Y Dios creó a Artur Mas

Seamos francos, Dios ese día debió estar bien descansado porque el resultado fue el que fue. Ya saben, todos los tocados por la divinidad a lo largo de la historia acaban más en el cielo que en la tierra. Y Mas, aunque no entendamos aún por qué, sigue como presidente. No se entiende. El personaje se ha cargado su partido en estos dos años. También ha dividido el país. Ha dinamitado la oposición, curiosamente su aliada. Y, encima, quizá se ha fulminado –además por muchos años– cualquier aspiración independentista en Cataluña.

Hacer todas esas cosas y que nadie te dé una patada en el culo, en plan moción de censura por ejemplo, generan una duda. ¿Artur Mas realmente fue creado por Dios?, ¿por el espíritu santo? O, directamente, ¿es un amén andante?. Total, ya saben, en plan divino. Siempre está allí, y creamos o no, siempre lo citan. Es más, no hay manera de sacarlo del pensamiento. Aquí, además, con el inri de cobrar dinero público y colocar a sus ángeles, entre ellos, Francesc Homs como el gran arcángel.

Si ser Dios en la vida siempre es complicado, ser Dios en la política es una irresponsabilidad. No sólo del personaje, sino sobre todo del partido que lo respalda. Mas ha pasado las famosas líneas rojas, pero además se las ha fumado enteras. Por cierto, por si alguien se cabrea, he escrito fumar, no esnifar. Aquella foto mesiánica de la campaña del 2012 fue la premonición de la tormenta de estos años.

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Dios Mas monta a su arte y antojo. Ahora programa un acto, sin partido y sin gobierno, pero pagado por ellos. Ahora elije un abogado privado para defenderse de sus actos como Presidente de la Generalitat –ya veremos si ha hecho una provisión de fondos como cualquier ciudadano–. Ahora pide a los partidos que desaparezcan. Ahora le propone que sea un partido único. Vamos «a lo loco, a lo loco», «contigo o sin ti», que diría cualquier canción.

¿Cuántos diputados latinoamericanos o magrebís hay en el Parlament?, ¿Cuántos directores generales?

Su deidad y mesianismo son muy preocupantes. El silencio de su partido es cómplice, pero todavía hay más. Analicen algunas de sus frases deslizadas el otro día. Ya saben, aquel discurso en el auditorio no escrito pero creado por la única mente privilegiada del divino. Allí sugirió una Cataluña más pura a principios de siglo XX confrontada a una Cataluña más mezclada por las emigraciones del S XXI. Unas ideas cercanas a alguna antigua república soviética independiente, donde recordemos sólo pudieron votar aquellos nacidos en el país en generaciones anteriores a la Gran Guerra.

Imaginen por un momento una deriva de la votación así en Cataluña. Porque en Cataluña siempre hemos alardeado de pueblo integrador. Pero es obvio que mirando el Parlament, mirando la política, sus representantes, eso es falso. Ya no sólo por las últimas migraciones –más de un millón catalanes son extranjeros–, sino por los millones nacidos como hijos de otros españoles. Ambos colectivos muy ausentes de la vida pública y de la vida política de Cataluña. ¿Cuantos parlamentarios hay de origen latinoamericano o magrebí en el Parlament?, ¿cuántos directores generales en la Generalitat? Eso es integrar, el resto mandangas.

Y es triste pero Artur Mas es un Presidente de mandangas. Un presidente creado por Dios un mal día. Un tipo tramposo. Un tipo que alardea de virtudes mientras camina por los arcenes balanceando. Alguien que no quiere dejar votar, excepto cuando le interesa. Peor: no nos deja votar si no le decimos lo que quiere oír. Es alguien que solo escucha a quien le dice sí. El resto, Madrid o España. Alguien capaz de sacrificar a los suyos por su afán divino. Es un tipo necesitado de siervos, pastores que le profesan una fe inquebrantable.

Alguien, en definitiva, al que Dios creó y expulsó a patadas para caer en la tierra. Para nuestra desgracia, esa tierra elegida es Cataluña. En eso, por una vez en la vida, si somos el centro de mundo. Dios nos envió lo que nadie quería; un falso líder, un falso mesías. Un mediocre peligroso anclado en ideas predemocráticas basadas en las superioridades antes que en las igualdades humanas. Cierren los ojos, eliminen el escenario, escuchen sus discursos y ya me dirán qué ven. Como decía aquel espacio televisivo, «alguien lo tenía de decir».