Y Rajoy escuchó a Antón Costas

Mariano Rajoy escucha a muchas personas. Primero a los suyos, a su círculo de confianza. Después tomará las decisiones que crea oportunas. Pero sirve la afirmación que encabeza este artículo para explicar que el Gobierno aprobará la subida del Salario Mínimo Interprofesional (SMI) un 8%. Lo hace por interés, porque quiere contar con el PSOE para poder sacar adelante el techo de gasto, y esa subida salarial era una exigencia de los socialistas. Pero debe saber que también lo hace porque le conviene al país, porque esa subida,  –se dirá que puede ser corta, que es insuficiente—convierte a España en un país un poco más decente, porque todo el conjunto de una sociedad gana si los salarios son mejores, si los ciudadanos cotizan un poco más en la Seguridad Social, y si todos tienen mayor capacidad adquisitiva.

Y esa es, precisamente, la lección del economista Antón Costas, que en las próximas semanas dejará la presidencia del Círculo de Economía. Costas habla de forma frecuente con Mariano Rajoy. Ha tenido ocasión de explicarle lo que, a su juicio, necesita la economía española. Y se entiende que entre dos gallegos ‘también’ se puede llegar a compartir diagnósticos y recetas.

Costas ha insistido en los últimos meses que los empresarios tienen una responsabilidad enorme para asegurar el buen funcionamiento de la economía española, y que la primera es la de mostrar un comportamiento «ejemplar». Lo explicó la pasada semana en el discurso de entrega del III Premio Reino de España a la trayectoria empresarial, que recayó en José Antolín Toledano, presidente del Grupo Antolín.

Pero lo defiende en todos los foros en los que participa. Lo que pide Costas es que se asegure, de verdad, «la igualdad de oportunidades» en España, y que el mundo empresarial se comprometa en ello, sin resignarse a que la desigualdad sea cada vez mayor. Y en esa dirección se debe entender la subida del salario mínimo, fundamental para que España, con determinación, apueste por un modelo productivo que prime, poco a poco, el valor añadido.

Las reflexiones de Costas ligan con lo que han apuntado algunos autores en los últimos años, como John Lanchester, de quien podemos ahora rescatar un libro escrito en 2010, con el título irónico de ¡Huy!, Por qué todo el mundo debe a todo el mundo y nadie puede pagar.

Lanchester describe la crisis financiera de 2008-2009 para un público no especializado, y, tal vez por ello, deja las cosas muy claras. Crecido en Hong Kong, asegura que el mundo se transformó a partir de los años ochenta de una forma curiosa: si Hong Kong era una especie de laboratorio en el capitalismo libre de mercado, lo que acabó pasando es que se convirtió en el «apoderado del mundo». En lugar de ser un caso especial, «el funcionamiento desenfrenado y desregulado del libre mercado se convirtió en la nueva normalidad».

Con la muerte de Fidel Castro se han desatado viejas pasiones. Es útil recuperar ahora a Lanchester, porque lo que recuerda es que la existencia de un bloque comunista permitió que el sistema de libre mercado adoptara un ropaje menos despiadado, más llevadero. De ello se benefició el ciudadano occidental, que gozaba de las democracias liberales. Lanchester señala que hay un punto muy incómodo, que «humilla tanto a la vieja derecha como a la vieja izquierda», y es que la población de Occidente se beneficiaba de la existencia, las políticas y el ejemplo del bloque socialista. Pero todo se desató cuando cayó el muro de Berlín. Ya no había adversario. Y el modelo de libre mercado desregulado se vino arriba. ¿Las consecuencias? La crisis económicas, con sociedades más desiguales.

Todo eso es lo que Antón Costas señala una y otra vez. Y lo dice, precisamente, para que el capitalismo no sea cuestionado, desde el punto de vista social y político. Bueno, Rajoy le escucha. Muchos otros también.