¿Y ahora qué?

La última encuesta electoral sobre Cataluña publicada es definitoria de lo que ha sucedido en dos años: la ciudadanía se ha radicalizado con respecto al llamado proceso soberanista que lanzó Artur Mas con el apoyo de ERC. Han sido demasiados meses de asistir de forma continuada a un discurso con el que se insistía hasta la saciedad en que una mayoría de catalanes, representada por su cámara parlamentaria, ansiaba abrir el melón de las relaciones con España y llegar, si fuera necesario, a la ruptura.

Con el gobierno de la Generalitat como gran agitador, unos medios de comunicación locales acríticos y anestesiados por el dinero público, un gran cabreo de la ciudadanía por las crisis económica y política que se vive, que las manifestaciones de los 11 de septiembre últimos se llenaran era lo mínimo que podía esperarse. El 9N y el butifarréndum permitieron sacar los números finales: las fuerzas del independentismo eran las que eran pese a toda la fanfarria.

La mayoría silenciosa catalana que los actuales gobernantes y una parte de su coro de palmeros ignoraban pero exaltaron con sus argumentarios frentistas está dispuesta a votar en las elecciones de septiembre. No parece, tampoco, que se vaya a pronunciar en la línea que más conviene a Mas y a Oriol Junqueras. Juntos no suman. Pueden buscar otros apoyos, pero emerge el riesgo más que probable de que el carácter plebiscitario que aspiran a darle a la convocatoria del 27S aún sea más movilizador en contra de sus tesis de lo que jamás pensaron.

Las encuestas muestran que el hartazgo del proceso ha radicalizado a la mayoría silenciosa, al menos la mitad adormecida de la sociedad catalana

Los ideólogos (históricos y advenedizos) del nacionalismo catalán que tan confortables anduvieron desde que el tripartito desalojó la plaza de Sant Jaume brujulean desesperados para explicarse la deconstrucción sociológica del proceso. Lo atribuyen, entre otros peregrinos argumentos, a que CiU y ERC anduvieron a la greña desde más o menos el 9N. En esa infructuosa búsqueda airean las diferencias entre CDC y Unió, por ejemplo. Al ridículo de los Pujol y su fraude confesado también le reservan espacio en sus lamentos. 

Se equivocan de nuevo. Siempre leen y diseccionan lo acontecido desde su única, particular y reduccionista visión de Cataluña. ¿Acaso es nueva cualquiera de las justificaciones que dan? Es más sencillo de comprender: al radicalizar a los catalanes de buena fe que les han seguido en sus propósitos han despertado al menos a la otra mitad adormecida de la sociedad. Si no le quieren llamar fractura social, pueden bautizarlo radicalización del contrario. Es un hecho en cualquier caso.

Se sorprenden algunos agitadores y empiezan a comprender que cuando la cuerda se tensa en demasía corre riesgo de partirse. Si la sociedad catalana no nacionalista es capaz de permanecer tan activa como serena y generosa, los partidos que han amparado estos años de convulsión están llamados a reconsiderarse primero a sí mismos y, después, sus propias tesis. Algunos de sus afiliados y simpatizantes ya han comenzado. Y ahora, ¿qué?, se preguntan al ver cómo se encoge el suflé.