Una constitución para cada generación
El debate sobre la reforma de la Carta Magna se muestra más necesario que nunca ante las diferentes sensibilidades de cada generación de españoles
Todos los análisis demoscópicos señalan que la crisis política que vive España viene determinada por el cambio generacional. Los mayores de 50 años reparten su voto entre el PP y el PSOE, los que están entre los 35 y los 50 votan a Ciudadanos y los jóvenes mayoritariamente a Podemos.
No debe extrañarnos, pues, la complejidad que supone buscar algún tipo de consenso en un mapa político donde apenas hay dialogo generacional.
Para los menores de 30 años el franquismo es una referencia histórica que nos ha dejado una transición mal resuelta y una larga lista de déficits democráticos; para los mayores el franquismo es una escuela de lucha o en el menor de los casos de resistencia pasiva.
No resulta fácil resolver los problemas cuando el arco generacional utiliza distintas varas para medir los problemas reales del país.
Las prioridades del 78
La Constitución se planeó para resolver el encaje del país en un marco democrático, solucionar de pasada los conflictos derivados de un acuerdo territorial con enfermedades crónicas y a su modo permitió normalizar la vida política con la indispensable ayuda de la OTAN y Europa.
Para toda una generación la Constitución actuó como un salvavidas que generó sosiego y olvido. Sosiego porque los primeros años tras la muerte de Franco fueron realmente duros y olvido porque estaba presente en la memoria de padres y abuelos el recuerdo vivo de la Guerra Civil y los primeros años de la postguerra.
La Constitución permitió normalizar la vida política en pocos años
En aquellos primeros años de democracia las prioridades generales eran relativamente materiales: modernizar el ejercito, desarrollar una Hacienda Pública inexistente, mejorar las infraestructuras, crear el Sistema Público de Educación y Sanidad y aprender a funcionar con reglas democráticas en las Instituciones y Administraciones.
Todo eso que ahora parece insignificante y por supuesto superado hubo que disponerlo en pocos años y en connivencia con la tecnoestructura política y burocrática del franquismo.
Las necesidades actuales
Visto desde la distancia resulta fácil opinar que todo ello podía haberse hecho desde una ruptura real persiguiendo y juzgando a los responsables franquistas, aunque es probable que toda una generación de ciudadanos pasivamente cómplices del régimen franquista hubiera salido victimizada como consecuencia de un proceso de saneamiento político.
Lo cuestión, en todo caso, no es retrotraernos a aquellos años para juzgar moralmente la forma como el país superó la dictadura, sino analizar con mas detalle los errores recientes que han impedido retocar nuestra Carta Magna para convertirla en un signo de identidad de esas nuevas generaciones que no vivieron el franquismo.
El debate político actual se configura con temas que en su momento no tenían tanta importancia
En la lista de prioridades política de los jóvenes españoles aparecen multitud de cuestiones a las que la Constitución no hace apenas referencia, bien sea por omisión explicita o, en la mayor parte de los casos, porqué en su momento se trataba de temas de menor relevancia.
Participación democrática en la toma de decisiones políticas, compromiso ecológico, respeto a la diversidad de géneros, nuevos derechos civiles individuales y colectivos, libertad de expresión en el contexto de las nuevas tecnologías y por supuesto nuevos mecanismos para decidir la forma de Gobierno y la estructuración territorial del país.
Estos, entre otros temas, son elementos que configuran el debate político actual y sobre los cuales no existe una respuesta constitucional clara.
La renovación inaplazable
“Vencer no implica convencer” dijo Unamuno y a ello debemos remitirnos para señalar que el debate sobre la vigencia de la actual Constitución está condenado al fracaso dado que una amplia parte de los españoles no la votaron por cuestiones de edad.
Si a ello le añadimos los resabios que ha generado una interpretación rígida de su articulado y una numantina resistencia a todo tipo de cambio, el conflicto está servido
En términos políticos deberíamos remitirnos, y permítaseme una odiosa comparación, a aquella práctica del antiguo servicio militar que obligaba a renovar el juramento cada ciertos años.
El debate sobre la actual Constitución está condenado al fracaso
En un país como el nuestro, con realidades territoriales tan singulares y un pasado reciente complejo sería razonable obligarnos a refrendar la Constitución generación a generación, cambiando en cada ocasión aquello que permita y asegure el reencuentro generacional.
Nada debería impedir que el texto que regula el funcionamiento de nuestra sociedad aspire a modernizarse periódicamente justo para servir con mayor eficacia y sentido democrático a los intereses de la ciudadanía.