¿Y si es Jordi Pujol quien nos ha llevado hasta aquí?

Era un día de verano, con el sabor de los primeros días de vacaciones. Excursiones en un lugar idílico de la geografía catalana, con la idea de que la actualidad fuese, por una vez, algo lejano, imperceptible. Pero no fue posible. El periodista acaba siempre pendiente de todo. Y las nuevas tecnologías nos gusten o no, posibilitan cualquier comunicación. Y sí, hace casi un año, el 25 de julio, Jordi Pujol admitía que había tenido una cuenta durante más de 30 años sin declarar, cuyo origen, según el ex President, fue un legado de su padre Florenci Pujol.

El hecho resultó una bomba para muchos catalanes, fueran o no votantes de Jordi Pujol. Pero, al margen de esa cuestión, complicada, enrevesada –hay personas que justifican que se pueda tener dinero en cuentas en el extranjero sin declarar, y entienden que las pullas a Pujol han sido excesivas y que no oscurecen su obra de gobierno– lo determinante políticamente fue la apuesta del fundador de Convergència Democràtica por el proyecto independentista en los últimos años.

Y el debate aparece de nuevo. ¿Es o no Pujol un independentista desde el primer momento? ¿Es o no Jordi Pujol un político que tuvo un proyecto que sólo podía derivar en una apuesta por una comunidad política con un estado detrás?

Nada depende del todo de nadie. Ni de alguien tan importante como Jordi Pujol, que, para bien o para mal, ha marcado el devenir de Cataluña desde, por lo menos, mediados de los años setenta. Hay muchos otros factores, pero comienza a quedar claro que Pujol quiso romper con el catalanismo orientado a la izquierda, de carácter marxista y que protagonizó el antifranquismo –con la diferencia de ERC, que nunca lo fue, otra cosa es saber qué es exactamente Esquerra– y que sus convicciones son las de un nacionalista con todas las consecuencias.

Aznar ayudó, porque irrumpió, por primera vez desde la Transición, con un nacionalismo español, que chocó directamente con el nacionalismo catalán. Y, gracias a la torpeza de los sucesivos gobiernos centrales, ese nacionalismo pujolista se fue transformando en el soberanismo actual.

Pero que nadie lo olvide: Pujol puso las bases para que esa comunidad política, gradualmente, asumiera que el objetivo es la independencia, no un trato más o menos favorable dentro de España.

No es que Pujol fuera independentista, es que defendió un proyecto que iba a acabar en la defensa del independentismo. Es un debate complejo, que, de forma extraordinaria, ha ido hilvanando Jordi Amat, en El llarg procés, (Tusquets), que no ha gustado en exceso a los protagonistas del actual proceso soberanista, pero que ilustra que nadie ha sabido combatir a ese Pujol fuerte, a ese nacionalismo madurado durante décadas, mucho antes de que accediera a la Generalitat en 1980.

Bueno, sí, lo combatió alguien, pero no le salió bien, por muchas razones que se deberán explicar algún día: Pasqual Maragall, al que, con una colosal miopía, nadie le ayudó desde ese Madrid siempre tan aislado, a 655 metros de altura sobre el nivel del mar, aunque nadie tampoco debe orillar sus propios errores.