Y finalmente… la última Diada
El independentismo frente a la estrategia socialista se reduce a un simple y llano reclamo de impunidad
Los «indepes» lo han conseguido… El martes viviremos la última Diada procesista. En esta última edición se realizarán proclamas a favor de la independencia, claro que sí, pero un cierto voluntarismo nostálgico envolverá el ambiente. Ya no “ho tenim a tocar”, ni “aquesta és la darrera Diada autonómica”.
El objetivo de la Diada ya no tiene un fin positivo: primero fue la excéntrica reclamación de la concesión de un referéndum de autodeterminación como si fuéramos el Sahara Occidental y luego simple y llanamente la secesión unilateral, que es lo que, por cierto, nos ha llevado a la situación actual.
Lo de este año es más sencillo: el separatismo reclamará simple y llanamente impunidad.
Que todos los presuntos delitos cometidos, el uso de dinero público de forma ilícita, el uso de datos personales para finalidades políticas, el espionaje ordenado desde el poder a los catalanes desadeptos… que todo sea ignorado, que nada sea punible.
El argumentario de esta Diada es, como casi siempre en la comunicación «indepe», infalible y genial. Si “España” concede la impunidad sería un reconocimiento de la represión y el atropello de los derechos de los catalanes.
Pero si no concede esa impunidad será la muestra inequívoca de que España es una democracia fallida, un estado postfranquista, y todos los demás argumentos usuales. En resumen el separatismo tiene la habilidad de ganar todas las batallas mediáticas y perder las batallas reales.
El separatismo llega al 11-S profundamente dividido. Qué hacer, cómo salirse de su situación desesperada, qué decir a la gente; todo les enfrenta, nada les une.
Sánchez compra un teléfono rojo, del que no disponía Rajoy: habla con Junqueras y luego con Torra para que éste pase un mal rato con Puigdemont
Además, y aquí llega el cambio principal, tiene enfrente a Pedro Sánchez, que, ¡oh novedad!, tiene un plan.
Sánchez quiere acabar con el «procés» reeditando un nuevo tripartit. Al parecer quien no lo sabe lo intuye, y por eso Joan Tardà y Gabriel Rufián son abucheados en las asambleas de la ANC.
Sánchez se ha comprado un teléfono rojo, del que no disponía Mariano Rajoy, y con el habla un rato con Oriol Junqueras en Lledoners, otro con Quim Torra para que éste a su vez pase el mal rato de lidiar con Carles Puigdemont que se ha convertido en algo más que un dolor de muelas para casi todo el mundo.
Sánchez es la sirena de Piratas del Caribe, el flautista de Hamelin, que con sus propuesta seduce e hipnotiza a todos los que quisieran ser Marty Mcfly y disponer de una DeLorean con la que volver a antes de la investidura de Puigdemont, que fue el momento del enloquecimiento colectivo definitivo.
El PSC y Sánchez tienen un plan: facilitar la alcaldía a Ada Colau con el apoyo de sus concejales y los de Alfred Bosch (ERC), dejar en la oposición a Manuel Valls y la lista no unitaria del separatismo, y que este acuerdo sea la base de un nuevo pacto de gobierno en la Generalitat y… en el Gobierno de España.
Es su muy sui géneris operación diálogo.
La redición de tripartitos solo tiene un problema, la economía, como dijo Clinton a Bush “es la economía estúpido”, pero a día de hoy el número de catalanes que está dispuesto a cualquier cosa con tal de dar carpetazo al «procés» no para de crecer.
La equiparación que hacen los socialistas entre independentistas y constitucionalistas, de los que se autoexcluyen, es injusta, muy injusta. Pero por ahora les da resultado.