se han cancelado muchos «embalses zombis”, se han dejado pasar muchas oportunidades de racionalizar el equilibrio entre la España seca y la húmeda (algo que ya quitaba el sueño a Joaquín Costa), se disparan el regadío y la ganadería sin atender a los recursos reales, del mismo modo que se neglige la limpieza de los bosques aún sabiendo el suicidio que eso supone en cuanto estallan los termómetros…
En el área de Barcelona podría haber restricciones de agua a partir del mes que viene. En municipios de la Conca de Barberà, como L’Espluga de Francolí, los vecinos ya se han encontrado con que de los grifos no sale agua de diez de la noche a siete de la mañana. Las señales están ahí, para cualquiera que quiera verlas. Sólo que nadie hace seriamente nada.
Cuando Pedro Sánchez pegó el volantazo en el Sáhara, algunos sospechamos que la clave era resucitar el Midcat, ese arrumbado proyecto para llevar gas a Europa desde el sur, es decir, desde nosotros. Poniendo en valor las regasificadoras españolas para suplir a todo el continente de gas argelino y/o estadounidense, disminuyendo la dramática dependencia del gas ruso y, en fin, ganando posiciones energéticas y hasta políticas en la UE. ¿No vieron que de repente Úrsula von der Leyen parecía enamorada de Sánchez de un día para otro? Bueno, pues parece que la cosa tampoco acababa de estar debidamente atada con Francia, que algo tiene que decir sobre el tema, y que gracias a su apuesta por la energía nuclear, incluso con varias centrales actualmente en standby, bueno, pues se lo puede tomar con más calma. Aunque con los topes ya es delicado vender y comprar electricidad. Vamos a escenarios muy volátiles, muy peligrosos, muy de película apocalíptica…
Mi amigo Benoît, que, por otra parte, es un gran admirador de las medusas, nos puso a todos los amigos un documental sobre estas curiosas criaturas marinas, que están proliferando de forma inaudita en las aguas de todo el mundo (en Japón ya constituyen una seria amenaza a la pesca), quizá por su capacidad, precisamente, de adaptarse a un bombardeo. Ejemplo: hay un terremoto y unas aguas abiertas quedan encerradas. Un tiburón, pongamos, que quedara atrapado allí, que no pudiera salir, perecería rápido por falta de alimento. Se ha visto, en cambio, cómo colonias de medusas aprendían a sobrevivir rotando en masa, de tal modo que estimulaban la fotosíntesis de las algas y obtenían hidratos de carbono de ellas…
No sé yo si va a ser más fácil aprender a sobrevivir como las medusas, o con los gobernantes que tenemos. Pero estaría bien irse haciendo conscientes de las verdaderas amenazas de nuestro tiempo antes de que sea demasiado tarde…para todo.