Xavier Martorell: el espía se hace portuario
En un país de Manglanos y Roldanes, lo de Xavier Martorell es una metáfora. El ex jefe de Serveis Penitenciaris se perfila ahora como un factótum en el Puerto de Valencia; y uno se lo imagina ya entrando en la estiba y desestiba, al volante del Touareg. Aquel cuatro por cuatro de Método 3 que él conducía a menudo cuando fue director de Análisis y Prospectiva, en el Departament de Presidència.
El negocio portuario tiene su aquel. Martorell vivirá tal vez su particular Ley del Silencio (Elia Kazan) en el papel Johnny Friendly (Lee J. Cobb), el implacable jefe de los muelles de Nueva York. Desde luego, el andamiaje de los puertos no es cualquier cosa y menos el de Valencia, después de que lo elevaran a la categoría cinco estrellas los tejemanejes de Zaplana y Rita Barberá. O los de Camps, el presidente que impulsó la Copa América y la Fórmula 1.
En Catalunya, la cosa del espionaje sabe a género chico. Aquí, la pesquisa encubierta huele a tinta y secante. El CNI catalán, sea de Martorell o de José Zaragoza, revisita la España rancia de sardina y pólvora bajo la almohada, con un fondo musical de Concha Piquer. Ciertamente, Martorell es un hombre de frontera; espía y portuario ¿Puede alguien presumir mejor de rozar los límites? El militante elegido en su día por Artur Mas para explorar el futurible CNI catalán no ha dado una en el clavo. Y aunque ahora Mas le estampe en la cara a Ribera de C’s que nunca hubo borrador para la creación de una agencia de inteligencia, lo cierto es que ha habido algo más que simples intenciones. El debate de esta semana en el Parlament ha desvelado la existencia de un plan de servicio de inteligencia propio, pero no su hoja de ruta.
Martorell, instrumento del plan, es también su eslabón débil. Nunca emularía a Joan Pujol, aquel espía nacido en Barcelona que en el contraespionaje británico respondía al nombre de Garbo y que se infiltró en el Reich con el alias de Arabel. El exilio catalán entró bien en la Guerra Fría, pero hoy, en el escenario doméstico y casi contrito, Martorell no hace honor al pasado. Tampoco Zaragoza su antagonista en las líneas del PSC. No hace tanto que CiU y PSC se espiaban mutuamente gracias a que habían contratado la misma agencia de detectives, Método 3. Como es bien sabido, ambos salieron por el desagüe cuando estalló el caso de La Camarga, el escándalo de la grabación de un almuerzo entre Alicia Sánchez-Camacho y la ex novia de Jordi Pujol Ferrusola. El poderoso ex secretario de organización del PSC cayó en el olvido empujado por Rubalcaba, mientras que Martorell abandonó su cargo para hacerse estibador valenciano.
Aprender el oficio de espía en una agencia privada de detectives a la que se le ve el plumero no es edificante. No señor. Es gastar para disponer; gastar dinero público, de todos, para disfrutar servicios privados. Una mangutancia. Mientras Martorell espía detrás de las puertas, Snowden se encierra en Moscú, con millones de pantallazos, y se ríe de la CIA y del Departamento de Estado. Desaparecidos Conrad, Graham Greene y Le Carré, solo nos quedan la mitología y la imaginación. Y por ahí no pasa, seguro que no, la agencia de marras que coloca escuchas en los restaurantes barceloneses y fotografía a los clientes de los meublées.
El tiempo de los espías murió con Isabel Llorach, aquella dama de los años 30 –recordada por Lluís Permanyer- rescoldo de la mansión derruida de la Calle Muntaner en la que se celebraron fiestas amenizadas por Carlos Gardel, con invitados como los archiduques de Austria y el gobernador Milans del Bosch. La actualidad es más triste. Felip Puig, que odia amistosamente al ciudadano Martorell, dio un paso al repartir entre los consellers teléfonos móviles imposibles de cazar. Ramon Espadaler, de Interior, asegura no tener conocimiento del borrador del Cesicat respecto a un CNI catalán; pero, por lo visto, el titular de Empresa lo tiene presupuestado: 28 millones de euros. El ingeniero Puig dice siempre lo que piensa (aunque no sea verdad); es un chollo para sus perseguidores y un dolor de cabeza para su partido. Cuando alcance su plenitud, la agencia de inteligencia catalana tendría 306 agentes todos ellos Mossos d’Esquadra, pero entrenados al estilo del Mossad.
Ya vemos a Martorell, ejerciendo de marrano ante la España cristiana de doña Ana Botella y del arzobispo Rouca Varela. Uno se lo imagina tocado con el kippah, frente al muro de las lamentaciones. La explanada de Sharon, hijo dilecto de Golda Meyer, será un murmullo de voces el día que Martorell tome el mando del espionaje catalán de inspiración hebraica. El documento que han discutido en el Parlament el president y el líder de Ciutadans fija incluso dónde estaría la sede, el perfil que tendría el director de la agencia y quién la controlaría. Aunque el Govern lo niegue de raíz es demasiado laminero pensar en el contacto con la Seguridad de Israel y alimentarla con la doctrina del Massachusetts Advanced Cyber Security Center.
Martorell, nacido en Madrid y formado en Catalunya, no se irá a México, de donde su mujer es oriunda. De momento recala en Sevasa, la Sociedad Estatal de Estiba y Desestiba del Puerto de Valencia. El ex consultor de seguridad de la Casa Rosada, sede del gobierno de Buenos Aires, une su destino a las mercancías. No echará la vista atrás, a los tiempos en los que fue jefe de seguridad del FC Barcelona y mantuvo una equidistancia respecto a sus mayores, Ferran Soriano (ex presidente de Spanair y ahora director del Manchester City) y Joan Oliver, un informador demasiado informado. En aquellos años, los directivos del Barça, Franquesa, Boix, Ferrer y Yuste, fueron víctimas del celo de Oliver. Pero ante el juez, este último le pasó el muerto a Martorell.
A Martorell, sus antiguos colaboradores le llaman el nen. Cuando fue el jefe de los Mossos d’Esquadra distribuía escoltas y coches entre todos los consejeros. Para sí mismo eligió a miembros del GEI, el grupo especial de intervención, el equivalente a los Geos del Cuerpo Nacional de Policía, y se hizo con un Passat VR6, cuando los demás vehículos a veces tenían serios problemas para seguir a los potentes coches de los miembros del Govern. Con la llegada del Tripartit al poder, Martorell se escondió en el Barça de Laporta, un gran intervencionista. E intercaló su actividad con la de experto en Seguridad en México.
Una trayectoria a favor del viento. Pero comprometida por el toque de hombre duro; salido del gulag opositor y alineado en la paciente espera de la Torá.