Sant Jordi, un año más
El milagro festivo que supone Sant Jordi para el sector del libro obliga a apartar durante un día las cuestiones por resolver dentro de la industria
Se acerca Sant Jordi y a nadie hay que recordarle que se trata de un día extraordinario. Sin saber demasiado bien por qué, a todos nos entrará la imperiosa necesidad de comprar algún libro y regalar algunas rosas, no necesariamente por este orden ni obligatoriamente preocupados por la calidad de una u otra cosa.
Sant Jordi es como la fiesta del cine, todos van aunque las películas elegidas sean de interés discutible. De hecho, y puestos a refrescar nuestra memoria, conviene recordar que somos una potencia editora a escala internacional mientras que el índice de lectura de nuestra ciudadanía no se sitúa entre los más altos del mundo.
Esta realidad no empaña la magnitud del día de Sant Jordi porque se trata de una fiesta comercial de la que todos participamos sin caer en demasía en innecesarias autocriticas intelectuales.
Enemigos íntimos
Todos sabemos que el mundo del libro es muy complejo y que las familias que lo componen se tienen un aprecio limitado, aunque como todo sector denso y ordenado se necesiten y se toleren aceptablemente.
Los autores critican a los editores por peseteros y los editores a los autores por no interesar a nadie. Los libreros viven aterrorizados la llegada de las nuevas plataformas digitales multinacionales y los distribuidores claman por mantener su espacio en una cadena de valor que se transforma diariamente.
Al conjunto de agentes del mundo literario les une la convicción de ser el último refugio de la cultura
Escritores que vendían mucho y a los que se les apagó la llama del éxito quisieran cobrar un tanto de las lecturas públicas en bibliotecas y escuelas y estos equipamientos, convenientemente convertidos en los nuevos centros cívicos, se plantean cada día nuevas actividades no siempre relacionadas con el mundo del libro.
No llegará la sangre al rio. Al conjunto de agentes del mundo literario les une 500 años de historia y la convicción serena que son el último refugio de la cultura. Y tienen buenas razones para pensarlo.
El libro se reinventa
Aunque tradicionalmente hayamos asociado la literatura al papel, el sector está comprendiendo poco a poco que su potencial va mucho más allá. Un texto, sea literario o documental, científico o filosófico es el punto de salida de múltiples formatos de explotación; algunos tradicionales, otros mediante la aplicación de las nuevas tecnologías o atendiendo simplemente a los hábitos de consumo actuales más innovadores.
La audiolectura está obteniendo buenas cuotas en mercado en los Estados Unidos, el cómic es una potente base para el cine familiar (Marvel como principal ejemplo), y la edición de clases magistrales dictadas por pensadores de referencia un material con gran potencial comercial.
Un texto es el punto de salida de múltiples formatos de explotación
La clave de todo ello es la administración de los derechos asociados a una creación literaria. Es probable que en un futuro próximo la impresión como elemento substancial en la historia del libro sufra una profunda crisis.
Sobreeditar para mantener los costes marginales de las imprentas por debajo del coste de la edición selectiva irá perdiendo sentido en la medida que aparezcan formatos de explotación más interesantes y sobre todo cuando las librerías ya no puedan formar parte de esa cadena loca que supone recibir y devolver cajas enteras de libros sin tan solo abrirlas.
Un día para celebrar
El libro como idea genuina que define el valor de la memoria le ofrece a la cultura algo tan indispensable como es la medida exacta de su trascendencia, lo que en última instancia es lo que celebramos el día de Sant Jordi. Al fin y al cabo el hecho trascendente también tiene una dimensión del corto plazo plagada de textos irrelevantes, análisis coyunturales y alegatos hedonistas.
Justo porque es un milagro irrepetible, Sant Jordi no es el mejor día para hacernos preguntas obtusas. El debate entre “vender mucho o vender mejor” se aparca para que sea la “finezza” del librero o del editor quien lo dirima día a día en lo que queda del año.
Falta convencer al turista para que Sant Jordi sea realmente majestuoso
Por eso lo que de verdad preocupa a los protagonistas de la jornada –y no sin razón—son los detalles técnicos nunca del todo bien resueltos: los permisos de ocupación, la prioridad en las ubicaciones, esa seguridad que parece no existir en la calle, el descarnado intrusismo de todo tipo de asociaciones, partidos políticos y agrupaciones vecinales o la insultante proliferación de franquicias en la venta ambulante de rosas.
En realidad, para que el día de Sant Jordi sea realmente majestuoso solo falta convencer al turista para que compre un libro. No lo hará si se trata de un ejemplar literario en catalán o castellano pero habría que ver lo que pasaría si se tratara de un “afiche” conmemorativo que certificara aquello tan vivido del “yo pasaba por allí”.