Y Sánchez cogió su fusil
Con la crisis de Ucrania, PSOE y Podemos juegan a "poli bueno y poli malo", que en clave electoral podríamos subtitular como “partido de Estado y partido antisistema”
A pesar del toque a rebato por parte de sus socios de coalición, todos los miembros del Consejo de Ministros saben que el gesto del presidente del Gobierno de dar un paso al frente ofreciendo aviones y buques de guerra a la OTAN está basado en el convencimiento de que la OTAN no se verá implicada en una conflagración en Ucrania, sencillamente porque este país no cumple ninguna de las condiciones estipuladas de los artículos 4, 5 y 6 de la organización, y que sólo podría intervenir en un tercer país bajo mandato explícito de las Naciones Unidas, de cuyo Consejo de Seguridad son miembros permanentes y con derecho de veto tanto Rusia como China.
Mucho ruido y pocas nueces, pues; una barahúnda le viene bien a uno y otro socio de Gobierno para escenificar sus divergencias de cara a sus respectivas galerías. “Poli malo y poli bueno”, por usar la jerga de las películas policíacas de Serie B, que en clave electoral podríamos subtitular como “partido de Estado y partido antisistema”.
Sin duda alguien en el entorno de los servicios de inteligencia españoles ha facilitado suficiente información a Sánchez para que a este le conste que en la disputa entre Washington y Moscú hay que hacer una lectura en clave de la composición de gabinete de Biden, en el que dos pesos pesados de la administración, el Secretario de Estado, Anthony Blinken, y la Subsecretaria de Estado para Asuntos Políticos, Victoria Nuland, son de ascendencia tan ucraniana como la que tenía Zbigniew Brzezinski, quien fuera consejero de Seguridad Nacional con Jimmy Carter, responsable de la fatídica Operación Ciclón, un programa de la CIA a través del cual se destinaron 40.000 millones de dólares a los muyahidines que se enfrentaban a las tropas soviéticas en Afganistán, los cuales, mutatis mutandi se convirtieron en los talibán que acabarían por derrotar a Estados Unidos en el mismo teatro de operaciones, 32 años después.
Los tejemanejes comerciales de Hunter Biden (hijo del actual presidente estadounidense) en la muy corrupta Ucrania son sobradamente conocidos gracias a haber estado en el punto de mira del anterior presidente Donald Trump, por lo que no es necesario abundar en la peculiar trama de intereses y animadversiones que han llevado a la Casa Blanca a poner el foco en Ucrania.
De esta lectura en clave americana se deriva una lectura en clave española, que tiene mucho que ver con la torpeza diplomática que ha ostentado el Gobierno de Sánchez en relación con Marruecos, y la necesidad de entrar en una competición con este país para ver quien se congracia más con Estados Unidos. Otra cosa que el CNI le ha debido explicar a Sánchez es que la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara no es una cuestión de “sí”, sino de “cuando”, porque las fichas del dominó, cuya primera pieza empujó Trump con los Acuerdos de Abraham, siguen cayendo una tras otra, siendo la última en entrar en juego la diplomacia alemana, cuya precariedad en materia de energía la obligan a no dejar pasar las oportunidades que en este sector brindará un Sáhara marroquí bajo la égida occidental.
Así las cosas, Sánchez y su ministra Robles han hecho como que cogen el fusil, inmediatamente después de que el Rey Felipe instase a «materializar una nueva relación» con Rabat, para lo cual es necesario el concurso de Estados Unidos, el único país que tiene capacidad para forzar la mano de los países del Golfo para que suministren gas a Europa si Argelia -estado cliente de Rusia a efectos prácticos y archienemigo de Marruecos- decide cerrar el grifo. El ofrecimiento militar de Sánchez sigue de este modo la estela de la oferta a Biden de la base de Rota para mitigar el desaguisado de la espantada de Afganistán, primer gesto para redimir las culpas del affaire Brahim Ghali, que tan sibilinamente supo explotar Rabat contra Madrid.
Con el actual secretario de la OTAN camino de vuelta al negocio de la banca en su Noruega natal, y a las puertas de la celebración en junio de la asamblea general de la OTAN en Madrid con Biden como figura central, hay que ver la buena disposición a Estados Unidos como parte del precalentamiento en la banda previo a la presidencia española de la UE el próximo enero, antesala a su vez de las elecciones generales de 2023, que Sánchez perdería de calle si su cálculo de que enviar barcos y aviones es simbólico acaba siendo equivocado.