Y ahora, ¿qué?
El separatismo abrió la caja de Pandora, y Cataluña debe superar el bloqueo social que levantó el nacionalismo
La calma que siguió a los hechos del 28 de octubre parecía habernos instalado en un cierto “optimismo antropológico” del tipo que caracterizó a un reciente presidente del Gobierno. Ha resultado ser un espejismo, que se ha desvanecido con las brumas de noviembre.
Vivimos atrapados en tres planos paralelos. En el primero, la aplicación del 155 sigue a velocidad de crucero con frialdad burocrática. En segundo, la separación de poderes hace buena la máxima dura lex, sed lex y continúa con sus actuaciones. Por último, el plano político transita entre los dos anteriores con algunos líderes que conducen sin airbags ni cinturón de seguridad.
Y atrapados en el maletero, estamos los ciudadanos.
Una lectura rápida, del auto de la juez Lamena no deja lugar a dudas acerca de la gravedad de los hechos que contenidos en el delito que se imputa al cesado Govern de la Generalitat. De especial severidad es su apreciación de que los actos cometidos se realizaron no como un acto único, sino como una acumulación de acciones premeditadas organizadas en estrecha coordinación con organizaciones dirigidas a fomentar la insurrección. Estos políticos se han inhabilitado a sí mismos para dirigir los destinos de los catalanes. Incluso los de sus acólitos, por su propio bien.
Tenemos la obligación de superar este bloqueo social al que nos ha arrojado el nacionalismo
La frivolidad belga con la que esta misma semana se conducía Carles Puigdemont (que es quien de verdad ha llevado a sus colegas a prisión a fuero de altanería) nos lleva a creer que los miembros del cesado Govern han descubierto solo muy recientemente que la vida iba en serio. Pero iba en serio para todos, no solo para ellos.
Los pasados días 6 y 7 de septiembre los separatistas abrieron la caja de Pandora, dejando libres todos los males que una sociedad puede sufrir. Ahora escucharemos voces exigiendo a un tiempo la separación de poderes, la independencia del poder judicial y que los jueces modulen sus autos atendiendo criterios políticos. Pero siendo esto imposible en un estado de derecho, nos vemos abocados a padecer las válvulas de escape de los separatistas, que van a saturar de política la vida civil hasta niveles tan insufribles como peligrosos.
Estos políticos se han inhabilitado a sí mismos para dirigir los destinos de los catalanes
Y sin embargo, tenemos la obligación de superar este bloqueo social al que nos ha arrojado el nacionalismo, recordando que en el fondo de la Caja de Pandora estaba la esperanza, debemos esforzarnos no solo en ofrecer una visión para Cataluña que sea independiente de la aplicación de la ley, sino que tenemos por delante el monumental reto de movilizar a los catalanes explicándoles que es la propia convivencia – de esta y de futuras generaciones – lo que está en juego.
Tenemos que dejar atrás el hacer política en la calle, y la dialéctica de las victorias y las derrotas, porque no hay mayor fracaso de la política que éste. Recuperemos el espacio público, abierto y común, para profesar la libertad política y la igualdad que permiten ejercer la ciudadanía, alcanzado en las instituciones acuerdos por medio de la palabra, de la persuasión.
Y antes que nada, tenemos que reinventarnos como catalanes, aceptando que la diversidad está aquí para quedarse y abrazando la diferencia como fundamento enriquecedor, no como amenaza.
Hay que remendar el tejido social catalán, y habrá que hacerlo primando la reconciliación y la generosidad
Hay que devolverle al voto y a la representación parlamentaria la dignidad que le ha sido hurtada por quienes han hecho de la algarada una forma de vida, a costa de las de sus conciudadanos. Hay que remendar el tejido social catalán, y habrá que hacerlo primando la reconciliación y la generosidad. Pero para ello hacen falta nuevos líderes y proyectos libres desde el ámbito catalanista. Y hace también falta -quizás sobre todo- que si no podemos mejorar el silencio permanezcamos callados.
Hace cien años que Ortega logró asentar entre nosotros la mentalidad fatalista del 98 tildando a España de invertebrada. Pero la historia de España no es fundamentalmente diferente de la de nuestros vecinos, con quienes compartimos glorias, miserias y conflictos. No hay ningún determinismo idiosincrático que nos aboque al cainismo goyesco.
Y esto es precisamente lo que debemos volver a demostrar al mundo y a nosotros mismos como lo hicimos en 1978. Ahora toca Cataluña, para la que debemos crear una visión basada en la voluntad de crear un futuro común, dinámico y vertebrador. Un ilusionante punto de partida para salir de la trampa que nos ha puesto nacionalismo y que nos permita ganar el futuro.