¿Y después de la huelga?

 

La huelga ha tenido un impacto superior a las anteriores. Precisamente por eso la izquierda y el sindicalismo catalán tienen que enfocar muy bien los nuevos pasos. Los puntos débiles del movimiento del jueves están en el si mismo de la estrategia movilizadora en Catalunya. Al ser una mera réplica del movimiento de rechazo a nivel español se pierden las oportunidades de movilizar a amplios segmentos de trabajadores con mentalidad más moderada o a capas medianas que también están sufriendo los efectos de la crisis.

La dinámica española de confrontación se mueve en el carril único de la lucha más tradicional de clase: trabajador- empresario, sin poner en cuestión el enorme abismo que separa los privilegios de la aristocracia empresarial y la aristocracia obrera de los sectores de los oligopolios expúblicos, del ámbito financiero o del alto funcionariado, de la situación precaria de los pequeños empresarios y sus trabajadores.

Esto, incluso, desde una óptica estrictamente social renunciar en Catalunya donde esta división está siendo mucho más dolorosa a activar los otros mecanismos de confrontación con el gran poder político y económico del Estado es casi una cobardía.

Las clases populares catalanas tienen una contradicción fundamental de contenido social: la que las enfrenta al conglomerado de los oligopolios de servicios expúblicos y al gran sistema financiero, a los privilegios de la casta de alto funcionariado de los aparatos centrales del Estado y a los mecanismos de debilitamiento sociales que el Estado español impone en Catalunya a través del déficit fiscal. Sólo poniéndose delante de forma sincera de estas reivindicaciones se levantarán todas las simpatías para ponerse a dialogar con las pymes catalanas que en otro sistema de relaciones laborales – catalán por supuesto- es posible.

Del mismo modo, la sospechosa y reiterada singularidad de la violencia en la calle en las macromanifestaciones en Catalunya y la incapacidad o carencia de mando de las fuerzas del orden para minimizarlas hacen pensar en un contubernio tácito entre la derecha conservadora, el españolismo y los grupos que con sus disturbios dinamitan la posibilidad que la respuesta social sea más masiva por pacífica y democrática.

¿Hará falta resucitar lo que en la transición era habitual? ¿Potentes equipos del orden que ponían a raya cualquier intento de desbordamiento descontrolado de grupúsculos con ganas de gresca?